Diálogo público - Alfa y Omega

En su edición del pasado 14 de agosto, Le Monde publicó un artículo con este sugerente titular: «La Iglesia católica quiere hacer entender su fe». La sociedad francesa, se lee en el citado artículo, ha perdido las llaves de la comprensión de la fe cristiana; lo que puede acabar convirtiéndola, si no ha sucedido ya, en extranjera para sus conciudadanos.

Para responder a este desafío, la diócesis de París ha creado un servicio pastoral para la educación y la información del que se hará cargo quien hasta hace poco era capellán de los parlamentarios en la sede de la Asamblea Nacional y director del Servicio de Estudios Políticos. La tarea es tremendamente atractiva, más cuando quienes la han puesto en marcha son capaces de reconocer en voz alta que la Iglesia en Francia es «más desconocida que combatida».

Visto desde esta perspectiva, el diálogo que el presidente de la Conferencia de los Obispos de Francia mantuvo con el presidente de la República en el colegio de los Bernardinos adquiere, más si cabe, el significado de la puesta de largo de un proyecto pastoral cuya finalidad última no es la reconquista de la unidad de fe perdida, sino el fortalecimiento de la cordialidad entre la acción política y la fe religiosa. Ni la Iglesia católica puede pretender guiar la vida social y política como si de una situación de cristiandad se tratara, ni la política puede cruzar jamás los límites del derecho a la libertad de conciencia y religiosa. Esto es lo que el Concilio enseña y lo que ya en 1863 defendió el católico liberal Montalembert en el Congreso Católico de Malinas: «La Iglesia libre en el Estado libre». Algo difícil de aprender para los católicos franceses y españoles durante el siglo XIX y que, de nuevo en nuestros días, parece estar sobre la mesa.

Si la Iglesia no quiere verse reducida a un sujeto privado sin espacio en el diálogo público, deberá explicar quién es y cuáles son los códigos de su lenguaje. No hay coloquio posible cuando se desconoce el vocabulario del interlocutor. Para conseguirlo, es preciso familiarizar a la opinión pública con los fundamentos de la fe cristiana. Es a la sociedad a la que hay que explicar que si la Iglesia católica, dentro y fuera de Francia, quiere tomar parte en el debate público no es para convertirse en un contrapoder, sino para darse a conocer. Solo de este modo podrá retomar el diálogo con la sociedad de la que forma parte y a la que sirve. La otra alternativa, aunque contraria a la esencia del cristianismo y siempre perniciosa, es la del poder y la hegemonía.