Montini, un Papa que fascinó a los jóvenes - Alfa y Omega

Montini, un Papa que fascinó a los jóvenes

Los estudiantes de la Gregoriana nos reuníamos cada día de aquel mes octubre de 1958 y comentábamos sobre los candidatos posibles en el cónclave. La gran mayoría nos pusimos de acuerdo con mucha facilidad en el nombre de Montini, arzobispo de Milán, pero no cardenal

Juan María Laboa
Pablo VI saluda a los fieles desde el balcón de la Logia del Vaticano tras su elección como Papa, el 21 de junio de 1963. Foto: ABC

A la muerte de Pío XII sucedieron días de estupor en la comunidad creyente, tan acostumbrada al estilo del Papa fallecido. Comenzaron a llegar a Roma los cardenales, pero los pareceres se dividían y no pocos cristianos pedían cambios de talante y de orientación.

Los estudiantes jóvenes de Filosofía y Teología de la Gregoriana nos reuníamos cada día de aquel mes octubre de 1958, comentábamos sobre los candidatos posibles y sobre el más conveniente para aquellos tiempos ya impredecibles. La gran mayoría nos pusimos de acuerdo con mucha facilidad en el nombre de Montini, arzobispo de Milán, pero no cardenal, a quien Pío XII había enviado a Milán, mal informado y aconsejado por algunos cardenales romanos de la Curia con el deseo de maniobrar el cotarro curial con mayor libertad. Montini se plegó, pero no cedió y los jóvenes clérigos estudiantes en Roma tomamos buena nota de ello.

¿Qué nos atraía tanto del joven arzobispo a aquellos jóvenes estudiantes como para atrevernos a proponer como candidato a uno que, aunque técnicamente podía ser elegido, parecía evidente que no iba a conseguir ser votado por cardenales que no estaban dispuestos a elegir a un candidato que no fuera cardenal aunque fuera san Juan Bautista?

Amigo de los jóvenes

Montini había nacido en Brescia, de familia sólidamente católica y democrática, netamente antifascista. Tuvo una buena formación general, con especial interés por los filósofos y literatos franceses, alejado de los sentimientos y las tortuosidades integristas. Tuvo siempre muy clara la importancia de una religión no politizada, pero muy sensible a los problemas sociales, de forma que los jóvenes formados por él se sentían movidos a estar presentes allí donde se debatían y resolvían los temas importantes para los ciudadanos. No tuvo sintonía por el fascismo ni por los movimientos de la misma índole surgidos en diversos países europeos, siempre defendió a la Iglesia del apoyo interesado de los políticos por buena intención que manifestaran. Era consciente de que, en realidad, estaba en juego la libertad de la Iglesia.

Mimó la amistad a lo largo de su vida. Nosotros éramos conscientes en aquellos primeros años de que la cercanía y el cariño que los antiguos miembros de la Acción Católica italiana mantenían por su consiliario era fruto de una amistad madura y fecunda. En la Evangelii nuntiandi de 1975 indicó la necesidad de fomentar una amistad sincera, alimentada por el Evangelio, como forma de caridad y apostolado.

Montini aportó a los universitarios una relación personal próxima y amistosa, de simbiosis espiritual, tratándolos como amigos con quienes intercambiaba experiencias y reflexiones. Les dedicó mucho tiempo: «Mi vida se reparte en dedicar la mañana a los papeles y las tardes a las charlas… Los jóvenes me ocupan mucho, pero me dan el consuelo de trabajar en sus conciencias».

Para nosotros Montini significaba cercanía y apoyo a nuestras esperanzas e ilusiones en una Iglesia renovada, más amable y cercana, más confiada en la acción adulta de los creyentes a través de la Acción Católica, la JOC, la HOAC y las numerosas comunidades laicales que surgían movidas por el Espíritu, fundamentalmente, en las parroquias, a las que fecundaban, fortalecían e interrelacionaban con la sociedad.

En su vida, en su pensamiento y gobierno, no estuvieron presentes ni el integrismo ni la intolerancia. Se sirvió de medios pobres (las cartas, los encuentros personales, las llamadas telefónicas), y con ellos construyó una tupida red de amistades que duraron indefinidamente. Poseía una fuerza interior increíble y poca presencia exterior buscada. Auténtico hombre de Dios para cuantos le seguían, muchos de los cuales han dejado su testimonio. Promovió con éxito una educación profunda, fundamentalmente cristocéntrica y litúrgica, no inclinada a devociones particulares, con fuerte sentido ecuménico y misionero.

Quiero recordar en este momento su intento de diálogo con las Brigadas Rojas con motivo del secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro, quien había sido primer ministro italiano y con quien mantenía un afecto profundo. Les dirigió una carta dramática en la que resplandecen al desnudo su sensibilidad y sentimientos. Es el amigo que muestra su compromiso, cercanía y tristeza, y su capacidad de encontrarse con autoridad y humildad con los intolerantes y radicales.

Los cardenales eligieron al cardenal Roncali sin prever lo que hacían, y el Espíritu jugó con ellos. Sin Juan XXIII no hubiera sido posible ni el Concilio ni Pablo VI, quien puede ser considerado el Papa del Concilio porque lo dirigió y transformó sus decretos en vida fecunda de la Iglesia.

Pablo VI deseó siempre relacionarse con el universo de las conciencias, ninguna excluida. Sus conceptos de cultura, diálogo, evangelización, humanismo y caridad, siempre interrelacionados, nos indican cómo para este Papa el diálogo de la religión con la cultura resulta indispensable para la evangelización.