Papa gordo, Papa flaco - Alfa y Omega

A cada nombramiento de nuevos cardenales electores, como los once del pasado mes de junio, algunos periodistas sin mucho conocimiento del Vaticano se lanzan a escribir que «el Papa prepara su sucesión» o que «impone su línea al cónclave llamado a elegir a su sucesor». Es más bien típico de hombres con una visión obsesivamente política, o un cierto deje clerical.

A las vaticanistas –que son ya muchas y se caracterizan por su sentido común– esos comentarios les dan la risa pues saben que la elección de un Papa es un acontecimiento multifacético, único en su especie, difícil de predecir, e incluso de intuir. No pierden el tiempo dibujando filigranas teóricas para los lectores.

La Iglesia cuenta hoy en día con 124 cardenales electores: 59 nombrados por Francisco, 47 por Benedicto XVI y 18 por san Juan Pablo II. A partir de ahí, todas las hipótesis son mera especulación.

A la hora de la verdad, una de las predicciones más fiables –imagínense las demás– es el dicho italiano: «A un Papa gordo sigue un Papa flaco». Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco… El ingenio popular refleja de modo simpático una sabiduría de fondo: no hay reglas para predecirlo.

Según el vaticanista norteamericano John Allen, excelente observador, «en las ultimas seis elecciones papales, los favoritos ganaron dos veces (Pablo VI y Benedicto XVI), mientras que los candidatos-sorpresa ganaron cuatro (Juan XXIII, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Francisco)».

Aparte de que el Papa Francisco no intenta orientar el cónclave sino el modo en que se gobierna la Iglesia, su preferencia son personas que recuerden el estilo de cristianismo de los Hechos de los Apóstoles. Con frecuencia procedentes de países difíciles como Siria o Irak, o «fuera de cámara» como Haití, Cabo Verde, Madagascar o Laos.

Al término del cónclave de 2013, numerosos cardenales coincidieron –visiblemente felices–, en un comentario sorprendente: «Hemos elegido a alguien a quien no pensábamos elegir». Era la enésima sorpresa del Espíritu Santo, desde la primera en el Cenáculo de Jerusalén.

El pontificado de Francisco está en plena madurez, y nada indica un cónclave a corto plazo. El primer Papa americano va sobrado de energía. Y de confianza en el Gran Elector que aletea en la Capilla Sixtina. Quizá por eso rebosa serenidad y optimismo.