En los sueños..., la verdad - Alfa y Omega

En los sueños..., la verdad

Javier Alonso Sandoica

Para aquel que aún no haya visto sobre un escenario La vida es sueño, de Calderón, me atrevo a asegurar que le valdrá un cuadro de actores suficiente y una también suficiente dirección de escena para su disfrute. Así de conformista me encuentro. La tralla del texto es tan abrumadora, que incluso un hacer mediocre apenas alcanza a rozar cuanto Calderón nos dice. Todavía se puede ver en el Teatro Pavón, de Madrid, la versión de Juan Mayorga, en la que Blanca Portillo hace de Segismundo y Marta Poveda se muestra inquietante y frenética, en su papel de Rosaura. Sigo sin entender el travestismo del personaje principal. Que Blanca Portillo sea uno de nuestros rostros más conocidos del cine y de las series españolas no le garantiza que pueda entrar como un guante en cualquiera de nuestros iconos literarios: en el Quijote, en el Lazarillo de Tormes, en Peribáñez, etc. Es como si el autor quisiera situar una maceta con azucena sobre el escenario, y en su lugar aparece la cabeza disecada de un toro; la fuerza dramática hace aguas. A pesar de todo, la pieza funciona notablemente por la puesta en escena, sobria y ceñida, que pinta a los actores con un reflejo tenue de velas, con el polvo de las batallas…

La cualidad del texto de Calderón está en su ajustada definición del ser humano que, privado de libertad, es decir, de su más preciado regalo, se convierte en bestia, ultrajador, en descosido sin remedio. El espectador sabe que «los sueños, sueños son», y cuando llega el momento inmortal, todos se lo bisbisean a su compañero de butaca. Pero aquí no se nos conduce a la moraleja de que vivir es soñar, sino que la privación de la libertad supone malvivir. Sólo cuando gana en libertad, el hombre sale de su postración y se reconoce como digno, capaz de perdonar; hace proezas.

No es necesario conocer el contexto histórico en el que la pieza se escribió para comprenderla en su nervio. En La vida es sueño, asistimos al triunfo del libre albedrío católico, frente a la predestinación protestante. Es Basilio, padre de Segismundo, el que representa esa predestinación o caída en un destino irrevocable. Ha recibido un oráculo de las estrellas que han revelado el futuro del hijo como rey tirano y cruel; así, de forma irremediable. Pero sólo cuando Segismundo sale de la prisión y va tomando decisiones se convierte en hombre entero. Hay una frase bellísima que cito de memoria. Nuestro protagonista no sabe a ciencia cierta si vive o sueña, pero incluso si es que sueña, debe obrar con rectitud y escoger el bien. Hay aquí toda la ciencia natural del alma humana, que busca el bien y la verdad como vocación natural.