«Recibid el Espíritu Santo» - Alfa y Omega

«Recibid el Espíritu Santo»

Domingo de Pentecostés

Daniel A. Escobar Portillo
Detalle de Pentecostés. Gloria del techo del palio de la hermandad de la Vera Cruz, en la iglesia del Campo de la Verdad, Córdoba. Foto: Valerio Merino

Puede llamar la atención que el pasaje del Evangelio que tenemos ante nosotros lo hemos escuchado hace pocas semanas, en concreto, el domingo de la octava de Pascua. Ese día el texto era más extenso, ya que hablaba de otra aparición al octavo día. Este domingo, en cambio, el relato concluye con «el anochecer de aquel día, el primero de la semana». De hecho, san Juan considera el Espíritu Santo como un fruto de la Resurrección, como el gran don del Resucitado, ya que Jesús, al presentarse por primera vez tras su vuelta a la vida «sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo». Sin embargo, Lucas, cuya primera lectura escuchamos también, alude a la venida del Espíritu Santo 50 días después de resucitar, «al cumplirse el día de Pentecostés». Hemos de tener en cuenta que Pentecostés significa precisamente 50 días. El motivo de la insistencia en esa cifra está en que el número 50 indica plenitud para los judíos. Es como una semana de semanas más un día. Para ellos, tras la Pascua se celebraba la fiesta de la recolección agrícola y se conmemoraba la Alianza del Sinaí. De hecho, el episodio de Pentecostés es descrito por la primera lectura retomando elementos de la manifestación de Dios en el Sinaí, donde aparece viento, ruido y fuego. Por eso nosotros celebramos este día no como una fiesta independiente de la Pascua del Señor, sino como su culminación. Por lo tanto Pascua y Pentecostés conforman una unidad inseparable. Dicho de otra manera: la glorificación del Señor está unida al envío del Espíritu Santo.

Sopló sobre ellos

Estamos habituados a celebrar Pentecostés como el origen de la Iglesia. Sin embargo, esta fiesta nos remite al mismo tiempo a otra realidad previa en el tiempo. El célebre himno Veni, Creator Spiritus (Ven, Espíritu Creador) se refiere a los primeros versículos de la Biblia, que, mediante imágenes, presentan la creación del mundo. En concreto se afirma que por encima del caos y del abismo «aleteaba del Espíritu de Dios». Además, la propia liturgia nos recuerda en la Vigilia Pascual esta realidad, cuando, tras la lectura del libro del Génesis que nos narra la Creación, respondemos cantando «envía, Señor, tu Espíritu». Por eso, Pentecostés es también una fiesta de la creación. La presencia del Espíritu en el inicio de la historia significa que el mundo no existe por sí mismo, sino que proviene del Espíritu Creador de Dios. Y ese mismo Espíritu que asistía al nacimiento del mundo acude ahora al nacimiento de la Iglesia.

Jesús envía el Espíritu Santo

El significado profundo del envío del Espíritu Santo es la consecuencia última de que Jesús, y a través de Él el Padre, viene hacia nosotros y nos atrae hacia sí. El mismo evangelista, Juan, considera como fruto de esta venida la vida y la libertad. En primer lugar, afirma en otro pasaje «yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Así pues, no debemos olvidar quién es el que nos da la verdadera vida. Cuando solo se quiere ser dueño de la vida, esta se queda cada vez más vacía y más pobre. Jesús, en cambio, nos permite ver que solo se halla la vida dándola, y no se la encuentra apoderándose de ella. El Espíritu Santo no es sino el puro don, el donarse por completo de Dios. De este modo, cuanto más entrega uno su vida por los demás, tanto más hay vida en esa persona. En cuanto a la libertad, la Sagrada Escritura une este concepto a la filiación. Los hijos son libres, frente a los esclavos que no pueden decidir. Nosotros hemos recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: «¡Abbá, Padre!» (Cf. Rm 8, 15). Ahora bien, ser hijo significa también ser heredero y, por consiguiente, debían preocuparse de la buena administración de sus propiedades. Es decir, ser libre significa también ser responsable, y ser hijos de Dios nos compromete en la administración de los dones de Dios hacia el mundo. No es poco afirmar que el Espíritu nos da la vida y nos hace hijos. Pero también entraña una enorme responsabilidad para la que, por otra parte, no estamos desasistidos.

Evangelio / Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».