Los más humildes animales que sirvieron al Señor - Alfa y Omega

Los más humildes animales que sirvieron al Señor

Es explicable que fueran los preferidos de Jesús: un asno le salvó la vida en la huida a Egipto, y sobre una borriquilla entró en Jerusalén para ofrecernos su muerte redentora. En el Domingo de Ramos, niños y grandes disfrutan con la estampa de Jesús a lomos del jumento que, como Rucio o Platero, también él querría tener un nombre

Alfredo Amestoy
Entrada de Jesús en Jerusalén, de Giotto. Capilla de los Scrovegni, Padua (Italia)

No corren buenos tiempos para la lírica; una pena, porque el tema que les propongo es, quizás, demasiado poético… Menos mal que, como sí corren buenos tiempos para la protección de los animales, puede resultar oportuno, y grato, hablar de los más humildes representantes de la raza equina: los asnos. Además, los asnos a los que nos vamos a referir, como le ocurría a la vaca lechera de la canción que no era una vaca cualquiera, nuestros asnos tampoco son unos asnos cualesquiera. Se trata de los dos pollinos que llevaron a Jesús, uno a la vida; el otro a la muerte. El que cargó con la madre y el niño en la huida a Egipto para escapar de la matanza de Herodes; y el que, por expreso deseo suyo, montó el Nazareno el Domingo de Ramos para entrar triunfante en Jerusalén, donde le aguardaba la semana más crucial en la historia del mundo, gracias a la Redención de todo el género humano a cambio de algo tan sublime que es incomprensible para nuestras mentes: la Pasión y la muerte del Hijo de Dios, del mismo que nos había creado.

La figura de estos dos jumentos y su episódico pero destacado papel en la biografía del Redentor, donde ni una palabra ni un gesto fueron anecdóticos o intrascendentes, adquiere a nuestro juicio un enorme significado que quizás no ha sido muy valorado por teólogos y exégetas, pero que no ha escapado a la atención del pueblo llano, que ha visto no sólo con ternura, sino con veneración, la presencia del asno al servicio del Señor en el Domingo de Ramos, en la huida a Egipto y, por supuesto, en el portal de Belén.

Por cierto, no es sólo la sensibilidad, sino el sentido común de las gentes el que ha deducido que el asno en que la Sagrada Familia abandona Belén para salvar la vida del Niño fue el mismo que permaneció junto al buey en el establo, calentando al recién nacido durante las semanas que allí vivieron y donde Jesús recibió la adoración de los pastores y de los Magos de Oriente.

Elogio de Benedicto XVI a los animales del portal de Belén

La importancia de los animales en el portal de Belén y su significación como representantes de una grey humana allí ausente es destacada por Benedicto XVI, que , antes de ser Papa, estudió en profundidad no sólo la Navidad, sino el papel decisivo que para la liturgia del nacimiento de Cristo y para el culto del belenismo desempeñó san Francisco de Asís en la Edad Media, que, en el pueblecito de Greccio, no muy lejos de Roma, inició hace ocho siglos la tradición de evocar con todo realismo el misterio de la Navidad. Con ese propósito, reprodujo Francisco, en una cueva del pueblo, la escena que hoy conocemos, sin omitir el buey y el asno, tan próximos al Niño como la Virgen y san José.

Es así como, a partir de ese momento, y gracias a Francisco de Asís, buey y asno junto al pesebre dejan de ser fruto de la imaginación de los primeros cristianos y se convierten en personajes imprescindibles en la escenografía del portal de Belén. Apuntaba el entonces cardenal Ratzinger que, gracias a Francisco de Asís, buey y asno cobran tal relieve que, en las representaciones navideñas medievales, a ambos animales se les ponen rostros casi humanos.

Benedicto XVI, en esta oportunidad y en otras ocasiones, no ha dejado de ensalzar al pobrecito de Asís, santo de su devoción, como si previera que quien iba a sucederle en condiciones tan singulares en la silla de san Pedro elegiría ese nombre inédito en la nómina de los Papas.

Y, si los nombres imprimen carácter, o responden al espíritu de quien escoge Patrono, la elección del nombre de Francisco nos anticipaba la línea del actual Pontífice.

¿Hay un cielo para los animales buenos?

A propósito de la necesidad de llamar a las personas y también a los animales por su nombre, echamos en falta el apelativo -judío, cristiano o pagano, cierto o inventado- que tienen o podrían tener tanto el asno del portal de Belén, que luego viajaría a Egipto, como el pollino que escogió el Señor -porque todo indica que ya lo había visto o previsto, al saber dónde se le podía encontrar y el dato curioso de conocer que nadie lo había montado aún-, dos jumentos que nada tienen que envidiar a Rucio y a Platero, que casi poseen documento nacional de identidad.

Los ciento veinticinco kilómetros que tuvo que hacer el asno que llevó a la Virgen, con el niño en su vientre, desde Nazaret a Belén; la estancia en el establo al cuidado del recién nacido; y los casi quinientos kilómetros de Belén a Egipto con la madre y el niño, sin contar el posible viaje de vuelta que el mismo animal hizo a Nazaret, supone un protagonismo superior al que Cervantes atribuye al Rucio de Sancho Panza.

Y, en cuanto al asno que montó Jesús para su entrada en Jerusalén, no ha habido ni habrá animal de la creación que haya gozado de tanto honor como el de llevar sobre sus lomos al Hijo de Dios en el día más triunfal de su existencia terrenal. Porque, en el día de la Resurrección, quien se había hecho hombre ya alcanzó la humanidad gloriosa; el hombre terreno había muerto en la cruz, y el Resucitado, cumplida la Redención, ya pudo hacernos a los hombres verdaderos hijos de Dios.

Huida a Egipto. Iglesia de Milk, en Belén

Así pues, este privilegiado pollino nada tiene que envidiar al tan laureado Platero, gracias a quien, dicen, Juan Ramón Jiménez se vio muy favorecido en la obtención del premio Nobel. Platero cumple ahora cien años, y es objeto de homenajes a su figura, que tanta ternura, afecto y simpatía ha inspirado en millones de lectores, desde que se publicó su historia, en 1914 , y salió de Moguer para alcanzar fama universal.

Bueno, en realidad, no salió de Moguer. Platero bajó del cielo, donde, a su muerte, en las últimas páginas, le había llevado Juan Ramón; un cielo de los animales, en cuya existencia yo creo, y de cuyos pormenores me atreví a hablar desde un altar en el Pregón que hace unos años hube de dar en el día de San Antón.

Los asnos que acompañaron a Jesús necesitan un nombre

Y, si Platero está en el cielo, ¿dónde tendrá que estar el borriquillo del Domingo de Ramos, que no tiene un siglo de gloria, sino veinte, casi dos mil años? Lástima que el borriquillo que montó el Señor no ha tenido quien le escriba. Los evangelistas, que nos contaron su historia, no son malos cronistas, ¡vive Dios!, e incluso san Marcos y san Lucas relatan que al borrico «nadie lo había montado todavía», pero no nos dicen qué hicieron los discípulos con el animal después de la triunfal entrada. Además, hablan de «un borrico atado», mientras san Mateo se refiere a «una borrica atada con su pollino», y a los dos discípulos que envía Jesús les dice que se los traigan, los dos. Hay, pues, algunas dudas a la hora de determinar si el jumento que montó Jesús era macho o hembra, aunque en Andalucía y en otros lugares de España han optado por la borriquilla; y así se llama, de la borriquilla, a la procesión del Domingo de Ramos y a las cofradías que desfilan ese día.

No obstante, persiste la duda. Duda y ambigüedad que no se dan en los casos citados de Rucio y Platero, que tienen muy claro su sexo gracias a sus inequívocos nombres. De donde se desprende que, si su condición depende del nombre, pongámosle un nombre femenino si la mayoría parece que le prefiere hembra, borriquilla. Y aprovechemos la ocasión -no para cristianar, porque ambos asnos son más cristianos que nadie- para poner nombre también al asno de Belén y de la huida a Egipto, que, como han imaginado los cristianos coptos de El Cairo también navegó por el Nilo. En aras de respetar las cuotas de género, éste sería macho, llevaría nombre masculino y, así, todos contentos.

El cómo y el cuándo pudiera hacerse esa consulta popular -mucho más sencilla, ingenua y bienintencionada que otras que se pretenden realizar-, corresponde a la dirección de Alfa y Omega, porque no vamos a involucrar a Benedicto XVI ni al Papa Francisco; aunque estoy seguro de que ambos disfrutarían con este plebiscito.

No aspiremos a tanto y conformémonos con que se celebre en España, donde, si bien no tiene tumba el soldado desconocido -porque aquí todos los héroes, aunque sean soldados rasos, son conocidos-, sin embargo somos muy poco imaginativos para bautizar a los animales, a pesar de que Walt Disney, que es quien más animales ha bautizado, parece que nació en Almería.

La verdad es que ni los leones de las Cortes tienen nombre de manera oficial, aunque les adjudiquen informalmente los nombres de Daoíz y Velarde, mientras sí lo tienen los leones de Trafalgar Square, en Londres, o los dos leones de la Biblioteca de Nueva York, en la Quinta Avenida: uno es Fortaleza y el otro Perseverancia.

En el Evangelio no hay lugar para los epítetos ni para los ditirambos. Y, a pesar de abundar Jesús en las parábolas, las fábulas y las metáforas, no hay en sus palabras elogios, panegíricos ni apologías. Su tono no es exaltado cuando anuncia, ni crispado cuando juzga, ni melifluo cuando perdona. Hay seriedad en su trato, incluso con su madre y los discípulos. Jamás realiza un milagro si no es de extrema necesidad: resurrecciones como la de Lázaro, prodigios como la conversión del agua en vino o la multiplicación de los panes y de los peces.

Jesús prefirió el burro, en vez del caballo o el camello

Según los evangelistas, los excepcionales cronistas que tuvo Jesús en su vida pública y biógrafos incluso de su niñez, el Hijo de Dios que se hizo hombre y vivió entre nosotros jamás quiso aparecer como un poeta iluminado, ni como un orador capaz de seducir a las masas. Si hubiera querido ser otra clase de líder, hubiera nacido en otra clase social y hubiera tenido estudios. ¿O es que nos olvidamos que no sólo fue el hijo de un carpintero, sino carpintero él mismo durante casi veinte años? Jesús-Hombre no fue un intelectual. Y Jesús-Dios no necesitó ser un filósofo. Resuelve con frases escuetas y lapidarias sentencias sus más importantes y comprometidas declaraciones. En el Deja todo y sígueme. En Al César lo que es del César. En el Más difícil es que un rico entre en el reino de los cielos… En el Lo que tengas que hacer, hazlo ya…, a Judas. En su propio juicio, en el que será condenado a muerte, no hay argumentos, ni perífrasis ni, por supuesto, sofismas. Recuerdo que, en una entrevista para televisión, poco antes de morir, el filósofo y teólogo don Juan Zaragüeta me confirmó un dato sorprendente: en el Nuevo Testamento no hay un solo silogismo, como si no existiera interés por demostrar ni argüir concepto alguno.

Sorprendente, también, este Jesús siempre muy humano, y siempre trascendiendo lo humano. Su magisterio era tan trascendente, que no podía dar lugar a que se tergiversara cualquiera de sus mensajes. Por eso, y aunque al enunciar las Bienaventuranzas compuso el poema más bello de todos los tiempos, Jesús prefirió más la prosa que el verso. El ¿Por qué me has abandonado? o el Hoy estarás conmigo en el Paraíso no fueron frases para terminar una obra teatral. Ni en Belén ni en el Gólgota hubo dramaturgia. Hubo un drama real sufrido por un Dios de carne y hueso.

Por eso, este comentario es para que Él nos perdone, por infantil, esta ilusión de que tengan un nombre sus dos famosos borriquitos. Bueno…, el borriquito y la borriquita.

Perdónanos, porque Tú sí sabes lo que hacemos… Y hasta lo que queremos hacer.