Falsos mitos sobre los depredadores - Alfa y Omega

Falsos mitos sobre los depredadores

La homosexualidad o la pedofilia no explican los escándalos de abusos sexuales, asegura Karlijn Demasure, ex directora ejecutiva del Centro para la Protección de Menores del Vaticano, que apunta al clericalismo y al déficit de formación afectivo-sexual en los seminarios

Ricardo Benjumea
Foto: Pixabay

Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco mujeres ha sido abusada o agredida sexualmente, frente a uno de cada 13 varones. La proporción se invierte en la Iglesia, donde dos terceras partes de las víctimas son chicos, la mayoría adolescentes. Lo que no cambia es el género del agresor, en un 90 % masculino. También hay depredadoras, pero la violencia de las mujeres suele ser de tipo más psicológico y menos de carácter sexual, aclara.

A juicio de Karlijn Demasure –una de las mayores expertas a nivel mundial en la materia,  hasta hace unos meses directora ejecutiva del Centro para la Protección de Menores de la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma– , estos datos pueden inducir conclusiones precipitadas y erróneas, como la que identifica al sacerdote agresor con un pedófilo. A tenor de las investigaciones en Irlanda, EE. UU. o Alemania, «sabemos que alrededor del 7 % de los sacerdotes han sido abusadores, pero de ellos solo un 1 % o quizá un poco más eran [clínicamente] pedófilos», dice esta experta, quien antes de especializarse en abusos en la Iglesia se doctoró con una tesis sobre incesto en la familia tras su regreso a Bélgica procedente de la República Democrática del Congo, donde trabajó con su marido como misionera en la formación de catequistas locales.

Si a esos «verdaderos pedófilos» les sumamos los efebófilos (aquellos que se sienten atraídos por chicos adolescentes), Demasure calcula que «el porcentaje total puede rondar el 15 % o el 20 %». ¿Cómo se explica entonces el 85 % restante de abusos? «Algunos inmediatamente responden: “Es porque son homosexuales”. Pero las investigaciones no prueban esto. Los homosexuales no abusan más que los heterosexuales. Lo que ocurre es que los agresores recurren a las personas vulnerables que tienen a su alcance, y las condiciones han sido más favorables en entornos como los colegios de chicos». De igual forma, recuerda, hasta hace unas décadas, no había niñas monaguillos, que empezaron a extenderse después de que, en 1994, la Santa Sede aclarara que niñas y mujeres podían acolitar.

Otro falso mito es el que asocia la crisis de abusos sexuales con «la infiltración de la cultura del 68 dentro de la Iglesia», asegura esta experta. «Los abusos comienzan de media –argumenta– diez años después de la ordenación, salvo en el caso de los verdaderos pedófilos, que actúan de inmediato. Puesto que el mayor número de casos se dio en las décadas de los 60 y de los 70, esto significa que el problema es anterior». «Lo que sí ocurrió es que se empezó a poder hablar más abiertamente sobre sexualidad, y eso permitió que salieran a la luz más casos», añade.

Las causas de los abusos son, asegura, complejas y diversas. Algunos han apuntado «erróneamente» al celibato obligatorio. Ella, sin embargo, pone el foco en la inmadurez psicológica. «Se trata fundamentalmente de sacerdotes que fueron al seminario menor con 12 años, y desde entonces vivieron rodeados solo de hombres, sin trato con mujeres (ni siquiera sus hermanas), en un entorno muy cerrado y sin responsabilidades: les hacían la comida, cuidaban de ellos, no tenían que confrontarse con problemas cotidianos como cuidar a un hijo enfermo –que son los que a la gente normal le hacen madurar–…». Todo ello unido a lo que el Papa ha denominado una «cultura clericalista», que sitúa al sacerdote en una especie de casta superior.

Pero incluso al margen de esa idealización del ministerio sacerdotal, Demasure apunta que «los abusadores pueden ser párrocos muy atentos y entregados a los demás», lo que provoca que «no se crea a las víctimas». Se da en estos abusadores una especie de esquizofrenia que denota nuevamente rasgos de inmadurez. Por ejemplo, «les cuesta llegar a ser conscientes de que han hecho algo malo». La paradoja es que «la víctima es quien tiene un sentimiento de culpa; el agresor, no».

De pecado a crimen

Karlijn Demasure constata una importante evolución en la percepción de los abusos sexuales en la Iglesia. «En los años 80, como todavía ocurre hoy en algunos países de África, se pensaba en un pecado, que por tanto puede ser perdonado, igual que el adulterio. Por eso era frecuente trasladar al agresor a otra diócesis». Un error habitual en los obispos fue intentar resolver el problema hablando con los agresores, que «pueden resultar muy convincentes» y fingir un arrepentimiento que no es real.

A la vista de la reincidencia, la agresión pasó a comprenderse como una patología, equiparándola erróneamente a la pedofilia. Pero por defender el buen nombre de la Iglesia, se optó como norma general por ocultar el problema, generando después «una gran indignación». Finalmente, desde Benedicto XVI, se entiende que se trata de crimen que, por tanto, «debe ser comunicado a las autoridades civiles».

Un elemento problemático común a estos tres enfoques es que la agresión se reduce a una cuestión meramente personal. Hasta que, «en sus últimos pronunciamientos, el Papa Francisco ha hablado de algo que ya se reconocía hace tiempo en los círculos académicos: hay causas sistémicas», comenzando por el clericalismo que creó las condiciones para el encubrimiento, olvidando que «la víctima es tan Iglesia como el sacerdote agresor».

Esa conciencia no acaba sin embargo de llegar todavía a muchas Iglesias locales, cree Demasure. Por eso «aunque todas las conferencias episcopales tuvieron que elaborar unas directrices y enviarlas a Roma, muchas las han dejado olvidadas después en estanterías». Y lo mismo sucede con la prevención en los seminarios. «Es obligatoria, pero he visto países en Europa donde se reduce a apenas dos horas durante todo el tiempo de formación para el sacerdocio». Como sucede con recomendaciones del Vaticano como la normalización de la presencia femenina en la formación los seminaristas. «De temas como la sexualidad tendrían que hablarles mujeres casadas», cree Demasure.