Las rosas de Cibeles - Alfa y Omega

Las rosas de Cibeles

Concha D’Olhaberriague
Foto: Ángel Navarrete

Allí están, desatendidas, ignoradas. En Cibeles hay rosas todo el año, de colores diversos: fucsia, naranja, rojo, rosa, blanco y amarillo. Pero pocos paseantes reparan en ellas. Los rosales del jardín del Palacio de Buenavista pespuntean en curva la valla enrejada del esquinazo que mira al paseo de Recoletos por un lado, y a la calle de Alcalá, frente al Banco de España, por el otro costado.

Lo mismo que las rosas, no sería de extrañar que también pasara inadvertido el elegante jardín de Buenavista, diseñado como una abreviatura de Versalles, con arboladas y un cenador vestido de plantas trepadoras a mitad de la pendiente, esculturas alegóricas y fuentes. Hay que subir al mirador del Ayuntamiento para ver la masa arbolada que arropa los edificios señoriales del cuartel. Si es en otoño, se puede contemplar el dorado fulgente del follaje del ginkgo biloba, superior en porte al del Botánico.

Porque el palacio primigenio, residencia inicialmente del arzobispo de Toledo, del rey Felipe II después, y de los duques de Alba a continuación, se levantó sobre un antiguo olivar que trepaba por un altozano –aunque no lo parezca, pues el montículo ha quedado casi oculto por el entorno– conocido como el altillo de Buenavista, y de ahí le viene el nombre al edificio, convertido más tarde, al cambiar el rango nobiliario por el castrense, en Ministerio de la Guerra y hoy en el Cuartel General del Ejército de Tierra.

El que ha llegado hasta nuestros días es un soberbio edificio decimonónico, con cierta sobriedad exterior y gran ornato en sus salones. Artistas de la talla de Goya, con un gran tapiz, La Era, en el salón que lleva el nombre del pintor, y escultores como Mariano Benlliure y Aniceto Marinas embellecen el conjunto con sus obras.

En fechas señaladas, se realizan vistosas ceremonias militares en la parte del jardín que linda con el edificio del Instituto Cervantes, y entonces hay curiosos, turistas o lugareños que cambian de perspectiva y dejan de fotografiar a la diosa Cibeles, la Puerta de Alcalá o el antiguo Palacio de Comunicaciones, sede del Ayuntamiento, y concentran su atención en el inesperado espectáculo. También en época navideña, cuando el jardín se adorna con un bonito Belén, guarnecido con corcho a modo de paisaje, y colocado tras la línea de los rosales.