Entregad y vivid la alegría del Evangelio - Alfa y Omega

Este mes de octubre está siendo un tiempo de gracia muy especial para toda la Iglesia. En el Sínodo, con la presencia de obispos de todas las partes del mundo y de jóvenes de todas las latitudes y de todas las culturas, en situaciones muy diferentes, que escuchan y toman la palabra, sois los jóvenes los grandes protagonistas. No dejéis de soñar que todo puede ser muy diferente si nos ponemos a trabajar preguntándonos: ¿dónde encuentra un ser humano sentido pleno a su vida en todas las dimensiones que esta tiene, sin escamotear ninguna? ¿Quién puede abrirnos la mente y el corazón no de una manera ideologizada, sino viendo en todos los seres humanos la imagen viva de Dios? Observemos algunos ámbitos de la vida que afectan más a los jóvenes: el trabajo que no se tiene o que, cuando se tiene, no respeta su dignidad de personas; la migración en la que un alto porcentaje son jóvenes; las distintas formas de exclusión; enfermedades y sufrimientos; capacidades diferentes… Cuando uno se fija en las estadísticas y en la situación que vive el mundo, es normal que esta realidad de los jóvenes ocupe con intensidad la vida de la Iglesia.

Además, es en la juventud donde se toman elecciones de vida que determinan la identidad y el curso de una existencia. Recordando el Concilio Vaticano II, «la Iglesia no tiene más que una sola finalidad: que venga el Reino de Dios y que se establezca la salvación de todo el género humano» (GS 40. 45). Por ello, es normal que la Iglesia también se ocupe de aquellos que son casi la cuarta parte de la humanidad. Mi experiencia personal con vosotros, a los que he dedicado parte de mi vida y como obispo quiero y deseo seguir haciéndolo, es que sabéis movilizaros por causas en las que os sentís directamente implicados.

Escribo esta carta un domingo, después de haber escuchado en el Evangelio una propuesta que quizá no hemos visto lo que significa en la vida de la Iglesia. Aparecen dos hermanos de edades muy diferentes, Santiago y Juan, uno de ellos joven. Se acercaron a Jesús para decirle así: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir». La respuesta del Señor fue inmediata: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Como bien sabéis, ellos pidieron prestigio, poder, mandar sobre los demás… Y Jesús les propuso otros caminos, que son los que realmente cambian este mundo: «¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». La respuesta de ambos, un poco inconsciente, fue inmediata: «Lo somos». El Señor les explicó enseguida lo que significaba entrar por ese camino: ser servidores de todos, hacerse los últimos, hasta dar la vida… Parece que les entusiasmó, pues siguieron con Él. Y entusiasmó más al joven Juan, quien tuvo una intimidad tan grande con el Señor que, al final de su vida, le dio el encargo de acoger a su Madre en nombre de todos.

Cada día estoy más convencido de que las imágenes falsas de Jesús quitan fascinación. La que entregó Jesús a estos dos primeros discípulos, que es la que da a todos los hombres que se acercan a Él con independencia de su edad, siempre atrae. Y por eso sigue fascinando a los jóvenes. ¿No vemos la reacción tan diferente que tienen los jóvenes cuando se les presenta de verdad una u otra manera de pensar y actuar? Qué bien distinguen las consecuencias que trae e impone la cultura del descarte, de la indiferencia y de la exclusión. Qué alegría engendra en el corazón el seguimiento al Señor, la comunión con Él, la fraternidad y la comunión, el poner los primeros a quienes están los últimos… Recuerdo todo lo que los jóvenes de Madrid me entregaron en el Parlamento de Juventud para este Sínodo que estamos celebrando. Estoy plenamente convencido de que, cuando se abren espacios de encuentro y escucha, donde pueden expresarse y se saben escuchados, ven que hay una manera real de constituirse la dignidad personal, contra toda pretensión de eliminar el verdadero rostro del ser humano que apasiona, envía y lanza a vivir en misión, en salida.

¿Cómo realizar esta misión de entregar y vivir en la alegría del Evangelio? Tres tareas son imprescindibles:

1. Conversión pastoral y anuncio del Evangelio. Conlleva dejarnos guiar por la Palabra de Dios que nos ofrece todo lo necesario para revitalizar y mover nuestra existencia a seguir a Jesucristo como el único Camino, Verdad y Vida. No vale cualquier palabra. Solamente la que viene de Dios nos ofrece y da lo necesario para dar respuestas en la historia cotidiana y, además, es fuente de amor y de alegría para quienes la escuchan y la acogen en su corazón, pues nos impulsa a salir de nosotros mismos, y lo es también para todos los que nos encontramos en el camino de la vida, pues la recepción del amor de Dios quita los miedos, la desesperanza y el desánimo, para entregarnos la audacia y la fuerza de quien experimenta aquello que nos dice Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jer 1,8).

Siempre que medito el encuentro de Jesús con el joven rico, percibo algo que me parece que es importante en la conversión: Jesús no quiere llenarle un vacío. El joven le dice que ha cumplido los mandamientos, pero percibe algo que no está aún en su vida. Y Jesús le propone que se vacíe, que haga espacio a una nueva perspectiva de afrontar la vida, quiere que entre en la lógica de la fe que conlleva escucha, seguimiento y acompañamiento.

2. Salir y amar entregando la vida a los pobres. Qué dato más significativo, en el encuentro de Jesús con el joven, cuando lo llama al riesgo, a perder lo que ya tiene adquirido, a confiar. Las palabras de Jesús son claras y llevan una profunda mirada de amor. «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme» (Mc 10, 21). Esto ayuda a vivir un camino de reconciliación con el propio cuerpo y con uno mismo, con los demás y con el mundo. En ese salir y entregar la vida a los pobres, a quienes más lo necesiten, se descubre la plenitud de la alegría. ¿Por qué? Cuando uno se descubre a sí mismo que es amado por Dios, descubre una consecuencia inmediata: que tiene que regalar ese amor recibido a los que tiene a su lado, que no lo puede guardar para sí (familia, trabajo, estudios, compromiso social y civil, los que más necesitan). Porque Jesucristo nos abre a unos horizontes que jamás, por nuestras fuerzas, podríamos imaginar. En la exhortación Evangelii gaudium, el Papa Francisco nos invita a ver cómo el Espíritu actúa en lo íntimo de nuestro corazón y nos anima a dar los tres pasos del discernimiento: reconocer, interpretar y elegir. Para ello es imprescindible una actitud de escucha y oración.

3. Con la convicción absoluta de que se puede cambiar el mundo. Entrando por un camino de sinodalidad, que requiere que nos escuchemos, que demos cabida a todos, también a los jóvenes, para que sean protagonistas y no menos espectadores. El proceso sinodal es un camino hecho juntos y que nos invita a redescubrir la riqueza e identidad del Pueblo de Dios que ha de definir a la Iglesia como un signo profético de comunión en el mundo. En un mundo que vive en el desgarro de las divisiones y enfrentamientos, de las discordias y enemistades, se hace presente el Pueblo de Dios en cuyos miembros que lo forman habita el Espíritu Santo; este Pueblo tiene el mandato de amar como el mismo Cristo lo hizo, hasta dar la vida por todos los hombres, y se encarna en todas las latitudes de la tierra, en cada una de las culturas. Tiene una dinámica que lo empuja hacia el mundo, a los caminos por donde van los hombres, convirtiendo a la Iglesia en una Iglesia misionera; que no tiene la preocupación de ser centro, sino la de ser fermento de un cambio para que todos los hombres puedan encontrar la alegría del amor, dando vida y poniéndose a disposición de todos.