No sólo dolor, sino inmensa soledad - Alfa y Omega

No sólo dolor, sino inmensa soledad

«He decidido llevar a término este encargo desde unas reflexiones personales que se entreveran con la Semana de Pasión, cuando la Historia giró sobre sí misma: Dios sufrió y padeció por sus criaturas»: así dijo don Eduardo Torres Dulce, el pasado lunes, en su Pregón, del que ofrecemos un extracto:

Redacción
Don Eduardo Torres Dulce, durante su Pregón de la Semana Santa madrileña, en la catedral de la Almudena

Quisiera que nos sintiéramos cercanos a ese tiempo pascual en el que, hace más de 2.000 años, las gentes de Jerusalén estuvieron escuchando y viendo al Señor que pasaba para irse y para quedarse. Porque todos seguimos estando en Jerusalén aquella semana. Y estamos allí porque, como recuerda Moeller, «los cristianos de este siglo quieren pan, pan verdadero que sacia; quieren agua, agua verdadera que sacie su sed; quieren luz, la luz de la verdad que no se extingue; quieren oír hablar de la Palabra divina, desnuda, poderosa, que penetra hasta la juntura del espíritu, la médula. Esta Palabra de Dios es Jesucristo».

El evangelio de Mateo deja claro cómo el Señor advirtió a sus discípulos y nos advierte a todos de lo que va a suceder: «Mirad, subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado á los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, y le azoten, y le crucifiquen; pero al tercer día resucitará». ¡Qué terribles y misteriosas debieron resonar esas palabras en los oídos de los discípulos, de igual manera que resuenan en la distancia en nuestros oídos y en nuestro corazón!

Domingo. Primer día de la semana para el pueblo judío. La semana va a comenzar para el Señor con un timbre de gloria humana, la gente le recibirá en olor de multitudes. Cuando cayera la noche, seguramente sus discípulos hablarían de ese día prodigioso, y quizás como nosotros se olvidaran del anuncio de su Pasión y de su Resurrección.

Martes. Al Señor le gusta madrugar, y por eso conviene estar preparado para salir cuanto antes de camino, incluso sin probar bocado. Eso ocurrió esa mañana: «El Señor tuvo hambre». Su condición humana: tiene hambre, llora por un amigo, se indigna ante el trapicheo en el templo. El cristianismo está hecho para la condición humana, para que la ejerzamos con la meta del servicio al Señor. En esas mañanas de la semana de Pascua, muchos, ante los actos milagrosos de Jesús de Nazaret, le creyeron, pero prefirieron no confesarlo. En el pasado siglo XX, se ha hablado, y aún es tema de debate, sobre el silencio de Dios, pero en muchos casos entre nosotros, los cristianos, y en el día a día, deberíamos hablar del silencio sobre Dios. Todos estábamos allí viendo al Señor y le creíamos, pero nos callábamos, nos callamos.

Miércoles. El proceso abierto por el Sanedrín contra Jesús seguía su curso, pero se dudaba cuándo sería necesario proceder a su detención. Jesús asistió en Betania a un convite, donde una mujer unge con perfume su cabeza. El acto público de esa mujer es un testimonio maravilloso, emocionante, porque siempre son las mujeres las que, calladamente o a voz en grito, con extraordinario valor y dignidad, sea cual fuere su condición personal o social, muestran teológicamente su importancia en el Evangelio. El Señor sabe que, en pocas horas, va a morir y a resucitar. Los pobres siempre estarán con nosotros, nos recuerda. Los necesitamos, pero a Él también. Se queda todos los días en el sagrario, pero cada día necesita que nos acerquemos, como esa mujer de Betania, con el frasco de perfume de nuestro amor y devoción, de nuestro arrepentimiento y de nuestro dolor.

Jueves. Desde aquel jueves celebramos, día tras día, la Eucaristía; conmemoramos esa última, pero también la primera Cena. Jesús transforma nuevamente un acto cotidiano -comer- en algo sagrado y eterno. Misteriosamente, el pan y el vino se transforman en su Cuerpo y en su Sangre, y así se conmemorará hasta el final de los tiempos. Es noche también de traiciones y abandonos; y también allí estamos todos nosotros, por mucho que pensemos que la acción de Judas es de proporciones tan extraordinarias que nunca nos asemejaremos a Él. En esa interminable noche, Jesús se sometió a la justicia humana. Él, que es el Justo por antonomasia.

Viernes. Jesús es enjuiciado. Ante la pregunta escéptica de Pilatos: ¿Qué es la verdad?, niega el relativismo que nos domina: Él es la Verdad, el Camino y la Vida. También estamos allí, ante Pilatos, esa mañana de Pascua, gritamos que preferimos a Barrabás, exigimos que se crucifique a Jesús. Interponer la fría distancia de 2.000 años para evadirnos de nuestra responsabilidad cotidiana de ignorar a Jesús, de no confesarle, es ignorar que Él redimió a todos, sin distinción ni condición alguna. También estuvimos, estamos allí, en el camino del Gólgota, por las calles de Jerusalén. Ojalá que seamos Simón de Cirene para ayudar a un agotado Jesús a llevar la Cruz. Y luego, allí, elevado al madero de la cruz, Jesús es privado de todo, incluso de sus vestiduras. Sigue siendo torturado y escarnecido. Me estremece siempre no sólo su dolor, sino su inmensa soledad. ¿Por qué lo dejamos tan solo?