Teilhard: Filósofo, místico y visionario - Alfa y Omega

Teilhard: Filósofo, místico y visionario

El 10 de Abril de 1955 moría en Nueva York Pierre Teilhard de Chardin. Sobre la mesa de su despacho unas cuartillas escritas tres días antes. En ellas se encontraba una fórmula que sintetizaba el pensamiento que había ido madurando a lo largo de su vida: «Cosmos = Cosmogénesis = Biogénesis = Antropogénesis = Cristogénesis»

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Hablar de Teilhard es hablar de un científico relevante, de un filósofo y teólogo no académico, de un místico y de un visionario. Hablar de Teilhard es hablar de una continua búsqueda en la que poder conjugar la fe y la razón partiendo de la ciencia, una búsqueda de sentido en la que estaba implicada su propia persona.

Teilhard había nacido en Orcines, población de la Auvernia francesa, en 1881. Cuarto hijo de una familia numerosa ingreso en el noviciado jesuita de Aix-en-Provence, estudió teología en Jersey y fue ordenado sacerdote en Hastings, corría el año 1905. A su vocación religiosa se le unía su vocación científica, hijo de la tierra e hijo del cielo como él decía. La actividad científica de Teilhard se desarrollo en el campo de la geología y la paleontología. Si tenemos que destacar un hecho en su dilatada carrera científica éste ha de ser su prolongada estancia en China entre los años 1923 y 1945. En China fue nombrado consejero del servicio geográfico, participo en el descubrimiento del Sinantrhopus (Homo erectus pekinensis) junto con Henri de Breuil en Zhoukoudian, excavaciones que dirigiría años después. En los años que transcurren entre el 1935 al 1938 realizó expediciones a la India y a Java, en Java investigó en los depósitos originarios del Pithecantrhopus (Homo erectus erectus). En 1945 regresa a Francia, en 1947 es nombrado director de investigación de la Recherche Nationale Scientiphique y en 1950 es elegido miembro de la Academia de Ciencias Francesa. Establecido en Estados Unidos desde 1951 hasta su defunción y con más de 70 años en calidad de agregado a la Wernner-Gren Foundation, todavía realizo dos expediciones a África del Sur. La obra científica de Teilhard recoge más de 270 trabajos entre 1905 y 1955 tal como aparecen en la edición de N. y K. Smichtz-Moorman.

Fue sin embargo su obra espiritual, publicada en 13 volúmenes por Editions du Seuil en los años posteriores a su muerte, la que suscitó un inusitado interés. Las ciencias de la tierra y de la vida le habían presentado un universo dinámico donde el tiempo y la evolución aparecían como esenciales. El mundo evolucionaba en el sentido de una creciente complejidad, el aumento de complejidad implicaba un aumento correlativo de interioridad y de conciencia. La materia en su dinamismo evolutivo llevaba a la vida y con la emergencia de la conciencia surgía la realidad humana, noosfera en palabras de Teilhard. Este proceso no podía explicarse por el puro azar, no era ciego sino que estaba potencialmente dado en la materia. El fenómeno cristiano tenía que repensarse ante esta nueva realidad que revelaban las ciencias. En su obra El Medio Divino diría que toda su actividad científica no tenía otra finalidad que descubrir el corazón de Cristo en el corazón de la materia.

Su pensamiento de carácter multidisciplinar fue madurando en una síntesis científico-filosófico- teológica donde no faltaba el impulso místico. Se trataba de ver el mundo en su totalidad, las estructuras del pasado le permitían comprender el presente y atisbar el futuro. Su reflexión, afirmaba en El Fenómeno Humano, tomaba el modelo de los antiguos filósofos griegos en el sentido de partir de los datos que la ciencia le ofrecía para ir más allá, a una especie de hiperfísica que descubriese el auténtico sentido de la realidad. Él buscaba entender la materia desde el espíritu y no a la inversa. La ciencia mostraba que el universo estaba sujeto a una línea de incremento de complejidad desde las partículas elementales hasta la vida y la conciencia del hombre, esta evolución debía converger en un Punto Omega, trascendental y personal que actuaría como un atractor y que el identificaba con el Dios cristiano. Las resonancias paulinas de su obra son claras. Para Teilhard, Cristo sería el centro hacia el que convergería el universo entero, toda la creación tendría consistencia en función del Verbo Encarnado. Creo que el universo es una evolución, dirá en Lo que yo creo, creo que la evolución camina hacia el espíritu. Creo que el espíritu del ser humano llega a su perfección en lo personal. Creo que lo personal superior es el Cristo Universal. Así ciencia y religión no sólo no se opondrían sino que se complementarían, ambas serían como las dos fases de un único conocimiento, una fase analítica representada por la ciencia y una fase sintética representada por la religión. En El Sentido Humano afirmará: «La luz de Cristo no se eclipsa por el brillo de las ideas del futuro, la investigación y el progreso, sino que ocupa el centro que mantiene el fuego».

La novedosa obra de Teilhard insuficientemente comprendida fue mirada con muchas reservas por la Iglesia Católica, si en vida se le prohibió publicarla, una vez publicada fue acusada de graves errores, un decreto del santo Oficio llegó a pedir su retirada de las bibliotecas eclesiásticas. Sin embargo, pronto voces como las de Henri de Lubac o Paul Chauchard, salieron en su defensa. El propio Pablo VI llegaba a poner a Teilhard como ejemplo de científico que encontraba la presencia de Dios como principio inteligible e integrador del universo y algo más tarde Ratzinger, en su obra Principios de Teología Católica, afirmaba que la constitución conciliar Gaudium et Spes estaba penetrada del pensamiento de Teilhard.

En los años 70 el interés por Teilhard decayó súbitamente, las razones pueden ser muy variadas y no vamos a comentarlas. Lo que si comentaremos es el interés que nuevamente parece suscitar su obra. Por poner un ejemplo, en España se ha constituido recientemente la Asociación Amigos de Teilhard de Chardin con el objeto de difundir su legado.

Teilhard sigue siendo una gran fuente de inspiración respecto al diálogo ciencia-fe. Debe ser también una fuente de interpelación para una teología que debe repensar el cristianismo a la luz de los descubrimientos científicos, una teología que permita pensar en la realidad evolutiva como un proceso de auto-organización querido por Dios. Como decía Santo Tomás una falsa concepción de mundo puede llevar a una falsa concepción de Dios y consiguientemente a que los hombres se alejen de Él. La obra de Teilhard puede ser fuente de inspiración para una ciencia que se abra a procesos globales de reflexión más allá de los prejuicios heredados, una ciencia que también vuelva a tener en cuenta las inspiraciones éticas que surgen de lo religioso. Por último la obra de Teilhard puede ser fuente de inspiración para un cristianismo en general que pierda el miedo al mundo de hoy, pensando que lo peor sería no tener nada que ofrecer, decir o hacer. Un cristianismo que no se limite a dar respuestas de ayer a problemas de hoy.

Quiero finalizar con unas palabras esperanzadoras del padre Teilhard, esa esperanza que debe estar en el fondo del ser cristiano: «Llegará un día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad, aprovecharemos para Dios las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego» (Teilhard de Chardin. In memoriam 1881-1955).

J. J. Cañete Olmedo
Profesor del Seminario Diocesano, Jaén