Malos tratos - Alfa y Omega

No pude más. Me levanté de mi mesa, me acerqué a la de aquella pareja y le pedí a él que dejara de decir barbaridades. Ella lloraba y miraba. No tiene mérito especial; además, mido más de 1,80 metros y peso más de 100 kilos.

Se me acercó un hombre de mediana edad, como yo, y me preguntó si yo sabía qué es lo que nos está llevando a esta miseria moral. Le respondí preguntándole si él sabía, por ejemplo, cuántos abortos se habían practicado en España en los últimos 20 años. «¿Y nos asombran los malos tratos?». Cuando matar resulta impune es lógico que haya quien, consciente o inconscientemente, considere que insultar, pegar, abusar o maltratar también lo sea. Nos desprendemos de nuestra responsabilidad social con la vida y la cosificamos. Lo estamos haciendo con los embriones, con los niños, con las mujeres. «Construimos nuestro derecho a utilizarlos», porque ya no vemos personas en ellos. El siguiente paso es el abuso.

¿Se dan más casos hoy en día o es que se conocen más? Pues… ambas cosas. Una sociedad en la que muchos padres renuncian a ejercer como tales y establecen relaciones falsamente igualitarias y adolescentes con sus hijos, normalmente produce sujetos inmaduros. El recurso a la violencia es típico en personas inseguras, incapaces de superar el miedo ante lo que desconocen. Yo no estoy dispuesto a aceptar que todos los maltratadores sean enfermos, aunque alguno habrá. Los maltratadores son, en general, cafres irresponsables, cobardes que esconden sus limitaciones detrás del abuso del poder físico.

«Créeme», le dije, «si queremos atajar el problema de los malos tratos, tenemos que empezar por acabar con la lacra del aborto, por desterrar el uso utilitarista de los embriones (¿por qué legitimar el maltrato a un concebido no nacido para curar a un enfermo?), por rechazar el recurso a la conveniencia como medida del bien». Los maltratos proceden de los malos tratos y no son más que el contexto en el que se desenvuelve una sociedad inmoral, inmadura y fútil.

Nos despedimos. Y cuando fui a pagar mi café… ¡me habían invitado!