Los preferidos - Alfa y Omega

Casi todas las mañanas llega a nuestra portería nuestro amigo Francisco Javier. Viene con su botella y nos pide que se la llenemos de agua. A veces nos trae pan; otras, refrescos, jabón… Son cosas que con frecuencia le regalan en las tiendas, porque las pide para sus monjas. Como ya le conocen, prefieren darle algo del establecimiento para que se vaya conforme y así evitar entrar en conflicto con él.

Francisco Javier tiene esquizofrenia paranoide. Él mismo se lo dice a cualquiera, asumiendo su enfermedad en la medida que puede. Es un pobre hombre al que algunas personas le tienen miedo por su aspecto desgarbado y su forma de hablar, un tanto misteriosa y solemne. Viene a nuestro convento con el pretexto de traernos algo o de pedirnos agua, pero lo que busca es que le curemos un poco su soledad. Aquí se siente querido, somos sus amigas. Le gusta charlar y comprobar que le tratamos con cariño. Luego se va contento, un poco más confortado por saber que cuenta para alguien.

Carmen, que vive en el mismo centro que Francisco Javier –aunque tiene otro problema distinto y no lleva tanto tiempo–, aprendió igualmente el camino hasta nuestra iglesia. Le encanta venir a Misa y la ronda de besos, acercándose a cada una de las hermanas. Nos dice que le han aumentado la medicación y que ahora está cogiendo peso, pero que está bien; que pronto vendrán los suyos a visitarla… Carmen se siente a gusto con nosotras y nos cuenta sus penas. Se va luego contenta, consolada, porque sabe que la queremos.

Ellos y otros muchos son los pequeños de los que habla Jesús en el Evangelio. Se nos olvida que son también nuestros, de los que nos consideramos normales, los que creemos que hacemos cosas importantes y vamos con prisa a todos lados mientras atendemos al móvil, sin mirar a nadie. Pero tenemos que cuidarlos entre todos con nuestra acogida en la mirada, en la sonrisa, en la palabra. Posiblemente será justo en el momento más inoportuno cuando ellos se crucen con nosotros a reclamar nuestra atención; es ahí, en ese preciso instante cuando Dios, a través de sus preferidos, nos quiere hablar al corazón.