«A Carlos no le quitaron su vida, él la había regalado a manos llenas» - Alfa y Omega

«A Carlos no le quitaron su vida, él la había regalado a manos llenas»

El asesinato a principios de agosto en Perú del jesuita español Carlos Riudavets expone las dificultades de la misión de la Iglesia en el Amazonas. El sacerdote había dedicado los últimos 38 años a las poblaciones indígenas locales y a la educación de los niños

José Calderero de Aldecoa
Carlos Riudavets, junto a varios alumnos, en su residencia del colegio Fe y Alegría Valentín Salegui. Foto: Fe y Alegría del Perú

El colegio Fe y Alegría Valentín Salegui, situado en plena selva amazónica peruana y fundado por la Compañía de Jesús hace 50 años, había recibido amenazas. «Eran muy genéricas, algo absurdas porque aludían a hacerse con el control del colegio y nunca dirigidas contra nadie en concreto», explica a Alfa y Omega el jesuita Emilio Martínez, socio del provincial de la Compañía de Jesús en Perú.

De esta forma, se tomaron ciertas precauciones pero la actividad escolar continuó con normalidad. Sin embargo, el 10 de agosto esas amenazas se materializaron. El sacerdote jesuita español Carlos Riudavets (San Lúcar de Guadiana —Huelva—, 1945) fue encontrado muerto en su residencia, situada dentro del colegio. Estaba en el suelo, atado y con evidentes signos de violencia.

El crimen sacudió a la comunidad educativa y a las poblaciones indígenas de alrededor, a las que el misionero había dedicado los últimos 38 años. «Ha sido un golpe muy duro. Carlos se hacía querer. Se entregaba por entero a los demás», asegura Martínez.

Cierre de la casa de los jesuitas

El asesinato ha provocado el cierre de la casa de los jesuitas en el colegio. «Es una situación complicada, no queremos exponernos a que suceda otra desgracia», subraya el socio del provincial. El futuro de la intervención de los jesuitas en el centro escolar se dilucidará «durante este semestre. Evaluaremos con el obispo y con Fe y Alegría el futuro del colegio y de nuestra presencia en él», ha asegurado recientemente en una carta el provincial de Perú, Juan Carlos Morante, SJ.

De esta forma, «no sabemos todavía si el cierre será temporal o definitivo. Lo único que tenemos claro es que queremos seguir incidiendo en la educación de esta región pero no sabemos si será a través del colegio. Ya llevábamos tiempo reflexionando sobre la mejor manera de llevar a cabo nuestro objetivo por la educación», matiza Martínez.

Comunicado de los indígenas

En este impase reflexivo ha sido determinante el pronunciamiento del pueblo Awajún Wampis, que en un comunicado ha agradecido la presencia de los jesuitas en el colegio y su trabajo por las comunidades indígenas de la zona, y ha pedido a los religiosos que «no retrocedan en sus obras sociales y que nos sigan acompañando en el proceso del crecimiento integral de nuestro pueblo como lo han hecho hasta ahora».

«Este jesuita, con su propia mística, llevaba 38 años de lucha por la educación y nos enseñó a tener valor en los momentos críticos, a no huir y a estar serenos, asumiendo responsabilidades», concluye el comunicado.

La Compañía de Jesús, tal y como confirma a Emilio Martínez, «le da mucha importancia a este comunicado. Desde luego, va a ser una de las claves a la hora de valorar si seguimos en el colegio».

Todo por los niños

A pesar del asesinato y del cierre de la casa de los jesuitas, el colegio Valenti Seguí volvió abrió sus puertas el pasado 20 de agosto para reanudar las clases después del periodo vacacional. «Todavía estamos con mucho dolor, muy tristes y sorprendidos por la noticia», asegura Hisela Culqui, coordinadora de Acción Pública de Fe y Alegría en Perú. Pero «el ejemplo de trabajo que nos ha dado Carlos durante todo este tiempo nos ha dado fuerza para seguir con la labor que él venía haciendo», confiesa.

Charly, como era conocido el sacerdote entre sus allegados, «entregó su vida por entero a los chicos del colegio, era una figura muy importante para ellos. Se dedicaba a coordinar la atención de los estudiantes. Les dedicaba todas sus energías desde primera hora de la mañana. Incluso durmiendo, seguía pensando en el bienestar de los alumnos. De hecho, era frecuente ver a los niños jugar en la puerta de su residencia nada más terminar las clases», explica la coordinadora de Acción Pública de Fe y Alegría en Perú.

Concretamente, el misionero «siempre abogó por impartir una educación integral de calidad a los alumnos —todos provenientes de comunidades indígenas—, pero respetando su cultura».

Uno de los mayores retos que tuvo que afrontar fue el de la accesibilidad de los niños al colegio. «Muchos tienen tres o cuatro días de viaje en bote para poder llegar a la escuela». Por eso, el jesuita creó «una residencia para albergar a los alumnos durante todo el periodo escolar». Paralelamente, «construyó una pequeña estación de radio para que los alumnos pudieran estar conectados con sus familias. La residencia solucionaba el problema del transporte, pero los niños echaban de menos a sus padres».

Una vida entregada

«A Carlos no le pudieron arrebatar su vida, porque durante 38 años él la había regalado a manos llenas a Jesús de Nazaret, a la Iglesia, a sus compañeros de comunidad, a sus alumnos, al pueblo Awajum y Wampis. Ya apenas le quedaba nada que le pudieran arrebatar», afirmó durante su funeral el que fuera director del colegio Valentín Salegui, Juan Cuquerella, SJ.