«Los refugiados queremos trabajar, no ser una carga» - Alfa y Omega

«Los refugiados queremos trabajar, no ser una carga»

Maisoun Shukair se considera una refugiada afortunada. Vive en Madrid con su marido y sus dos hijos y tiene trabajo en una farmacia. Aunque sea como becaria. En Damasco esta farmacéutica era una personalidad muy conocida por haber ganado importantes premios literarios. Tuvo que huir al estallar la guerra, porque el Gobierno no le perdonó que ayudara a las víctimas del conflicto sin importarle de qué bando fueran. En tiempos de paz había sido una entusiasta de las marchas interreligiosas iniciadas por un jesuita en Siria. La Compañía de Jesús reproduce hasta finales de junio en España aquella iniciativa para hermanar a la población local con los refugiados

Ricardo Benjumea
Arranque de los Caminos de Hospitalidad, el 2 de junio, en Santiago de Compostela. Foto: Entreculturas

Maisoun Shukair era una personalidad en el mundo de la cultura siria. Su primer libro, Saca tu muerte de mi espejo (2009), obtuvo el Premio Al Mazraa en Siria (uno de los galardones literarios más prestigiosos en su país) y el Premio de los Escritores Palestinos. Tenía su propia farmacia desde hacía 24 años en Damasco, pero la guerra lo cambió todo. Se dedicó a atender a víctimas del conflicto sin importarle el bando. Colaboró durante cerca de año y medio con Médicos sin Fronteras, introduciéndose por la noche en zonas rebeldes con bolsas de suero bajo la ropa que le hacían pasar por embarazada. Tuvo suerte, cuando la Policía vino a buscarla, de no estar en casa. Huyó al Líbano con sus dos hijos. Su marido fue apresado en la frontera y pasó en la cárcel tres meses, pero tras el susto logró hacer el trayecto por las montañas. Una familiar, médico de profesión, los invitó a venir a Madrid. Maisoun solo consiguió permiso para llevarse a un hijo, el mayor, en peligro de ser reclutado para la guerra. A los otros dos miembros de la unidad familiar se los trajo unos meses después con la ayuda de una abogada.

De confesión drusa (una rama del islam chiita), Maisoun Shukair tenía muchos amigos de otras religiones. Solía participar en las marchas interreligiosas iniciadas por un sacerdote jesuita, que se convirtieron en importantes lugares de encuentro, especialmente para las personas de mayor nivel cultural. «Nunca imaginé que las cosas podrían cambiar tanto», dice a Alfa y Omega. Pero no pierde la esperanza: «Tenemos una historia y una cultura muy ricas: eso es lo que va a salvarnos».

«La vida en España para un refugiado no es sencilla», cuenta sobre su nueva situación. «Después de poco más de un año te ves en la calle sin ayudas, sin conocer el idioma». Porque, a diferencia de Alemania, que facilita un aprendizaje intensivo de la lengua, «en España no existen programas similares», lamenta. Tampoco facilidades para homologar los títulos. Entre sus amigos refugiados, hay varios profesionales altamente cualificados que solo pueden vivir de la Renta Mínima y de otras ayudas públicas, que perderían en el momento de aceptar cualquier empleo precario mal pagado y de duración incierta. «No queremos ser una carga para España, queremos trabajar y dar ejemplo a nuestros hijos», dice. «Yo doy gracias a la sociedad española por cómo nos ha acogido. Con la gente no tenemos problemas, pero las leyes están mal hechas», denuncia.

Maisoun tiene suerte de haberse cruzado en su camino con organizaciones como Accem y CEAR o, en los últimos tiempos, con Pueblos Unidos, donde ha encontrado «una familia». Ha conseguido convalidar su título universitario, si bien, para poder ejercer, ha tenido que bajar un escalón, estudiar Auxiliar de Enfermería, para de este modo entrar en prácticas en una farmacia, única vía para retomar su profesión. También su marido trabaja. No como ingeniero civil, sino en atención al cliente en una empresa, gracias a su dominio de varias lenguas. Su hijo mayor ha conseguido una beca en la Universidad Camilo José Cela y aspira a convertirse en director de cine. El pequeño acaba de examinarse de las pruebas de acceso a la universidad.

Los jesuitas articulan una red de solidaridad

En el país donde reposan los restos del apóstol Santiago, los caminos son lugares privilegiados de encuentro. El Sector Social de la Compañía de Jesús recoge el testigo del jesuita Franz van der Lugt, que organizaba en Siria marchas de varios días que servían para acercar a personas de distintas religiones. Tras el asesinato del sacerdote en 2014, dieron continuidad a su iniciativa varios sirios refugiados en Europa, algunos de los cuales visitan estos días España, donde –tras el pistoletazo de salida el sábado 2, simultáneamente en Madrid y en Santiago– hay convocadas caminatas hasta el día 23. Caminos de Solidaridad es el nombre de esta iniciativa.

«Se trata de promover una narrativa positiva sobre las migraciones», una realidad que «está aquí para quedarse» y que, bien encauzada, ofrece grandes «oportunidades de encuentro», explicó Alberto Ares, hasta ahora delegado del Sector Social de los jesuitas en España, en una presentación celebrada el 21 de mayo en la ONG Entreculturas. Las marchas, abiertas a todo el mundo, son escuelas de «encuentro y convivencia», añadió, detallando que van acompañadas de otras iniciativas de sensibilización sobre la situación de los refugiados, particularmente en centros educativos.

Caminos de Hospitalidad incluye también una vertiente de incidencia política, con reuniones con responsables políticos, y un programa de cooperación internacional (más del 85 % de los refugiados –recordó el director de Entreculturas, Daniel Villanueva, citando datos de ACNUR– permanecen en los países vecinos al conflicto). Un último aspecto de la campaña consiste en organizar una red de hogares y parroquias que den cobijo a personas o familias de tres a seis meses, o bien simplemente para un par de noches, si la persona está de paso hacia otros países en Europa.