Fe y Alegría en la tarea educativa - Alfa y Omega

El lunes pude participar en el congreso que la Fundación Entreculturas-Fe y Alegría ha celebrado en Madrid con este título Agenda 2030: el reto de una educación que cambie el mundo. Ha sido un evento muy importante no solo por las aportaciones que ha habido, sino también por las realidades que representaban quienes han hecho posible este congreso y por todos los participantes que había. No era un encuentro de teóricos que hablan de la educación, sino de hombres y mujeres que están en el tajo de ver rostros humanos en lugares periféricos y en situaciones donde a veces se roba la dignidad humana. ¡Qué alegría para mí, como pastor de la Iglesia, ver cómo dan la vida hombres y mujeres por ofertar una visión integral del ser humano! Y no de forma teórica, sino desde una entrega total de sus vidas. Además, haciendo partícipes de esa visión a todos los que educan, tocando su corazón, accediendo a su vida entera con palabras y obras. Y así, llevarlos a una visión de la vida y de acceder a la realidad desde el humanismo verdad que tan claramente nos deja Cristo.

Como tantas veces nos ha recordado el Papa Francisco, «el desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana deben ser edificados y desplegados por cada persona y por cada familia en una justa relación con todos los círculos que conforman la sociedad y las naciones. Esto supone y exige el derecho a la educación para todas las personas». ¡Qué bueno es entender y hacer posible que, si se cambia la educación, se puede cambiar el mundo! Con la ayuda y la gracia de Nuestro Señor, Fe y Alegría puso desde sus inicios y sigue poniendo –como hemos visto estos días– esfuerzos, capacidades, recursos y saberes para avanzar en esta tarea. Crea espacios de encuentro donde dialogar y promover consensos, que nos hagan ver y vivir horizontes en los que el bien común y educar son tareas esenciales, para que todos se sientan parte de la familia humana.

El lunes salí del encuentro con el deseo de que todas las instituciones educativas de la Iglesia, cada una con su versión carismática y propia de su identidad, nos involucremos en esta tarea educativa y todas juntas manifestemos la gran Belleza que es el mismo Jesucristo:

1. Enseñemos cómo aprender a ser. ¡Qué bien se lo enseñó el Señor a Nicodemo aquella noche que se presentó ante Jesús porque le gustaron y llegaron a su corazón los signos que hacía el Señor! Observemos lo que le dijo Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios». Y la pregunta que le hace Nicodemo: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?». Esto es lo que da Jesús. Aprendamos a ser de quien nos puede dar la hondura de ser, «el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».

2. Enseñemos cómo aprender a vivir y convivir. ¡Qué bien se lo muestra Jesús a la samaritana! Es ella misma la que le dice al Señor: «Dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir a sacarla». Con esa agua que le da el Señor, aquella mujer se pone a vivir en la verdad. Y busca a las gentes de su pueblo para decirles: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho, […] salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba Él». Así se aprende a vivir, reconociendo nuestra verdad ante quien es la Luz, y saliendo hacia los demás con esa Luz.

3. Enseñemos cómo aprender a participar. ¡Cuántas veces he meditado la curación del paralítico de Betesda y el discurso consiguiente! Pero ahora me he dado cuenta de algo especialmente importante. El paralítico dijo al Señor: «No tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua». Él deseaba participar en alcanzar su curación, pero nadie lo ayudaba. Jesús dio la clave de la participación: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Es Jesús quien le da los medios al paralítico para que pueda llegar a la piscina y alcanzar la curación. Le regala el amor de Dios, que es la medicina que ayuda a devolver y entregar la dignidad que todo ser humano tiene. Participar en devolver la dignidad robada en los aspectos que fuere es lo que hemos de aprender.

4. Enseñemos a habitar el mundo. ¡Qué tarea más hermosa hacer de este mundo una casa-hogar para todos! Esto es lo que Jesús nos enseñó y para ello hemos de convertirnos en pastores los unos de los otros, cuidarnos los unos a los otros, pastorearnos los unos a los otros, tal como Jesús nos enseña. «El que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y salteador, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas». Es decir, el que asume una manera de ser y vivir que es la de Cristo, quien diseña su vida mirando y contemplando a Cristo, no es ladrón, no asalta y no se sirve de los demás. El que desea hacer un mundo habitable pastorea a todos los que se encuentra, los cuida, los cura, los busca, los sirve y ama de la misma manera que nos ha enseñado Jesucristo. Es capaz de dar la vida para que el otro viva y alcance la plenitud que tiene, pues se la ha dado Dios mismo. Hacer habitable el mundo impulsa a vivir la responsabilidad por el presente y el futuro de todas las personas.

5. Enseñemos a vivir en un mundo plural, multicultural y global. El lavatorio de los pies en la Última Cena es el hecho que mejor manifiesta lo que es necesario para vivir en un mundo como el nuestro. «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy, […] os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis». Ponerse al servicio de todos; hacerse el último para servir a todos; eliminar de nuestra vida la exclusión; importarnos el bien que se hace; eliminar la intolerancia, el sectarismo; dar acogida; liberar de las esclavitudes y de todo lo que deshumaniza; hacer crecer al otro siempre. Esto es necesario en todo momento, pero más en un mundo plural, multicultural y global. Globalicemos el amor de Dios que se convierte en hacernos servidores de todos.