Gente de hierro - Alfa y Omega

Gente de hierro

Eva Fernández
Foto: EFE/Aitor Pereira

La señal de emergencia del pesquero español Dorneda saltó al filo de la media noche antes de hundirse frente a la Patagonia argentina. La armada de aquel país rescató a 25 de los 27 marineros que componían la tripulación. Uno de ellos ya había muerto y el otro, que cayó al agua, se da por desaparecido. Esto ocurrió hace tan solo unos días a más de 11.000 kilómetros de Galicia. La gente que trabaja en el mar siempre está demasiado lejos de su casa. Lejos de la fiesta de graduación de un hijo, del cumpleaños de su mujer o de la muerte de un padre. Su vida corre paralela a la de los suyos y, cuando se encuentran, apenas queda tiempo para recuperar tantos instantes perdidos. Por eso son personas de hierro, fuertes, valientes. Casi seres únicos de una especie que se extingue. Más de un millón de navegantes surcan cada día los mares de todo el mundo. Gente del mar, acostumbrada a rutinas de soledad y silencio. A jornadas maratonianas de trabajo en medio de temporales. Y siempre con la línea de costa demasiado lejos como para poner pie en tierra firme.

En una semana en la que celebramos a la Virgen del Carmen, patrona de marineros y navegantes, conviene recordar el mensaje que el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral ha publicado con motivo de la única jornada del año en la que el mundo se fija en ellos.

Cuando tu espacio se limita a lo que da de sí la longitud del barco. Cuando tu litera es tan compartida como tu intimidad, y el hedor tras tantas jornadas sin limpieza se hace insoportable. Cuando lo que más duele es no poder comunicarte con tu familia durante meses. El documento vaticano recuerda que los marinos mercantes transportan el 90 % de los bienes necesarios para la vida en el planeta. Ahí está incluida tu latita de atún para la ensalada o la estantería de madera del salón.

Cada barco encierra una intrahistoria que roza en muchas ocasiones la explotación e indiferencia. Hoy en día, la burocracia absurda les niega en muchos puertos la posibilidad de desembarcar, incluso se impide a capellanes y a voluntarios subir a los barcos para prestarles ayuda. El Vaticano no oculta su preocupación cuando, además, armadores sin escrúpulos abandonan a la tripulación en puerto sin haberles pagado el salario. Sin comida, sin carburante y sin posibilidades de regresar a su país. El texto señala que entre el 2012 y el 2017 más de 1.300 marineros han sido abandonados en puertos extranjeros lejos de casa. En esas circunstancias extremas los únicos que acuden en su socorro son las organizaciones humanitarias y, sobre todo, la Iglesia, muy acostumbrada ya a enterrar a muertos que nadie quiere, a llevar a hospitales a enfermos y hasta proporcionarles teléfonos para que den señales de vida a sus familias. Esta es la gente del mar. Aunque solo sea por un día, quede aquí el reconocimiento a un trabajo solo apto para gente de hierro.