Anastasio Gil, misionero - Alfa y Omega

Anastasio Gil, misionero

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Anastasio Gil, en su despacho, en una imagen de archivo de junio de 2011. Foto: OMP

«Estoy dispuesto a ayudarte en todo lo que quieras». Así empezó la relación en OMP entre Anastasio Gil y Francisco Pérez, hoy arzobispo de Pamplona, que en el año 2001 acababa de ser nombrado director nacional de la institución. «Yo lo conocía como un buen sacerdote de Madrid, pero a partir de entonces le fui conociendo más a fondo. Estuvimos juntos diez años y puedo decir que, para él, la mejor forma de alabar a Dios era trabajar lo mejor posible. Y desde luego que lo hizo», dice hoy Francisco Pérez.

El arzobispo recuerda esas ocasiones en las que le proponía a Anastasio Gil un descanso para tomar un café y él le respondía entre risas: «¡Déjate de cafés, que tenemos que trabajar!». Porque Anastasio «basaba su espiritualidad en el trabajo por amor a Dios y a la Iglesia. Asistía continuamente a asambleas y congresos relacionados con la misión. Y era muy estimado en la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Les he transmitido yo la noticia de su muerte y están consternados».

Después de tantos años juntos, el arzobispo se lleva el recuerdo de «un hombre de Dios al que se le notaba enseguida el celo para que la Iglesia siga siendo misionera. La misión entró de lleno en lo más íntimo de su alma».

Lo curioso es que la primera entrega de Anastasio Gil en su sacerdocio no fue estrictamente misionera, porque sus comienzos estuvieron más orientados a la educación y a la catequesis. Sin embargo, tras empezar a trabajar en OMP junto a monseñor Francisco Pérez «pudo compaginar muy bien las dos facetas: catequesis y misión. Primero escogió el Cristo que enseña y luego el Cristo que se entrega a quienes no lo conocen, pero Cristo es el mismo», dice el arzobispo.

En el desempeño de su trabajo, Anastasio «siempre se preocupó de que a los pobres llegara hasta el ultimo euro. Si yo algún día le decía: “Anastasio, igual hay que hacer algún gasto en tal o cual sitio”, él me respondía: “No, no. Esto es para los pobres”», prosigue. En el aspecto personal, Pérez destaca su austeridad y que «era un hombre de mucha oración, con un gran cariño a los sacramentos y a la Palabra de Dios», y también que «juntos nos reíamos mucho».

Trabajo, no éxito

Una de las personas que más colaboró con Anastasio Gil en los últimos años es Dora Rivas, del departamento de prensa de OMP y una de las primeras redactoras de Alfa y Omega. Al habla con esta publicación tras conocerse el fallecimiento de su jefe, confiesa que en la oficina «hay un ambiente triste y estamos muy afectados. Los compañeros comentamos que ahora que Anastasio no está te das cuenta del espacio que ocupaba. Deja un vacío muy grande porque tenía mucha energía y mucha vitalidad, y eso se nota».

Rivas lo define como «un hombre muy enérgico y apasionado», que «ha trabajado mucho por la unidad de la Iglesia y por fortalecer la dimensión misionera de las diócesis».

A nivel personal «ha sido un maestro en lo profesional y en lo humano. Era muy exigente y quería que la gente trabajara, pero no le importaba tanto el éxito como el esfuerzo en el trabajo. Él quería que pusieras todo tu corazón en lo que hacías, saliera como saliera, porque era consciente de que los frutos y los éxitos son de Dios, y de que se puede aprender también de los fracasos y de la pequeñez».

Fuego en las venas

«Me asombra cómo se valora en Roma el trabajo de Anastasio. Incluso hay ciertas cosas que no se llevaban a cabo sin consultarlas antes con él, porque muchas OMP, especialmente de Latinoamérica, le consideraban una autoridad», desvela José María Calderón, subdirector der OMP en España y delegado de Misiones de Madrid.

«Para él –continúa– era muy importante la limpieza en lo económico, el tener las cuentas muy claras y hacerlas también con austeridad y sin despilfarros. “La gente nos ha dado este dinero para los misioneros”, repetía a menudo».

Sin embargo, una de las mayores preocupaciones de Anastasio era «que no se relacionara directamente la misión con los donativos. No quería que a OMP se la considerara el monedero de la misión, porque tenía un sentido muy profundo de la evangelización. Lo que más le interesaba era que la gente descubriera y valorara la belleza del trabajo de los misioneros. El dinero era algo secundario, pero no lo principal», añade Calderón.

Este desvelo por la misión siguió en el corazón hasta el último momento de su vida, ya con el cáncer muy avanzado. «Hasta se llevaba las carpetas de trabajo al hospital», cuenta Dora Rivas. «Tenía la mirada puesta en el mes extraordinario misionero convocado por el Papa para octubre de 2019. Ya había comenzado a trabajar en él. Y el Domund también, una fecha importantísima para él en la que llevaba trabajando desde hace meses. Tenía el fuego misionero en las venas. Luchaba por la misión ad gentes y también por la inter gentes, porque solo deseaba una cosa: que España tuviera una dimensión misionera más generosa y abierta».