Dejadlos crecer juntos... - Alfa y Omega

El capítulo 12 del Apocalipsis nos presenta el símbolo de una lucha cósmica. Una lucha en la que todos estamos implicados: somos, simultáneamente, espectadores, protagonistas y víctimas. Empezó en el origen del mundo y acabará, después que todo haya terminado. La batalla se realiza dentro y fuera de nosotros. Las fronteras están confusas; afecta a todos. No hay neutrales. Lógicamente ha preocupado, y sigue preocupando, a todos los hombres conscientes. Todos tropezamos en la misma piedra.

La mujer representa el bien, la bestia el mal. El bien nos parece natural, algo debido, lo normal. Del bien nadie se queja. Lo que nos inquieta, aturde y desasosiega, lo que nos hace sufrir es el mal.

Entre el bien y el mal hay multitud de situaciones y actitudes en una amalgama variadísima de sentimientos, desde la alegría al dolor, de la paz a la guerra, del amor al odio. Las actitudes más extremas y conscientes provocan las reacciones más enérgicas y radicales.

Mientras tanto, el gran cauce de la vida discurre entre una y otra orilla, y juega con nosotros, acercándonos a una u otra; pero sin permitirnos parar. En cada uno se dan momentos de notas agudas y chirriantes, o de suaves balanceos, en el devenir sin descanso. Nuestras vidas son los ríos…

Hay que acercarse al misterio del bien y del mal, con precaución y mesura, con humildad, como quien se asoma a la ventana de su transcendencia, mirando hacia arriba. Se nos ha dado la clave del conocimiento superior, cuando Dios se ha revelado y la revelación de Dios es su Hijo que se hace responsable de todo el mal, padeciéndolo, sin culpa. La victoria es nuestra fe. Mientras tanto, han de crecer juntos el trigo y la cizaña, hasta el día de la siega.

José Antonio Marcellán