La vida de las parejas cristianas «va más allá de la cama» - Alfa y Omega

La vida de las parejas cristianas «va más allá de la cama»

La vida de las parejas cristianas es mucho más que su sexualidad. «Habría que tomar la cama y colocarla dentro de la casa». Porque «en una familia no existe solo el dormitorio». Son ideas que tenía claras Pablo VI en 1968, cuando publicó la Humanae vitae. Un texto que pasó a la historia como la encíclica del no a la píldora anticonceptiva. Pero el Papa miraba más allá. Le preocupaban los hombres y mujeres de su tiempo. Quería proponerles un camino de amor. Ahora, una investigación con documentos inéditos derriba mitos y demuestra los esfuerzos del Pontífice por ofrecer al mundo una visión positiva del asunto más candente de su época

Andrés Beltramo Álvarez

Durante más de un año y gracias a un permiso papal, Gilfredo Marengo pudo zambullirse en los archivos de la Santa Sede. Así logró reconstruir el itinerario que llevó a la publicación de la encíclica Humanae vitae el 25 de julio de 1968. 50 años después de aquel acontecimiento, publicó el resultado de sus pesquisas en el libro El nacimiento de una encíclica. Humanae vitae a la luz de los Archivos Vaticanos (Librería Editorial Vaticana).

En su trabajo, el docente del Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia hizo varios descubrimientos. Uno de enorme relevancia: Pablo VI autorizó que se reescribiese la encíclica, porque su primer borrador era pesadamente doctrinal, demasiado cerrado. Y en esta decisión tuvo mucho que ver un clérigo español, Eduardo Martínez Somalo, entonces traductor de la Secretaría de Estado Vaticana destinado a convertirse en cardenal.

Él, junto al traductor francés Paul Poupard, hicieron ver que el texto original del documento, que llevaría por título De nascende prolis, era «demasiado rígido y esquemático». De ser publicado, traicionaría el deseo del Papa de enunciar los postulados de forma útil y positiva. Al final, Pablo VI autorizó mandar el primer boceto al archivo y empezar de nuevo, incluso cuando ya había fijado una fecha de publicación que nunca se cumplió: el 23 de mayo de 1968.

El Pontífice no se quedó ahí, él mismo se involucró personalmente en la corrección de toda la parte pastoral de Humanae vitae. «Buscó componerla para que pudiese encontrar la sensibilidad de las parejas cristianas del tiempo, su preocupación era esta», explica Marengo en entrevista con Alfa y Omega.

Detalles que derriban mitos históricos sobre Pablo VI y su documento, que lo colocan lejos de la caricatura del Papa insensible, interesado solo en reforzar la doctrina tradicional y ajeno a las preocupaciones de una sociedad en efervescencia.

«Pablo VI fue acusado, inmediatamente después de la publicación de la encíclica, de haber actuado solo, de haber traicionado la colegialidad que el Concilio había puesto como tema. Los documentos muestran que él continuó pidiendo consejos, pareceres, juicios. Pero muchos le dieron pareceres que no iban en la línea que él consideraba necesaria seguir», precisa Marengo.

Y apunta: «Es cierto que Pablo VI no decidió solo, pero después, de hecho, se quedó solo con respecto a la mayoría de la opinión pública, ya sea eclesial o externa. En esos años ese tema era candente, no solo dentro de la vida de la Iglesia, sino también en la sociedad y en la cultura».

El Papa Pablo VI saluda a una niña durante su visita a la parroquia romana de San León Magno, en marzo de 1968. Foto: CNS

Un Papa con sentido de responsabilidad

La encíclica fue «muy divisiva, tanto a nivel de base como entre los teólogos y especialistas». Sobre ella, dice Marengo, se descargó «toda la tensión que se había creado inmediatamente después del Concilio Vaticano II». Pero en realidad, afirma, esa polarización respondía a cuestiones que iban más allá del contenido del texto.

«Uno de los grandes mitos es que muchos decían que Pablo VI estaba dudoso, titubeante, y que no sabía decidir. Pero los documentos demuestran que el Papa había madurado una opinión muy clara sobre ese problema. Él se daba cuenta de que dar ese juicio iba a ser difícil, por eso continuamente pidió los instrumentos para decir lo que quiere decir él en el mejor modo posible. Quería hacerse entender», prosigue el experto.

El Papa –constata– tenía un enorme sentido de la propia responsabilidad. Y de la tradición. «Él, en conciencia, compartía el juicio de que la anticoncepción era una cosa de por sí mala», pero se daba cuenta de que no podía decir eso en 1968 con las mismas palabras que en 1930. Además, sabía que la sensibilidad dominante no era favorable.

Otras cuestiones lo desvelaban. Entre ellas el avance de agresivas políticas antinatalistas, sobre todo en «países del tercer mundo». Esto, como producto de la invención de la píldora. «Él estaba preocupado porque se diese una palabra válida no solo al interior de las parejas cristianas, sino que hiciese entender al mundo que invertir en políticas antinatalistas era un daño para la sociedad. Pero al final no se le dio un justo peso a este argumento», insiste.

Ni las preocupaciones del Papa, ni sus intentos por ser lo más claro posible, evitaron los grandes debates que siguieron a la publicación de la encíclica. Muchos sacerdotes y obispos, de manera más o menos elegante, tomaron distancia con Pablo VI. Él nunca entró al debate, jamás respondió a sus críticos. Al contrario, dedicó todos sus discursos de comentario a la Humanae vitae a reforzar su propuesta pastoral.

«Salvo poquísimos, la mayoría de los críticos no entraron en el centro de la cuestión. Fue más un ataque a Pablo VI, lo acusaban de no ser conciliar o colegial. No analizaron la cuestión de fondo. Esto amargó mucho al Papa, y aunque su encíclica fue sufrida, él hasta el final reafirmó que la habría vuelto a publicar. Aunque defendió muchas veces la encíclica, jamás respondió a sus críticos, prefirió concentrarse en los aspectos positivos», dice Marengo.

Todo el debate en torno a la Humanae vitae tuvo, a su juicio, un «extraño efecto»: enfatizó desmedidamente algunos pasajes de su contenido. Y durante décadas pareció «como si toda la vida de una pareja cristiana dependiese del adherirse o no a este documento. El énfasis llevó a pensar que, en la pastoral, la cosa más importante fuese la cama», afirma, aludiendo al tema de los anticonceptivos. Justo lo contrario del deseo del Papa que, en ese texto, rompió el esquema tradicional de los documentos papales que enunciaban la doctrina y prescribían de forma precisa su cumplimiento.

En cambio, él prescindió escrupulosamente de los juicios secos y prefirió algo más difícil: presentar un camino que lleve a explicar las razones de la doctrina. «Esta es la genialidad de Pablo VI. Pero en su época no lo entendieron, porque quienes leyeron [la encíclica] lo hicieron con el viejo esquema, criticaron la doctrina y dijeron: “si la doctrina está errada, también la pastoral lo está”».

Aquella sería la última encíclica de Montini. No publicaría otra en sus siguientes diez años de pontificado. Para el estudioso, cinco décadas después, ese documento aún mantiene su vigencia. No solo porque es enseñanza de la Iglesia sino, sobre todo, porque propone a fondo el valor positivo de la paternidad responsable.

Si bien ese valor no agota la vida conyugal, entenderlo de verdad es fundamental para las parejas. Por eso, en tiempos en los cuales se cree que un hijo es «un derecho» o «un problema», indicó que el gran desafío de la Iglesia es encontrar las formas para acompañar a los matrimonios a vivir bien en su familia.

A final de cuentas, para Marengo la clave está en el vínculo entre la responsabilidad y el amor. Y en enseñar a las parejas a entender que no hay diferencia entre las figuras del amante, el padre o la madre. Por eso apunta: «No es idealismo, hay que ayudarlos a comprender que las cosas van juntas, y para recuperar este valor, Humanae vitae resulta imprescindible y actual».