«A la Iglesia la llaman golpista y por eso nos amenazan» - Alfa y Omega

«A la Iglesia la llaman golpista y por eso nos amenazan»

Los grupos afines a Ortega han traspasado el límite que mantenía a la Iglesia como un agente crucial en la construcción del diálogo en Nicaragua. La tarde del lunes atacaron al nuncio, al cardenal Brenes y al auxiliar de Managua, Silvio Báez. Pero no han sido los únicos: además de las amenazas diarias desde hace meses, el fin de semana pasado se atrevieron a entrar en una comunidad religiosa y saquearla

Cristina Sánchez Aguilar
Unas monjas hablan con un joven afín a Ortega en el exterior de la basílica de San Sebastián, en Diriamba. Foto: AFP Photo/Marvin Recinos

—Hace unos minutos, una hermana me escribe en el WhatsApp y a mí me duele el alma: «Llevamos días muy angustiosos en León. Hace un ratito liberaron a 22 chavalos. Pero se llevaron once al Chipote. ¡Qué calvario! Hoy también se llevaron a mi vecino y estoy averiguando qué pasó con él. ¡Dios salve a Nicaragua!».

Es de noche. Una de esta semana, similar a tantas otras. Con las mismas noticias de desapariciones y muertes. Una religiosa nicaragüense, que prefiere no revelar ni su identidad ni la de su congregación, escribe a Alfa y Omega. Reproduce el mensaje de su hermana como encabezamiento del escrito. Es el «pan nuestro de cada noche». Después, firma como alguien más «de este pueblo minúsculo y vandálico», dos adjetivos «que aquí se han vuelto muy importantes, porque los utilizó la vicepresidenta –y mujer de Ortega– para descalificar al pueblo».

Las últimas noticias hablan de una línea traspasada en el respeto hacia la institución eclesial, arte y parte –a petición del presidente– del momentáneamente suspendido diálogo nacional. La tarde del lunes grupos paramilitares afines al Gobierno irrumpieron en la basílica de San Sebastián, en la ciudad de Diriamba, donde se encontraban el nuncio apostólico en Nicaragua, Sommertag; el presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Managua, el cardenal Brenes, y el obispo auxiliar de la misma diócesis, monseñor Báez. Se encontraban allí para liberar a un grupo de enfermeros y misioneros franciscanos sitiados en el templo cuando fueron atacados por varios encapuchados. El resultado son algunas heridas de poca gravedad, pero la línea ya se ha cruzado: «Hemos ido a las parroquias no para hacer violencia, sino para consolar a nuestros sacerdotes, para acompañarlos en el sufrimiento; sin embargo hemos recibido esa agresión y todos hemos sufrido por Cristo», relataba el cardenal Brenes tras el suceso.

El turno de las comunidades religiosas

La Iglesia a pequeña escala también está sufriendo el incremento de la violencia: «A nosotras nos habían amenazado con quemar el colegio en uno de nuestros barrios pobres. Organizamos con la gente turnos de vigilancia. Pero hasta ahora solo había sido el susto; escuchábamos a los paramilitares y los disparos, pero nunca se habían atrevido a entrar», explica la religiosa. Hasta el fin de semana pasado. «Los paramilitares tomaron Jinotepe, incluyendo el tranque de San José, situado en uno de los costados del colegio San José, de las hermanas josefinas. Los paramilitares han estado en el colegio toda la mañana y se han metido en la comunidad de las hermanas cuatro veces. Quebraron las persianas y las saquearon. Gracias a Dios no tocaron a las religiosas, pero insisten en que deben saber algo y que han de confesarlo».

Esa sapiencia no es otra que estar al del pueblo sin desfallecer y la petición, por parte de la Iglesia unida, de elecciones anticipadas. «No queremos que la pareja presidencial permanezca en el poder durante el tiempo de preparación a las elecciones, y eso lo interpretan como un golpe de Estado. Por eso, a los miembros de la Iglesia nos llaman golpistas. Y por eso nos amenazan». Y ahora atacan. «Pero disentir es un derecho del pueblo». Y la vida religiosa «se encuentra en estos márgenes, donde la vida del pueblo clama por sus derechos».

Monjas, en las marchas

Como parte del pueblo que son, los religiosos y religiosas en Nicaragua han participado activamente de las protestas contra la violencia y la represión gubernamental. «Una de las experiencias más fuertes que he vivido junto con mis hermanas ha sido la participación en las marchas. La sensación es como si toda Nicaragua hubiera salido y a un grito unánime exclamara libertad».

Ante la evidente polarización social, se siente optimista. «Una inmensa mayoría del pueblo, sin el poder de las armas, desea y apuesta por una Nicaragua en auténtica democracia, clama por la paz que solo se puede construir sobre la base de la justicia, lucha por la dignidad humana y los derechos ciudadanos». Es tan solo una pequeña minoría, «con el poder de las armas, la que defiende al Gobierno actual». Y afirma ser testigo de «cómo personas que pertenecían o apoyaban a Ortega han ido cambiando sus posiciones. No a pocos hemos oído decir: “Me da vergüenza ser sandinista”».

Pero la división está ahí, «y va a necesitar ser trabajada en el futuro cercano. Por eso nos hemos inscrito en un curso sobre perdón y reconciliación. Sabemos que habrá que sanar heridas, recrear la convivencia, tejer relaciones no violentas… y queremos estar preparadas para ayudar». El primer paso, recalca, «es ayudarnos a entender que el perdón y la reconciliación pasan por no olvidar; solo se pueden alcanzar devolviendo a las víctimas el derecho a la justicia y a la no impunidad».