Repartió todo lo que quisieron - Alfa y Omega

Repartió todo lo que quisieron

XVII Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Multiplicación de los panes y los peces, de Marco Rupnik, en la capilla del Santísimo de la catedral de la Almudena (Madrid)

A partir de este domingo se interrumpe la lectura del Evangelio de Marcos para escuchar casi íntegro el capítulo sexto del de Juan. De este modo, comenzando por el milagro de la multiplicación de los panes, los próximos domingos se abordará el discurso-catequesis de Jesús sobre el Pan de Vida. Estos incluyen el diálogo sobre el maná del desierto, el significado de creer en Jesús y comer al Señor, para concluir con las reacciones tanto de sus oyentes como de los discípulos.

Desde el inicio del pasaje destaca la alusión a la Pascua. Aparte de señalar que «estaba cerca la Pascua», hay más indicios que corroboran el vínculo del texto no solo con la última cena, sino con el misterio de la Muerte y Resurrección del Señor. Se afirma que Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados. Con ello se subraya el carácter ritual paralelo al de la institución de la Eucaristía. Sin embargo, puede pasar desapercibido un pequeño detalle del comienzo, en el que se indica que Jesús se marchó «a la otra parte del mar de Galilea». Este paso de Jesús junto con la gente a la otra orilla ha sido visto como símbolo de la marcha de Israel por el desierto, en el cual el pueblo elegido recibió el maná del cielo, anticipo de la Eucaristía.

La iniciativa de Jesús

Para realizar este signo, el Señor cuenta con la colaboración humana. El pan y los peces son traídos por un muchacho. De aquello que parece muy poco, el Señor va a ser capaz de hacer que produzca gran fruto. Pero para ello es necesario colaborar con lo que él disponga. En el texto sobresale la iniciativa de Jesús, quien dirige los movimientos y se preocupa de la acción de gracias e incluso del reparto, algo que no ocurre en la narración de este episodio por otros evangelistas, donde son los apóstoles los que distribuyen el alimento. Asimismo, Jesús ordena recoger los restos para que nada se pierda. La referencia a los doce canastos que recogieron tras haber comido y la constatación de que quedaron saciados revelan varias cosas. El número doce en la Biblia está vinculado con las doce tribus y, más adelante, con los doce apóstoles. Aquí representa la abundancia de los dones de Dios. En la primera lectura de este domingo, tomada del segundo libro de los Reyes, el profeta Eliseo prepara el milagro. También aparece alguien que aporta pan, personas hambrientas, la dificultad objetiva y la constatación de que «comieron y aún sobró». Así pues, Jesús aparece ahora no como un profeta más, sino como el profeta prometido por Dios, «el profeta que va a venir al mundo».

Jesús como Pan de Vida

Al final del pasaje se relata que «Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo». Este desenlace sorprende, en cierto sentido, pues parece que el Señor se desentiende de la muchedumbre a la cual ha alimentado. Sin embargo, en realidad pretende huir de una visión meramente humana de sus acciones. Ciertamente, Jesús busca saciar el hambre de la multitud, pero no permite que su hacer sea considerado un gesto meramente material y humano. En sus acciones, el Señor pide el salto de la fe y no solo apoyarse en los proyectos humanos, a menudo preocupados solo en el bienestar material. En el conjunto del Evangelio se observa que Jesús, aparte de ayudar en las cosas materiales, siempre ofrece algo que va más allá. Es el caso de la samaritana, a la que da un agua verdadera que supera la física; o del ciego de nacimiento. En ambos casos los pasajes concluían con una confesión de fe en el Señor. El pan que hoy distribuye Jesús aparece bajo un lenguaje eucarístico, que sirve para preparar el discurso del pan de vida. San Juan, por lo tanto, no tiene la mirada puesta tanto en la materialidad del pan, sino en el significado de este gesto como anticipo del gran don eucarístico.

Evangelio / Juan 6, 1-15

Después Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para probarlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «200 denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos 5.000. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».

Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo.