La belleza de María Auxiliadora - Alfa y Omega

La belleza de María Auxiliadora

En esta fiesta de María Auxiliadora quiero fijarme especialmente en su belleza, belleza que se manifiesta en tantos lugares con una procesión en la que, al caer de una tarde primaveral, brillan especialmente el rojo y el azul de su imagen combinados con las flores y el cariño de tantas personas que la ven como Madre, siempre dispuesta a acudir en auxilio de sus necesidades

Antonio R. Rubio Plo

Mirad la imagen de María Auxiliadora, en especial sus ojos y su sonrisa. No os limitéis a “descargar” vuestras peticiones sobre ella, aunque es cierto que una madre comprende perfectamente la angustia y el atolondramiento de sus hijos. Mirad su belleza y sentid que es un recreo para la vista. Seguramente su sonrisa hará despertar en vosotros otra sonrisa, y este será el primero de los milagros, el milagro de la belleza. Los teólogos no siempre hablan de la belleza humana de María, pero es una belleza de cuerpo y alma. Sí lo hizo, en cambio, el papa Pablo VI, que será canonizado el próximo 14 de octubre, un pontífice muy mariano y siempre dispuesto a recordar las advocaciones marianas, en especial la de María Auxiliadora.

En el discurso de clausura de los Congresos Mariano y Mariológico, el 16 de mayo de 1975, Pablo VI recordaba que, más allá de la vía de la verdad, propia de la especulación bíblico-histórica-teológica, hay una vía accesible a todos, especialmente a las personas sencillas: es la vía de la belleza. Señaló que María es la criatura “tota pulchra”, el espejo sin mancha, el ideal supremo de perfección que los artistas de todos los tiempos han intentado reproducir en sus obras. Además es la “Mujer vestida de sol” del Apocalipsis, en la que el brillo purísimo de la belleza humana se encuentra con el brillo soberano, pero accesible, de la belleza sobrenatural. Finalmente añadió que tenemos necesidad de mirar a María, de fijarnos en su belleza sin mancha, porque nuestros ojos, a menudo, están heridos y cegados por las engañosas imágenes de belleza de este mundo. ¡Qué cantidad de nobles sentimientos, de deseo de pureza, de espiritualidad renovadora podría suscitar una belleza tan sublime!

Es conocida la frase de Dostoyevski de que “la belleza salvará al mundo”, pero no acabamos de creerlo porque hemos perdido el sentido de la belleza en beneficio del éxito y la eficacia mecánicos, de un pragmatismo en el que los rostros no importan demasiado en aras del beneficio final. No nos impresiona la belleza del Crucificado, origen de la cita del escritor ruso, ni tampoco que esa belleza solo ha podido ser obra de un amor antes nunca visto ni experimentado. Podía impresionarnos, al menos, la belleza de María, pero para apreciarla debemos mirarla fijamente y acompasar nuestra mirada al hilo de nuestra oración. María “una mujer bellísima”, en expresión de don Tonino Bello, un obispo italiano camino de los altares, un hombre que hacía oración de la poesía y poesía de la oración. Don Tonino escribió: “Saber que tu eres bellísima en el cuerpo, además de en el alma, es para todos nosotros un motivo de increíble esperanza. Nos hace intuir que toda la belleza de la tierra es apenas una áspera semilla destinada a florecer en los invernaderos de allá arriba”.

Una Madre tan bella, cariñosa y siempre disponible a escuchar sus hijos. Un regalo de Dios en el que muchos no han reparado o no acaban de descubrir. Pero está con nosotros. Miradla en este día, y en tantas otras fiestas marianas. Pedidle que nos arranque una sonrisa, unas ganas de entonar una canción y un descubrimiento de lo que es la verdadera belleza. Y esto solo puede ser obra del Espíritu Santo, que viene a nosotros gracias al sí de María, la joven y hermosa adolescente de una casita de Nazaret.