Ángel Herrera: la técnica al servicio de la caridad - Alfa y Omega

Ángel Herrera: la técnica al servicio de la caridad

Este sábado se cumplen 50 años de la muerte del cardenal Ángel Herrera Oria, periodista, sacerdote y obispo, impulsor en todas sus obras de la doctrina social de la Iglesia. El catedrático de Historia José Sánchez Jiménez, una de las personas más vinculadas al cardenal Herrera en sus últimos años, destaca en un artículo escrito para la Fundación Pablo VI el empeño de don Ángel de «poner la técnica al servicio de la caridad»

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Fue lema y propósito de Ángel Herrera, sobre todo a partir del radiomensaje navideño de Pío XII, en 1944, con el que trataba el Papa de alertar sobre los peligros de la técnica cuando se ponía al servicio del mal, tras la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Pero también de su valor para ayudar a la promoción de los pueblos. Tras la guerra había llegado el momento de poner estos avances al servicio de los menos favorecidos. Es decir, de poner la técnica al servicio de la caridad.

Ordenado sacerdote en 1940, incardinado en la diócesis de Santander, y adscrito a la parroquia de Santa Lucía para configurar y ordenar su actividad apostólica en el barrio pesquero de Maliaño, Ángel Herrera vio en su apostolado social la fórmula más idónea de divulgar la doctrina social de la Iglesia, a favor de la más eficaz reconciliación de los españoles. Un Estado católico sería el más idóneo, tal como el historiador J. Andrés-Gallego demostrara, para la consecución de este propósito.

El mejor servicio a la diócesis de Málaga

Tras su designación como obispo de Málaga y su toma de posesión de la diócesis en octubre de 1947, aquel propósito comienza a gestarse de forma tan inusitada como rápida. En enero de 1948, solo tres meses más tarde, iniciaba su andadura la Escuela Social Sacerdotal, al tiempo que el nuevo obispo iba descubriendo la realidad social y religiosa malagueña.

Fueron precisamente los primeros profesores y alumnos de esta escuela los que, ante la urgente necesidad de dar remedio al analfabetismo dominante entre la población campesina de la diócesis, acometieron el trabajo estadístico inicial que haría viable, cuatro años más tarde (1952), y tras la presentación del proyecto al Jefe del Estado, el Plan de Escuelas-capillas rurales. Con ellas comienza a reducirse progresivamente el alto porcentaje de analfabetismo entre la población campesina dispersa, gracias a la preparación y actuación de «maestras y maestros rurales» afincados e integrados en sus mismos entornos, y a la labor de los «misioneros rurales», que recorrían las escuelas, impartían catequesis y administraban sacramentos. Todos juntos valoraban y actuaban en favor de la más fiable conjunción entre enseñanza, educación social, acceso a los todavía pobres servicios sociales, y formación y experiencia religiosas.

Esta significativa reducción del analfabetismo fue esencial para que aquellos niños y adultos tuvieran no sólo acceso a una enseñanza integral, sino que estuvieran, además, mejor preparados para acceder a profesiones más rentables y dignas. Muestra de ello, la emigración interna y externa que se produjo a finales de los 50 y toda la década de los 60. A modo de anécdota, en la primera década de este siglo en determinado momento han coincidido como rector de la Universidad de Málaga y del Seminario diocesano dos alumnos de estas 250 escuelas rurales creadas, potenciadas y mantenidas por el obispo de la diócesis, con la colaboración del Estado.

Escuelas milagro

Las escuelas se encontraban en los lugares más apartados de la provincia, y su edificación fue posible gracias a la colaboración de los vecinos, que aportaron su esfuerzo personal y sus caballerías para acarrear, por caminos de herradura en la mayoría de los casos, los materiales de construcción. La primera de las escuelas, la que sirvió de piloto, se construyó con fondos de la recién creada Cáritas diocesana. Ante la duda del sacerdote que la dirigía sobre la dedicación de estos fondos a la construcción aludida, el obispo don Ángel Herrera lo justificaba indicando que la mejor «obra de caridad» era la de «enseñar al que no sabe».

Pero la preocupación del obispo por la miseria y la injusticia va mucho más allá, y en 1947 comienza a poner en práctica sus deseos de trabajar en la formación técnica, en la preparación económica y social «que la Iglesia no tiene» y de iluminar las «nuevas ciencias» con la luz de la fe. «Sociología sin economía –comentó en más de una ocasión– puede ser utopía pura […]. Pienso que hay elementos sociales, entre los cuales están los financieros, que deben contribuir a formar una opinión pública culta, serena, práctica, positiva y constructiva sobre los temas delicados».

Hecho realidad su sueño en forma de Escuela Social Sacerdotal en los comienzos del año 1948 en la diócesis de Málaga, logró muy pronto situarla en Madrid e iniciar sus actividades académicas a partir de enero de 1951 como Instituto Social León XIII; integrarla luego en la Universidad Pontificia de Salamanca, en agosto de 1964, como sección de Ciencias Sociales dentro de la Facultad de Filosofía de la misma universidad; erigirla más adelante como Facultad de Ciencias Sociales dentro de la misma universidad, el día 18 de junio de 1971; y, finalmente, en julio de 1976, ocho años después de su muerte, convertirla en Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, y conseguir el reconocimiento de efectos civiles para sus titulaciones, con un Plan de Estudios que el Ministerio de Educación y Ciencia aprobó oficialmente por Orden de 14 de octubre de 1977.

Denuncia de la cuestión social y de la lectura de la Guerra Civil

Años antes, en 1948, en el homenaje ofrecido al cardenal Tedeschini por la Acción Católica Española, aprovechando su estancia en España para participar en el centenario de Balmes, en junio de 1949, monseñor Herrera aprovechaba la ocasión para hacer explícita en su discurso no solo la denuncia teórica de la cuestión social, más intensa y directamente vivida tras los primeros contactos con la realidad preocupante de su diócesis, sino también la crítica, apenas velada, a la explicación oficial, parcial y sesgada de las causas y resultados de la Guerra Civil. En este discurso, titulado El pasado y el porvenir de España, apuesta por la «urgencia de la acción social» y por una «toma de conciencia colectiva». Juzga la experiencia vivida como un resultado del «gran pecado colectivo», no suficientemente redimido a la vista del retraso social vigente.

Su conclusión es taxativa: «Añadiré que el espíritu religioso, que ha producido en España tanto tipos ejemplares en el orden individual y en el orden familiar, no ha logrado crear católicos cultos y consecuentes para la vida social y pública en número bastante para garantizar el triunfo de la verdad y de la justicia en nuestra vida nacional. No están en España las virtudes sociales a la altura de las virtudes individuales».

José Sánchez Jiménez
Doctor en Historia UCM