El patrón de los capellanes - Alfa y Omega

El 23 de octubre los capellanes castrenses celebramos la festividad de nuestro patrón, san Juan de Capistrano. Este santo refleja las mejores virtudes que el capellán castrense ha de llevar en su corazón, reflejo apasionado, humanista, generoso y humilde de los valores cristianos que debemos comunicar a nuestros soldados y marinos.

San Juan nació en 1386 en una familia acomodada de la corte de Luis I de Nápoles, en Capistrano, recóndito pueblo de la bellísima diócesis de Sulmona, en el Abruzzo. Después de ser jurista y estar casado abandonó el mundo y se hizo sacerdote de la orden franciscana. Predicador incansable, recorrió toda Europa llevando la fe cristiana con humildad y fervor. Y su doble dimensión como humanista y como evangelizador le hizo un modelo pastoral para los capellanes militares. Por una parte, porque desarrolló tareas diplomáticas en la convulsa Europa de su tiempo, siendo mediador regio y papal en numerosos conflictos que logró resolver desde la diplomacia. Son testigos de esta fecunda labor, que evitó guerras entre los reinos cristianos, los franciscanos y el cuerpo diplomático. Anticipándose a los padres fundadores de la Unión Europea (Schuman, Adenauer, De Gasperi), predicó una Europa en paz que superase sus dificultades y egoísmos, sus guerras y dramas, para desde su unión evitar nuevas guerras e iluminar con los valores cristianos de Occidente los nuevos países descubiertos, el orbe entero.

Es un ejemplo de santidad por su entrega a sus militares cuando, caída Constantinopla y después de avanzar el Imperio otomano para conquistar Hungría, animó a sus militares en la batalla del sitio de Belgrado. Con una inferioridad numérica de uno a cuatro, en los instantes críticos para el ejército cristiano, empuñando una bandera con una cruz en el fragor más peligroso del combate, lideró a sus soldados al grito de «¡Jesús, Jesús, Jesús!». Su heroicidad admirable enardeció a lo sitiados cristianos quienes, tras rechazar la artillería y las cargas de turcos y jenízaros, provocaron su retirada. Poco después, contagiado de la peste que se había propagado por Belgrado, murió con mansedumbre y paz a los 70 años de edad.