San Óscar Romero, un obispo para el pueblo - Alfa y Omega

San Óscar Romero, un obispo para el pueblo

Lo que cambió en el arzobispo de San Salvador no fue su forma de pensar, sino su manera de vivir

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Foto: CNS

El ya muy pronto santo Óscar Romero ha sido presentado por el Vaticano como modelo para los obispos que participaron del 5 al 13 de septiembre en el curso de formación que cada año reúne junto al Papa a los obispos ordenados en el último año. El obispo salvadoreño encarna al pastor que, ante la encrucijada, elige la causa de los pobres, aun sabiendo que puede pagarlo con su propia sangre. De amigo personal del presidente de la República, el arzobispo de San Salvador se convirtió en azote de la dictadura militar. Las matanzas de campesinos y los asesinatos de algunos sacerdotes provocarían, como él mismo dijo, que se le cayera «la venda». A partir de entonces se convirtió en un obispo incómodo para muchos eclesiásticos, y si su memoria no se perdió en el olvido fue por el empeño del pueblo llano, que siempre le reconoció como santo.

Sería una burda simplificación afirmar que Romero abandonó unas ideas conservadoras por otras de corte más social o progresista. Lo que cambió no fue su forma de pensar, sino su manera de vivir. Esto supuso una mutación mucho más radical y molesta para la jerarquía y para la alta feligresía, que preferían seguir viviendo en la ficción de que el buen entendimiento con el poder político y las oligarquías económicas obedecía al bien superior de la Iglesia. De ahí que, como ha dicho el Papa, tras su muerte, Romero fuera nuevamente asesinado, esta vez «con calumnias». Hasta que, en los prolegómenos de su pontificado, Benedicto XVI desbloqueó su causa de canonización, culminada ahora por Francisco.

En ningún tiempo ha faltado ni va a faltarle a la Iglesia la tentación de traicionar el Evangelio para instalarse plácidamente en alguna zona de confort. Por eso Francisco insiste tanto en la cercanía al pueblo y a las personas más vulnerables, esas que habitan en lo que él llama «las periferias» y que nos obligan a cuestionarnos en lo más íntimo de nuestro ser. Solo de ese modo, advierte, puede ser fecunda la misión de la Iglesia. De ahí la necesidad de santos como Romero, que cumplen la misión profética de despertar las conciencias aletargadas y acomodadas.