Cada uno por su nombre - Alfa y Omega

Cada día, cuando me levanto por la mañana temprano, nunca pienso que «voy a trabajar», sino que voy a la vida, a ese encuentro personal de tú a tú en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con los suyos, con mis alumnos, cada uno de ellos con su historia propia y su nombre propio. Por eso, lo primero que suelo hacer es aprenderme sus nombres. Sé que para ellos es muy importante –como lo fue en su momento para los discípulos y lo es también para cada uno de nosotros– sentirse nombrados y reconocidos, aunque el suyo sea el nombre de moda de esta temporada y esté repetido cinco veces dentro de la misma clase. Pero aun repetidos, ninguno de estos nombres deja de tener un rostro concreto y una vida detrás que, a lo largo de todo el curso, estoy segura de que van a tocar la nuestra.

La docencia hace años que para mí dejó de pertenecer solo al aula para salir a sus periferias y convertirse en una teología del patio, del pasillo del colegio, de la calle y hasta del metro. Lugares todos ellos en los que me encuentro con los alumnos y con sus historias personales. Espacios, además del aula, en los que me sacuden con sus preguntas y ocurrencias, y en los que ellos tampoco se quedan indiferentes.

Ya podemos tener libros de texto preciosos y estupendamente hechos, que ninguno va a tener sentido si nuestra asignatura no se encarna.

Y esto únicamente se consigue aprendiendo del único y verdadero maestro: Jesús. Así que empecemos un nuevo curso como Zaqueo: dejándonos mirar y sorprender por nuestros alumnos.

¡Feliz curso y feliz todo lo que nos queda por delante!