Postulador de la causa de Romero: «No fuimos valientes para defender su testimonio» - Alfa y Omega

Postulador de la causa de Romero: «No fuimos valientes para defender su testimonio»

«La figura de monseñor Romero es ahora como la conciencia moral dentro de los eclesiásticos, para que nos sintamos llamados a tener la misma caridad pastoral de Jesús». Aunque todavía cuenta con detractores, «querer verlo desde la ideología y la política es ubicarlo en la oposición, y eso corrompe su figura». Lo afirma el postulador diocesano de su causa, monseñor Rafael Urrutia, en esta entrevista con Alfa y Omega

Cristina Sánchez Aguilar
Camino Neocatecumenal Parroquia La Resurrección, San Salvador, El Salvador

¿Por qué a monseñor Romero «le mataron dos veces»?
Hablar de las «dos muertes» o las «dos veces que mataron a monseñor Romero» fue una expresión profunda que broto del corazón del Papa Francisco, en aquella ocasión en que estuvimos con él en la Sala Clementina para darle gracias por la beatificación de monseñor en octubre de 2015. Ciertamente todos comprendimos de qué nos estaba hablando el Papa, del martirio material perpetrado el 24 de marzo de 1980 en la capilla del Hospital Divina Providencia y del otro martirio, que, aunque todos lo conocíamos, nunca se nos ocurrió pensar: que «el silencio en general en el que la Iglesia institucional lo soterró» o, incluso, «ciertas manifestaciones de desprecio verbal que se vertieron sobre él» eran, también, la ejecución de un segundo martirio. Podríamos haber contado con los dedos de las manos a quienes, en el seno de la Iglesia, dijesen «Romero es nuestro». La posición más cómoda fue intentar olvidarse de Romero, hablar mal de él, prohibir que se predicara sobre su testimonio; y con estas actitudes de olvido se lo servimos en bandeja de plata a los movimientos populares que sí expresaron su simpatía sincera por él y, en el peor de los casos, a partidos políticos que quisieran hacer de él una bandera. Por eso aquella mañana que el Papa Francisco hizo esos comentarios, para muchos de nosotros fue como hacer un examen de conciencia. Quizás hasta nos reprochamos no haber sido valientes para defender su testimonio. Y hubo quienes nos atrevimos a juzgar a nuestros antepasados, pero con la conciencia clara de que también era responsabilidad nuestra haberlo defendido y no lo hicimos por temor, por celos, por envidias. Dios sabrá perdonar nuestras negligencias.

Aún así, hubo gente en la Iglesia que lo defendió desde el primer momento.
Desde luego que hubo en la institución quienes lo amaron desde el primer día, defendieron su pensamiento y su obra; y difundieron su devoción. Debo recordar a monseñor Ricardo Urioste y de modo muy particular al cardenal Gregorio Rosa Chávez. La llegada del nuncio monseñor León Kalenga a El Salvador fue una primavera para la figura de monseñor Romero. El nuncio Kalenga, haciendo buen uso del arte de mezclar una evangélica diplomacia con la caridad fraterna, ayudó a nuestros obispos y a la Iglesia en general a tomar conciencia de que «Romero es nuestro», «es nuestro hermano en el episcopado» y, por lo tanto, «debemos recuperarlo para la Iglesia». ¡Cómo estamos de agradecidos a monseñor Kalenga! Fueron aquellos días tiempo de resurrección para monseñor Romero. Y entonces llegó el 4 de febrero de 2015, el anuncio de la beatificación, y la Iglesia explotó de alegría. Así comenzamos un nuevo caminar con monseñor Romero hacia el 23 de mayo de 2015, día de la beatificación, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, pero con el sentir de una Iglesia más unida en torno a monseñor Romero, su vida, su obra y su pensamiento.

Monseñor Romero ha sido y es una figura no exenta todavía de polémica. ¿Qué ha supuesto eso para usted a la hora de encabezar su causa de canonización?
En primer lugar, asumir en obediencia la tarea. El arzobispo Rivera Damas me sorprendió con la designación, no sabía qué hacer. Primero debí hacer un curso para postuladores en la congregación, luego comenzar de cero, sin experiencia, solo con un manual en la mano, sin saber a quién preguntar ni recibir orientación de alguien experto. El nuncio de turno me dijo que Romero no era su problema y que no quería saber nada de él. Así que, manos a la obra y a confiar que el Espíritu Santo nos iría indicando a Guillermo Gómez, mi asistente, y a mí, el camino a seguir, guiados por un manual que parecía hablarnos por las noches. Gracias a Dios, a pesar de la indiferencia de muchos eclesiásticos y de su falta de colaboración en la causa, nunca recibí amenazas por ella.

Una vez beatificado, muchas personas han querido comenzar a conocer a Romero, así conociéndolo, aprenderán a amarlo. Ha sido una tarea lenta, pero segura. Poco a poco el camino se ha ido allanando. Y la oración y el silencio han sido las mejores estrategias para posicionarnos frente a los detractores. Se explica lo que se puede explicar para aclarar algo, pero siempre está aquello de que «no hay peor sordo que el que no quiere oír».

Además, imagino que no fue sencillo tampoco para usted después del escándalo con el anterior postulador. ¿Se lo han puesto difícil?
Una vez que cerré el proceso diocesano en San Salvador pedí al arzobispo Sáenz Lacalle que nombrara a monseñor Jesús Delgado para la tarea de ser postulador ante Roma, tarea que finalmente ha ejercido con mucha dedicación monseñor Vincenzo Paglia. Con este nombramiento, monseñor Delgado y yo nos quedamos ejerciendo la tarea de vicepostuladores diocesanos. Y monseñor Delgado realizó una magnífica tarea, sobre todo ayudando a Paglia. Hizo un gran trabajo, con mucho amor a monseñor Romero y a la Iglesia. Y, realmente, lo sucedido no ha complicado la tarea hacia la canonización.

Durante años monseñor Romero no ha sido tan querido para muchos. ¿Sigue teniendo detractores?
Es claro que monseñor Romero sigue teniendo detractores. Eso es normal en una sociedad politizada y polarizada, incluso a nivel eclesial. Yo suelo decir que para comprender o aproximarse a monseñor Romero, solo podemos hacerlo desde Jesucristo, desde el Evangelio y la fe, desde el magisterio de la Iglesia; solo así se le puede comprender y amar. Querer verlo desde la ideología y la política es ubicarlo en la oposición, y eso corrompe su figura.

De alguna manera debo agradecer a los detractores de monseñor Romero y a la euforia de quienes lo aman, el haberme ayudado a interiorizar su martirio y a comprender que, aunque entre las disposiciones antecedentes al martirio no son requeridas la santidad y las virtudes heroicas durante la vida del siervo de Dios, ese martirio en él es la plenitud de una vida santa; quiero decir que Dios eligió al beato para su misión martirial porque encontró en él a un hombre con experiencia de Dios o dicho con palabras del Evangelio, «encontró a Óscar, lleno de Gracia».

¿Qué mensaje ha querido lanzar Francisco con la rápida beatificación y canonización de monseñor Romero?
A mi juicio, el Papa solo ha querido mostrar a la Iglesia que hay una manera de ser obispo que encarna con sus actitudes y comportamientos la figura del Buen Pastor, que conoce y ama a sus ovejas, que huele a oveja y sobre todo que no abandona al rebaño cuando ve venir a lobo. Un buen pastor que no corre tras las mejores sillas de la Iglesia.

¿Cuál es el legado de monseñor Romero en El Salvador?
Quizás la más importante sea que la Iglesia debe optar siempre por los pobres, por los excluidos, por los marginados. No siempre lo hicimos, ni a los mejor lo estamos haciendo, pero su figura es, ahora, como la conciencia moral dentro de los eclesiásticos, para que nos sintamos llamados a tener la misma caridad pastoral de Jesús. Su legado es su predicación, una permanente llamada a la conversión y por ella una llamada a construir una nueva sociedad justa, fraterna y solidaria.

¿Qué supondrá para el pueblo salvadoreño su canonización?
Una llamada a la conversión y a la justicia para todo el pueblo. Para la Iglesia, llamados a ser pastores al estilo de Jesús, pastores con experiencia de Dios, con el Evangelio en las manos, dentro del corazón y en los labios.

Hábleme de su relación con monseñor Romero. ¿Por qué terminó usted llevando su causa y la del padre Rutilio Grande?
Él me ordenó sacerdote el 4 de noviembre de 1978 y me regaló una pequeña celebración después de la ordenación. Luego trabajé con él como canciller unos pocos meses, desde noviembre de 1979 hasta su martirio. Era un crack de la fe y del amor a los pobres. Un obispo con experiencia de Dios. Terminé llevando su causa porque fue una elección de Dios, para dedicara a esto la vida, 30 años desde noviembre de 1988.

Y Rutilio… ¡Ay! Él fue quien me recibió en el Seminario Menor San José de la Montaña. siempre fue un hombre de Dios y un regalo de Dios para los campesinos y los pobres, el apóstol de la misión permanente. Y me ha tocado llevar su causa de canonización y lo he hecho con un gran amor junto con el padre Edwin Henríquez, el padre Rodolfo Cardenal y también otros sacerdotes jóvenes con quienes constituimos un equipo de trabajo.

Quienes conocimos a monseñor Romero desde sus primeros años de sacerdocio, somos testigos que mantuvo vivo su ministerio dándole primacía a una nutrida vida espiritual, que nunca descuidó. Fue un sacerdote que llevó una vida santa desde el seminario. Y aunque existieron evidentemente, por la naturaleza humana, pecados en su vida, todos ellos fueron purificados con el derramamiento de su sangre en el acto martirial. Era un hombre humilde y tímido, pero poseído por Dios, logró hacer lo que siempre quiso hacer: grandes cosas, pero por los caminos que el Señor le tenía señalados.

No quiero ofrecer una imagen light de Monseñor Romero, sino que, después de 30 años de trabajo como postulador diocesano de su causa, deseo compartir mi punto de vista, mi apreciación de un obispo buen pastor que siempre fue obediente a la voluntad de Dios con delicada docilidad a sus inspiraciones; que vivió según el corazón de Dios, no solo los tres años de su vida arzobispal, sino toda su vida. Dios nos dio en él un auténtico profeta, al defensor de los derechos humanos de los pobres; y nos enseñó que es posible vivir según el corazón de Dios nuestra fe cristiana. Quiero terminar esta entrevista con estas palabras: Dios bendiga y proteja siempre al Papa Francisco. Gracias por permitirme expresar un poco de lo que llevo dentro del corazón.