La verdad de Fray Junípero Serra: la historia desmonta las mentiras sobre el fraile - Alfa y Omega

La verdad de Fray Junípero Serra: la historia desmonta las mentiras sobre el fraile

«Junípero solo es el chivo expiatorio; el ataque es contra el mundo hispano en su totalidad, cuyas relaciones con los indígenas eran más fluidas, respetuosas y benignas de las que tuvieron los que vinieron después», apunta María Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y leyenda negra, sobre la censura de la Universidad de Standford contra el santo franciscano español. «A los auténticos responsables de la desaparición de la población nativa les interesa eximir su responsabilidad», asegura

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A su fallecimiento en Monterrey (Alta California), una región a la que había dedicado su salud y sus esfuerzos, no constaba en ninguna parte que Fray Junípero Serra hubiera contribuido a la muerte de ningún ser humano y, sin embargo, sí que las nueve misiones franciscanas que había fundado salvaron a miles del hambre, la marginación y de los colonos más depredadores. Creador de las primeras vías de comunicación y de asentamientos estables en la región de California, su estatua representa tradicionalmente a este estado en el Capitolio de Washington. Un reconocimiento a la importancia de las misiones para vertebrar lo que hoy es un territorio de EE. UU. y para dar un futuro a los indígenas en un mundo que nunca más sería tan compasivo con ellos.

Ahora, de golpe, este mismo estado parece haberse olvidado de su fraile fundacional como quien apaga un interruptor. La veda se abrió en 2015. Durante su canonización por el Papa Francisco, fueron ya muchas las voces que desde el indigenismo radical calificaron al mallorquín de genocida y afirmaron que las misiones eran en sí campos de concentración. Su estatua en la ciudad de Los Ángeles amaneció poco después de esa fecha con pintura roja y las palabras «Santo del genocidio».

Campaña de acoso y derribo

Dos años después, fue su efigie en la Antigua Misión de Santa Bárbara la que apareció decapitada y pintada de color sangre. La Junta Directiva de la Universidad de Stanford recogió esta misma semana el testigo de esta campaña de acoso y derribo al anunciar que eliminará al santo de las calles y edificios del campus, porque ver su nombre causa «trauma y daño emocional» a muchos estudiantes.

«Es como si hoy un soriano se pusiera a culpar a los romanos de todos sus males cada vez que pasa delante de un monumento clásico. Es decir, como si la historia se hubiera detenido para siempre cuando Escipión destruyó Numancia», compara con humor Fernando García de Cortázar, que vive con indignación el revisionismo que sufre el santo español. El asunto es especialmente cruel, puesto que Junípero Serra dedicó toda su vida a la protección y evangelización de los indios de California. Se preocupó por su bienestar, porque cultivaran la tierra y se convirtieran en personas integradas en la nueva sociedad. «Fue un hombre de su tiempo, un religioso que fundó misiones que representaron islas de cultura y piedad en la California del siglo XVIII y que más tarde se convirtieron en grandes ciudades. Sin duda, culparle a él y a los franciscanos de crueldad es una auténtica barbaridad», señala el autor vasco.

Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, el franciscano acometió la fundación de nueve misiones (ocho en California) con el objeto de poblar el norte de esta región. Con una salud quebradiza y una edad avanzada, Junípero Serra ofició la conversión de 4.646 nativos y sentó las bases de un inmenso éxito en la urbanización hispánica. «Fundar misiones era una tarea en la que se buscaban fines múltiples: evangelizar, poblar, organizar… Para que vivieran “de manera civilizada”, se buscaba que los propios habitantes colaborasen en la construcción de las poblaciones en las que iban a vivir», asegura María Saavedra, autora del libro La forja del Nuevo Mundo.

No obstante, los representantes indígenas califican hoy las misiones de «campos de exterminio» donde sus ancestros eran obligados a vivir en condiciones insalubres. Y, ciertamente, hubo algunos abusos y castigos físicos, pero la población nativa de California se mantuvo en niveles estables durante la presencia española y luego mexicana en este territorio. Pudieron salvaguardar la mayoría de sus costumbres. «Algunos conquistadores intentaron aprovecharse de los indios más desarrollados, pero en el caso de estos indios no pudieron acabar con ninguna cultura porque ni siquiera conocían la agricultura y no se entendían entre ellos. Eran tribus nómadas y recolectoras», expone Enriqueta Vila, perteneciente a la Real Academia de la Historia.

Fue, no en vano, con la fiebre del oro cuando la llegada de miles de mineros estadounidenses desde el este dio lugar a lo que algunos han calificado de «hecatombe» demográfica. «Las misiones lo que hacían era preservar a los indígenas que se fueron extinguiendo con su secularización. El genocidio llegó por el oro», comenta Vila.

Aún hoy se pueden apreciar los beneficios que dejaron los franciscanos. Las grandes ciudades de este estado (San Francisco, San Diego y Los Ángeles) conservan el nombre original de las misiones. Asimismo, la historiadora especializada en la conquista de América María del Carmen Martín Rubio pudo comprobar durante un reciente viaje a la Alta California que se siguen sembrando algunos de los cultivos introducidos por el fraile desde sus tierras mallorquinas. «En San Carlos Borromeo, donde se encuentra la misión tal cual era en tiempos de su fundación y se halla enterrado, Fray Junípero es totalmente admirado, y también lo es en los pueblecitos», explica Martín Rubio, que achaca la campaña a una «manipulación política» y no basada en la realidad.

Contra el mundo hispánico

El mallorquín incluso se llegó a ganar la enemistad del gobernador y de muchos de sus compatriotas, más ávidos de codicia, por su excesivo celo a la hora de proteger a los indígenas. Después de un ataque indio a la misión de San Diego, en 1776, consta que el religioso pidió al primer comandante general de las Provincias Internas, Teodoro de Croix, que no se ejerciera la violencia contra los culpables.

«Junípero solo es el chivo expiatorio; el ataque es contra el mundo hispano en su totalidad, cuyas relaciones con los indígenas eran más fluidas, respetuosas y benignas de las que tuvieron los que vinieron después», apunta María Elvira Roca Barea, autora de «Imperiofobia y leyenda negra», sobre el origen de los ataques. Para esta autora, el indigenismo cuenta en la actualidad con manga ancha en las universidades de EE. UU. porque «a los auténticos responsables de la desaparición de la población nativa les interesa eximir su responsabilidad».

El resultado es una polémica alejada de la realidad que perjudica, sobre todo, a los hispanos, que suponen quince millones de almas en California, según estimaciones de 2015. «Los hispanos no se dan por aludidos y eso forma parte de la erosión cultural constante que los deja en una posición de aculturación y de debilidad», afirma la que fuera profesora en la Universidad de Harvard. Lejos suena ya 2003, cuando, a petición de intelectuales mexicanos, las Misiones Franciscanas de Sierra Gorda fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Unesco.

César Cervera / ABC