¡Ha resucitado! - Alfa y Omega

¡Ha resucitado!

Vigilia Pascual

Juan Antonio Martínez Camino
La resurrección de Cristo y las mujeres en la tumba, de Fray Angélico. Convento de San Marcos, Florencia

La muerte está hoy más presente que nunca en nuestras vidas. Pero casi sólo en las pantallas de los televisores o de los móviles. Los medios nos sirven sin descanso accidentes, atentados, guerras, degollamientos, crímenes familiares y también las muertes de los famosos. Así, el morir tiende a ser considerado como algo lejano, cuando no como una ficción que no va con nosotros. En cambio, a los niños no se les permite ver a los abuelos que han fallecido –casi siempre fuera de casa– y si preguntan por ellos, con frecuencia se les responde con evasivas que ocultan la verdad. No hace mucho, oí con asombro a un locutor, de cierta emisora de la que menos lo hubiera esperado, quejarse enérgicamente de que se llevara a los pequeños a la iglesia para asistir a los funerales de los mayores, sobre todo si se oficiaban ante el féretro.

Si los niños no son educados para afrontar la muerte, tampoco lo son para afrontar la vida. Vivir huyendo del horizonte del morir es vivir en la falsedad, no es vivir honestamente. De ahí se derivan tantas anomalías espirituales de las que la violencia, el egoísmo, el fracaso del entendimiento y de la concordia sacan provecho mortal. Porque el peso de vivir no se puede llevar con garbo sin la esperanza de que la última palabra no sea de la muerte. Esto último cae fuera de los poderes humanos, a pesar de ciertos juegos supuestamente científicos de búsqueda de la inmortalidad. Por eso, hay tantos que no quieren mirar a la muerte de cara y se engañan ante las pantallas echándola lejos.

La enorme piedra del sepulcro de Cristo no podía ser removida por las mujeres que iban de mañana a embalsamar su cadáver. Es la piedra que simboliza la impotencia humana frente a la muerte. Los varones eran aún más incapaces. Habían puesto tierra por medio.

Pero hay un poder capaz de mover esa piedra: el que puede llamar a los muertos a la vida, porque antes ha llamado al ser a lo que no existía. ¡Dios ha resucitado a Jesús el Nazareno! ¡La nueva creación está en marcha! ¡Es posible mirar de cara a la muerte!

Jesucristo, el que había sido crucificado, vive. El anuncio de su resurrección es la noticia mejor de la Historia. Es verdad que el deseo de la inmortalidad anida en el corazón del ser humano y que todas las culturas le han dado expresión de alguna manera. Aunque también es verdad que es un deseo tan enorme que, paradójicamente, ha acabado por ser sofocado por la cultura pública occidental que nos domina, tan escéptica y tan supuestamente realista y pragmática. Pero la noticia de la Pascua se ha introducido en las venas de la Historia como un revulsivo permanente. La luz de la noche santa que vio a Jesús abandonar el sepulcro no se extinguirá jamás en el espíritu y en la historia de los hombres. No tengamos miedo de la luz. No tenemos por qué andar huyendo de la muerte. Podemos dar crédito al eco de la transfiguración de nuestros cuerpos mortales que resuena en lo hondo de nuestras almas. Es menos realista creer a los sacan partido de la cultura de la muerte. Somos libres. Eduquemos a nuestros hijos para la libertad.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Evangelio / Marcos 16, 1-8

En aquel tiempo, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:

«¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro?»

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:

«No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo».

Salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.