La Palabra ilumina nuestra mirada - Alfa y Omega

Esta semana, la Iglesia que peregrina en Madrid concluye el Plan Diocesano de Evangelización (PDE) con una jornada festiva en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. Después de tres años intensos y apasionantes, vienen a mi mente y brotan desde lo más profundo de mi corazón las palabras del salmo: «Al volver, vuelven cantando trayendo las gavillas» (Sal 126,6). ¡Qué gran gozo, qué gran fiesta, qué gran alegría, ver culminado el trabajo que hemos realizado entre todos, con todos y para todos! ¡Cuánto hemos disfrutado y cuánto hemos aprendido, guiados por el magisterio del Papa Francisco, cuando hemos compartido la lectura orante y creyente de la Palabra de Dios!

La Palabra de Dios nos ha ido animando para poder vencer nuestros desalientos gracias a reencontrarnos con Jesús, que siempre nos perdona y que nos invita a que no nos cansemos de pedirle perdón; que nos ha retado, una y otra vez, a seguir echando las redes, a pesar de que tantas veces las hayamos sacado vacías. La luz de esa Palabra nos ha permitido experimentar que, si sabemos mirar bien y, sobre todo, si tenemos paciencia, fácilmente constatamos que Dios ha bendecido y sigue bendiciendo a nuestra Iglesia en Madrid con grandes beneficios, que reconocemos con toda humildad y por los que debemos alabarle continuamente.

La Palabra de Dios nos ha invitado a entrar en diálogo con hombres y mujeres de nuestro tiempo, como a Pablo en el Areópago de Atenas, cada uno con su filosofía de la vida, para poder escucharlos, conocer sus inquietudes y poder mostrarles a Jesús como la respuesta que en lo más profundo de su corazón están anhelando. Este momento histórico que vivimos, esta nueva época que inauguramos, requiere hombres y mujeres que se dejen guiar por la Palabra de Dios. Palabra que ha reavivado nuestra misión profética y que, como a Ezequiel, nos lleva a invocar al Espíritu para que también hoy dé vida a todo aquello que tiene apariencias de muerte.

Alentados por la fuerza del Espíritu, hemos visto transformados en retos las dificultades del momento actual; las mismas que a veces se nos representan como un muro insalvable, pero que, en realidad, no dejan de ser oportunidades para que reconozcamos el poder de Dios y de nuevo seamos testigos de los prodigios que realiza a favor de su pueblo y en beneficio de todos aquellos que con fe lo invocan.

La Palabra de Dios nos hace comprender que ciertamente las tentaciones son muchas, pero que, en Cristo, las podemos vencer, porque Él ya las venció por todos nosotros; y nos invita asimismo a reconocer en Cristo el agua viva; un agua de la que siempre hemos de tener sed y a la que hemos de acudir para saciarnos; un agua que debemos saber ofrecer a todos aquellos que sienten sed y que a veces tratan de saciarla con sucedáneos que hacen daño y que dejan vacío el corazón del ser humano.

La Palabra nos hace ser valientes y audaces, como a Pedro y a Juan, para dar gratis lo que gratis hemos recibido; un tesoro mucho más valioso que la plata y el oro: Jesucristo, el único que nos puede levantar de nuestra postración y darnos la fuerza para caminar por nosotros mismos, dando gracias y ensalzando a Dios por las grandes maravillas que continuamente realiza para sanar y salvar a todos.

La Palabra ilumina nuestra mirada y nos permite reconocer al mismo Cristo en los que más sufren: los que tienen hambre y sed, los migrantes, los enfermos, los privados de libertad en cualquiera de sus sentidos y los perseguidos por la justicia. Nos recuerda que hemos sido creados para heredar el Reino de Dios y que podemos vivir en este mundo con la esperanza de que un día entraremos a gozar de dicho Reino, si le servimos en todo aquel que necesita algo de nosotros.

La Palabra nos lleva a abrirnos al don pleno del Espíritu, para que, como María y los apóstoles, seamos transformados por el fuego ardiente que Él enciende en los corazones de los fieles y por la fuerza del viento que sopla y nos empuja hasta sacarnos de nuestros cenáculos, poniéndonos en medio del mundo; y allí dar testimonio de Jesús y de su Evangelio de manera que se pueda transformar según el designio del Padre.

«Habéis sido enriquecidos en todo» (1 Ca 1,5). Aprovechemos toda esa riqueza con la que el Señor nos ha bendecido y de la que tenemos que hacernos responsables. Pongamos a trabajar cada uno de los talentos recibidos y pidamos que el dueño de la mies acreciente los frutos que comienzan a germinar, los que van creciendo y los que ya están maduros; y que nos regale otros muchos, de manera que nos sintamos alentados a continuar trabajando para su mayor gloria y por el bien de todos los hombres, nuestros hermanos.

Que María, la Madre de Jesús y nuestra Madre, a quien invocamos con este secular título de Santa María la Real de la Almudena, nos consiga de su Hijo todo lo que con fe y llenos de esperanza le pedimos; y que sea ella la que nos ayude a ser, como le gusta decir al Papa Francisco, verdaderos discípulos-misioneros que se entregan con renovado vigor para llevar por el mundo la alegría del Evangelio.