San Isidro Labrador, esposo, padre y trabajador - Alfa y Omega

La vida de san Isidro es como la de la mayor parte de las personas. Fue un hombre del siglo XII, que contrajo matrimonio en Torrelaguna con santa María de la Cabeza, de cuyo matrimonio tuvo un hijo. Sus trabajos fueron muy sencillos; primero como pocero y después como servidor de la familia Vargas, vivía con un espíritu de oración y con gran generosidad con los hermanos. Contemplado el conjunto de su vida, vemos los reflejos de Jesucristo que nos trae como esposo, padre, trabajador fiel, compartiendo con todos, lo que tenía, sabía y vivía. San Isidro es para nosotros como un grito del Señor que nos dice hoy: déjate transformar, déjate renovar.

Mira cómo san Isidro vive la santidad. Es una gracia inmensa que se manifiesta entre nosotros de múltiples maneras: ¿No es santidad lo que los padres os sacrificáis por criar con amor a vuestros hijos? ¿No es santidad lo que supone ese trabajo diario de tantos hombres y mujeres que viven en Madrid, que salen de casa a primeras horas de la mañana y vuelven por la noche para traer el pan para sus hijos? ¿No es santidad vivir las limitaciones de la enfermedad y seguir sonriendo? ¿No es santidad que muchos de los que vivís aquí dejasteis la tierra en la que nacisteis e incluso la familia para encontrar un trabajo que dé presente y futuro a vuestros seres queridos? ¿No es santidad formar una familia como san Isidro? ¿No es santidad ser un trabajador responsable que ve detrás a quienes van a disfrutar de su quehacer? ¿No es santidad la de quien lucha por que se dé más justicia, más verdad, más vida, que se respeten los derechos humanos desde el inicio de la vida hasta la muerte?

Os invito a vivir tres aspectos de la vida de san Isidro que, a mi modo de ver, tienen una inmensa actualidad para nosotros:

1. Como san Isidro, sigue a Cristo, nunca se te ocurra separarlo de la construcción del Reino de Dios. En esta construcción nos acompaña Cristo, no nos deja solos. Esto nos da seguridad, valentía, atrevimiento, garantía de que lo conseguiremos. Esto significa que hay que entregarse en cuerpo y alma. ¿Por qué recordamos y hacemos memoria de san Isidro después de tantos siglos? ¿Por qué no lo hemos olvidado? ¿Por qué salió su devoción fuera de nuestras fronteras? Sencillamente porque fue un hombre que en su vida construyó el Reino de Dios y lo experimentan quienes a él se acogen en todas las partes del mundo.

2. Como san Isidro, sigue a Cristo sin escaparte del encuentro con el otro, la actividad, el servicio, el silencio, el descanso y la oración. El otro es mi hermano, sea quien sea; el trabajo nos dignifica, es un derecho del hombre que se lo ha dado Dios mismo y mientras no lo tengan todos los hombres estamos haciendo un mundo injusto y promotor de descartes; acojamos también el modo de estar Cristo entre nosotros, no vine a ser servido sino a servir. Por otra parte, necesitamos el silencio para vivir desde dentro, Jesucristo buscaba tiempos para estar en silencio y estar solo; el descanso es un mandato divino, una sociedad que no ofrece al hombre espacios de descanso no es humana, todo está al servicio del hombre, también el dinero que es para servir y no para gobernar; el diálogo con Dios nos construye como personas, escuchar a Dios y tener la oportunidad de poder conversar con Dios como un amigo, construye a la persona y le entrega unas dimensiones de vida necesarias para estar con los demás, en comunión unos con otros.

3. Como san Isidro, sigue a Cristo lanzándote a la misión según su deseo: «Id al mundo y proclamad la Buena Noticia». San Isidro nos convoca a un nuevo diálogo sobre cómo estamos construyendo el futuro de esta casa común, pues en el mundo todo está conectado; cómo son las formas de poder que derivan de las nuevas tecnologías, busquemos otros modos de entender la economía y el progreso; demos el valor propio de cada criatura y el valor que tiene el ser humano desde el inicio de la vida hasta la muerte; busquemos y demos el sentido humano de la ecología; hagamos frente a la cultura del descarte; dispongámonos a la propuesta de un nuevo estilo de vida. Con una espiritualidad de la vida familiar, pues ella «está hecha de miles de gestos reales y concretos. En esa variedad de dones y de encuentros que maduran la comunión, Dios tiene su morada. Esa entrega asocia a la vez lo humano y lo divino, porque está llena del amor de Dios. En definitiva, la espiritualidad matrimonial es una espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino. […] Si la familia logra concentrarse en Cristo, Él unifica e ilumina toda la vida familiar. […] Toda la vida de la familia es un pastoreo misericordioso» (AL 315; 317; 322).