Cómo duele el duelo - Alfa y Omega

Antes de acabar mi guardia de la noche y disponerme a marchar, pasé a despedirme de los enfermos de mi pueblo. Entre ellos estaba Juan. Aún recuerdo el abrazo que me dio el día del entierro de su mujer, diciéndome: «Gracias por el entierro tan bonito que le ha hecho». Ahora, después de algo más de un mes de este acontecimiento, había vuelto a resentirse de su mala salud y llevaba unos días ingresado. Allí estaba cabizbajo y con la mirada perdida y su hijo junto a él. Me senté a su lado y me contó, con una de esas frases con las que solo las personas mayores son capaces de decir mucho: «Tengo dos cosas: lo de la enfermedad, con la que de vez en cuando me vengo abajo y tengo que ponerme el tratamiento, pero lo malo es lo otro. Eso sí que es malo».

No se atrevió ni a llamarlo por su nombre, duelo, que como sabemos viene de dolor, y es el dolor profundo que nos deja la ausencia de la persona que ya no volveremos a ver, pero que su recuerdo no nos permite quitarnos la de la cabeza. Y allí permanecí, a su lado, intentando ser lo más resiliente y empático que podía a través de la escucha activa y procurando transmitirle confianza para que fluyera todo el dolor contenido. Le dejé que se desahogara, para que su pena no lo acabara ahogando en su propio dolor. Y entre lágrimas, casi en un pequeño hilo de voz, me dijo: «Parece que está usted dentro de mi cabeza, pero sabe, don Manuel, que es muy duro que después de más de 60 años abras la puerta y no la encuentres». «Tienes toda la razón», le dije; «es muy duro y ese dolor es demasiado fuerte para soportarlo».

Pero, él y yo sabíamos muy bien que la realidad era otra. Mucho más duro es que, cuando abres la puerta, la sigues viendo en todos los rincones de la casa, porque está en lo más profundo de tu corazón y de ahí nadie la puede quitar. Él sabe que su mujer no se ha ido definitivamente y que va a tardar en irse, porque es muy difícil dejar marchar, así sin más, a las personas que el amor han hecho que formen parte de lo más profundo de nuestro ser. Qué verdad es lo que dice la Biblia: «Abandonará el hombre a su padre y a su madre y serán los dos una sola carne».