Monseñor Menéndez: «Debemos explicar que la hospitalidad nace del mandamiento del amor» - Alfa y Omega

Monseñor Menéndez: «Debemos explicar que la hospitalidad nace del mandamiento del amor»

En un contexto en el que crecen los «grupos sociales que presionan a la población y a los políticos para que pongan fin a la migración», monseñor Juan Antonio Menéndez, responsable de Migraciones de la Conferencia Episcopal, afirma que la Iglesia tiene que esforzarse por comunicar una visión real y positiva de la inmigración y de la doctrina y labor de la Iglesia con los extranjeros. «La Palabra de Dios –recuerda– los pone al mismo nivel que al huérfano y a la viuda»

María Martínez López
Foto: EFE/J. Casares

Además de la ingente labor que hace la Iglesia para promover la acogida e integración de los inmigrantes y refugiados en España –en 2016 las diócesis y otras entidades católicas atendieron a 140.897 personas en 215 centros específicos–, ahora debe hacer frente a otra prioridad: comunicar bien tanto la realidad del fenómeno migratorio como su labor en este ámbito.

Esta necesidad se ha puesto de manifiesto en el encuentro anual de obispos encargados de Migraciones del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), celebrado el fin de semana pasado en Estocolmo (Suecia) en torno al lema Inspirar cambios: formar, informar y crear conciencia sobre movilidad humana.

El representante de España en esta cita fue monseñor Juan Antonio Menéndez Fernández, obispo de Astorga y presidente de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española. En declaraciones a Alfa y Omega, monseñor Menéndez explica que las delegaciones de Migraciones tendrán que trabajar «sobre todo con los medios de comunicación eclesiásticos», así como «usar las redes sociales».

Información real, normal y positiva

«La comunicación –explica– juega un papel muy importante para concienciar y sensibilizar. Una información veraz ayuda mucho al entendimiento, aleja el miedo al otro y previene el enfrentamiento».

Según el obispo, esta comunicación debe tener tres pilares. El primero es hacer «una narración real y positiva de la inmigración». También desde la normalidad, «porque es un fenómeno que ha venido para quedarse».

Esto es importante en un contexto social en el que se está dando un «aumento de grupos sociales que presionan a la población y a los políticos para que pongan fin a la migración». Para ello, se subrayan noticias negativas que vinculan a los inmigrantes con el terrorismo, la droga y otros fenómenos.

«Pero –continúa monseñor Menéndez– se silencia la aportación positiva que la inmensa mayoría de los migrantes hace al país que los acoge» en todos los planos: el económico, el cultural y también el religioso, «rejuveneciendo y revitalizando» muchas parroquias y comunidades.

Doctrina… y obras

La Iglesia también debe esforzarse en transmitir «la riquísima doctrina que tiene sobre el trato al extranjero, al que la Palabra de Dios pone al mismo nivel que el huérfano y la viuda». Cuando el rechazo al extranjero viene de entornos católicos o cercanos a la Iglesia –continúa el obispo–, esta «debe explicar muy bien que la hospitalidad es una virtud cristiana que nace del mandamiento del amor fraterno y de la promesa del Señor: “Fui forastero y me acogisteis”. Al mismo tiempo, debe convencer con hechos y palabras para quitar el miedo al extraño que viene en son de paz».

Y por último, junto a la doctrina, «es importante también que la iglesia sepa comunicar lo mucho que hace en favor del respeto y la promoción del inmigrante». El presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones compara esta labor a la de «una hormiguita, que trabaja todos los días y no solo a golpe de sentimiento».

En este sentido, le pareció «muy interesante» que en el encuentro de Estocolmo se analizaran varios casos en los que la crisis migratoria ha tenido un gran impacto en los medios; por ejemplo, el caso del niño Aylan. Son –resume– fenómenos mediáticos que tienen «pros y contras».

Para monseñor Menéndez, una de las riquezas de encuentros como el de CCEE en Estocolmo son «las experiencias tan distintas que se comparten»: las iglesias del sur y centro de Europa, que colaboran con las administraciones y la sociedad civil para acoger e integrar a los inmigrantes; las de los países nórdicos, formadas ellas mismas por inmigrantes latinoamericanos y de otros países católicos; y las de países del Este, que ven cómo muchos de sus habitantes abandonan el país buscando paz, seguridad y un futuro mejor.