De una fe de convenciones, a una fe de convicciones - Alfa y Omega

De una fe de convenciones, a una fe de convicciones

El cardenal Scola ha participado, este fin de semana, en EncuentroMadrid dando Buenas razones para la vida en común. «Vivir juntos es un bien social, algo que siempre ha sido bueno», explica, al mismo tiempo que subraya que la familia es hoy «el punto sobre el que se juega la felicidad del hombre». Ante los próximos Sínodos, dice que hay que avanzar en la preparación al matrimonio, «concebirla no sólo como un trámite, sino un construir la relación de los novios con familias maduras, que los acompañen incluso en las dificultades» de la vida

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Los cardenales Rouco y Scola, durante estos días pasados, en Madrid

Hoy, nuestro mundo parece golpeado por la división, el enfrentamiento e incluso la violencia, pero usted ha hablado en EncuentroMadrid sobre las Buenas razones para la vida en común. ¿Por qué es bueno vivir juntos, si el otro —la mujer, el marido, el vecino, el compañero de trabajo, el jefe— a veces representan aquello que decía Sartre: El infierno son los otros?
Yo no digo que sea fácil; digo que es necesario darse cuenta de que, en este paso de milenio, estamos entrando definitivamente en una sociedad plural. Vivimos en un contexto social, en Occidente, en el que hay visiones distintas sobre la vida, pero hay un dato cierto: vivimos juntos, es un hecho. Este vivir juntos es un bien social, algo que siempre ha sido bueno. El punto es decidir transformar este bien social en un bien político: construir las condiciones a través de las cuales el vivir juntos, incluso con visiones distintas del mundo, pueda llevar a una vida buena.

¿Cómo llegar, entonces, a este punto?
Es necesario subrayar que, en una sociedad plural, cada sujeto debe narrarse, y dejarse narrar, con vistas a aquello que Paul Ricoeur llamaba reconocimiento, de modo que el bien común pueda ser perseguido y construido. Se trata de un reconocimiento que tiende hacia el verdadero sentido de la política: el compromiso, que quiere decir prometer juntos. ¿Cuál es la tarea de las instituciones políticas? Garantizar el pluralismo en el respeto de los derechos fundamentales de todos, según procedimientos auténticamente democráticos. Ahora bien, si este reconocimiento, que descansa sobre la experiencia humana elemental, común a todos los hombres, no puede ser alcanzado, entonces será necesario recurrir a la objeción de conciencia.

Hoy, esa organización de la vida común que es la política aparece muy desprestigiada. ¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿La política ya no tiene nada que ofrecer? ¿Vivimos un cansancio de la política?
Este paso al tercer milenio es más que un cambio de época. Es la primera vez que el hombre se encuentra ante algunos fenómenos inéditos: la biotecnología, la neurociencia, las redes sociales, el mestizaje de culturas provocada por la inmigración… El hombre posmoderno es algo así como un púgil que ha recibido un fuerte golpe en la cabeza y se tambalea; todos estamos un poco así. Por eso, los partidos políticos han sufrido una crisis muy radical y han ido perdiendo poco a poco el contacto con el pueblo, también a causa de una falta de visión política, enfatizada por el fenómeno de la corrupción. Creo que debemos considerar la necesidad de una refundación de los instrumentos de representación de la sociedad.

Próximamente se van a celebrar las elecciones al Parlamento europeo. En medio de esta crisis económica, ¿hacia dónde se dirige Europa? ¿Qué es preciso para construir un proyecto político común?
Los tres hombres que se empeñaron en construir Europa —De Gasperi, Schuman y Adenauer— tenían una visión del hombre, que estaba en la base de la edificación política de Europa. Estos tres grandes hombres eran cristianos, y eran capaces de dialogar con todos. Hoy, esta visión se ha perdido. Podría comenzarse de nuevo a partir de la resolución de problemas prácticos que los europeos tenemos en común, pero hoy no emerge una concepción de la persona y del pueblo que testimonie estas raíces y perspectivas de futuro europeas comunes. Las grandes cuestiones antropológicas asumen casi el carácter de un desafío. La pregunta sería: ¿Quién quiere ser el hombre del tercer milenio? ¿Quiere estar ligado a una relación constitutiva: con Dios, con los otros, consigo mismo? ¿O quiere ser únicamente su propio experimento?

En este tejido de relaciones del que habla, ¿es la familia un elemento más, o es una prioridad absoluta?
La familia es una prioridad, porque se ha convertido hoy en el punto sobre el que se juega la posibilidad misma del cumplimiento del hombre, de su felicidad. La familia es el lugar que lleva consigo las diferencias constitutivas: la diferencia sexual y la diferencia entre generaciones. La pérdida del sentido de la diferencia sexual, con la exaltación del tema del género, produce la incapacidad de ir hacia el otro, y esto se ve en la transformación que están experimentando las relaciones afectivas y en su resultado: una asfixiante búsqueda de lo nuevo en el campo erótico. A nivel afectivo se da por inevitable una escisión entre el amor y el deseo erótico, mientras que la familia sigue siendo el lugar que testimonia la posibilidad de que el otro tenga un espacio, la posibilidad del para siempre.

¿Qué necesita la familia en este momento de la Historia, y hacia donde se encaminan los dos próximos Sínodos de los Obispos, precisamente sobre la familia?
La Iglesia, sobre todo con Juan Pablo II, y en especial a partir de sus catequesis sobre el cuerpo y el amor y de la Exhortación Familiaris consortio, ha puesto al matrimonio y a la familia en el centro de su atención, al menos en los últimos 30 ó 35 años, de un modo que no tiene precedente. Se ha percibido a la familia no sólo como Iglesia doméstica, sino también como célula básica de la sociedad. Desafortunadamente, el camino abierto desde la Familiaris consortio para que la familia se convierta, en nuestra realidad eclesial, en sujeto de la pastoral, y no solamente objeto de cuidado por parte de los pastores, a mí me parece una realidad todavía muy lejana. Por ejemplo, es necesario concebir la preparación al matrimonio no sólo como un trámite, sino como un construir la relación de los novios con familias maduras que los acompañen incluso en las dificultades, fatigas y heridas. La familia es un pilar fundamental, y pienso que el entendimiento del Papa sobre estos Sínodos está en función de esta concepción de carácter pastoral.

Entonces, los Padres sinodales no van a hablar únicamente de la Comunión de los divorciados vueltos a casar, como a veces parece…
En efecto, ha sido el mismo Papa Francisco quien ha dicho que quien concentra el problema de los divorciados vueltos a casar en la cuestión de la Comunión sacramental, reduce gravemente la atención pastoral de la Iglesia por estos hijos suyos. El Santo Padre ha querido convocar un Sínodo extraordinario y un Sínodo ordinario, precedidos del último Consistorio, y apenas hemos comenzado a pensar en la familia como sujeto de la pastoral, y dentro de esto se deberán, obviamente, afrontar los problemas específicos.

¿Cuál es su balance de este primer año del Papa Francisco? ¿Y cómo enmarca su pontificado en continuidad con los Papas anteriores?
El Papa ha abierto las puertas de la Iglesia con un anuncio incisivo de Jesucristo como el lugar de la misericordia, que llama a involucrar toda nuestra libertad; y con sus gestos y enseñanzas ha encontrado un contacto directo con el pueblo, también con muchos que se encontraban alejados. Creo que la Providencia nos ha hecho un gran don con el Papa. Es necesario no confundir el estilo de cada Pontífice con la continuidad esencial que existe entre los Papas, en especial la continuidad entre el Papa Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II, pero también Pablo VI. Espero que Pablo VI pueda ser declarado pronto Beato.

¿Cómo es hoy la diócesis de Milán, en relación con la situación de la Iglesia en Italia y en toda Europa?
Pienso que puede existir una analogía con Madrid y con España. Hay una consistente proporción de pueblo que vive su fe, que es fiel a la práctica dominical, y se ve una gran riqueza de propuestas e iniciativas, de sacerdotes y laicos implicados en la pastoral. No creo que se pueda hablar de una minoría de cristianos desde el punto de vista sociológico; pero sí creo que hay una minoría cultural. No acertamos a dar adecuadamente razones de nuestra fe. Es necesario que pasemos de un catolicismo de convenciones a un catolicismo de convicciones. El catolicismo será la esperanza para el futuro si demuestra en el presente que la fe es algo que conviene al hombre, que no le quita nada, sino que le da todo.