Mozárabes y mudéjares - Alfa y Omega

Mozárabes y mudéjares

Cristina Tarrero
Foto: Luis García

Recordar nuestro pasado es sin duda enriquecedor. Existen en nuestra comunidad yacimientos procedentes de la Edad del Hierro; yacimientos romanos; Alcalá de Henares, que tuvo categoría de civitas; Titulcia, que debía de estar en el camino a Segovia y Miacum, quizá en Collado Mediano; tal vez pobladores visigodos que llamaron Matrice a esta pequeña localidad y, tras ellos, los árabes que la llamaron Magrit y la fortificaron. Los cristianos también se establecieron bajo su dominio y sus leyes pero manteniendo sus costumbres, los llamados mozárabes. La reconquista a finales del siglo XI y comienzos del XII marcó un antes y un después, pues la situación tornó. Así, tras la recuperación de Magrit, los pobladores dominantes eran los cristianos; y los mudéjares los árabes que quedaron manteniendo sus costumbres. Trabajaron para los cristianos y dejaron su impronta en nuestra ciudad. Mozárabes y mudéjares expresaron el sentimiento religioso de esos cristianos peninsulares; los primeros nos trasmitieron con fe su liturgia, su arte y sus costumbres; los segundos, los mudéjares, dejaron en nuestras iglesias sus conocimientos arquitectónicos. La población mudéjar trabajaba especialmente en la construcción, y su decoración y maestría constructiva la podemos contemplar en muchos lugares de España. En la Comunidad de Madrid la iglesia más antigua tiene recuerdos de ambas culturas, pues allí rezaba san Isidro, que era mozárabe, y allí descubrimos el arte mudéjar.

La iglesia está en el cementerio de Carabanchel, en la calle Óscar Romero. Carabanchel no se incorporó a la ciudad de Madrid hasta el año 1948, por ello hasta el siglo XX no formaba parte de la Villa. Es considerada de principios del siglo XIII, aunque había una iglesia anterior bajo la advocación de la Magdalena a la que acudía san Isidro. En la iglesia, declarada en 1981 Bien de Interés Cultural (BIC) y restaurada en el año 2001 por la Comunidad de Madrid, se localizaron restos de una villa romana de los siglos I y II, pinturas murales, y un pozo de san Isidro. El ábside, la portada y la cubierta mudéjar destacan por su calidad. Tras la canonización de san Isidro en 1622 se convirtió en lugar de peregrinación, y desde el siglo XVIII sirve como capilla al cementerio. En su interior, el retablo nos recuerda al santo y a santa María la Magdalena.