Paz del alma en China - Alfa y Omega

Como todo paso importante en la historia de la Iglesia, el histórico acuerdo con China sobre el nombramiento de obispos ha sido hostigado desde extremos opuestos: los medios digitales financiados por millonarios americanos hostiles a Francisco, y el sector conservador del Partido Comunista Chino, que pierde control sobre la Iglesia católica.

Como antiguo corresponsal en Hong Kong y periodista clandestino en China continental, sé muy bien que los juicios sobre el Imperio del Centro hay que madurarlos despacio y sin dejarse engañar.

El acuerdo anunciado el 22 de septiembre, cuando estábamos con el Papa en Lituania, es el primer reconocimiento de su autoridad dentro de China desde que los comunistas rompieron con Roma hace 67 años. No es perfecto pues, como nos explicó en el vuelo de regreso de Estonia a Roma, «cuando se hace un tratado de paz o un acuerdo negociado, las dos partes renuncian a algo». Pero es mucho mejor que la situación precedente, y logra objetivos por los que se batieron sin éxito tanto san Juan Pablo II como Benedicto XVI, quien exhortó a la iglesia clandestina a registrarse oficialmente.

El Papa podrá nombrar obispos, o vetar las propuestas que le lleguen al término de una selección que empieza con una consulta a fieles y sacerdotes, lo normal durante muchos siglos. En su carta del 26 de septiembre a los católicos chinos, Francisco los animaba a «buscar de forma conjunta buenos candidatos, capaces de asumir el deli-cado e importante servicio episcopal».

El acuerdo no es una varita mágica que elimine las trabas a todas las religiones en China. Los alcaldes siguen derribando cruces excesivamente visibles levantadas por iglesias protestantes. Y, en ese clima, algunas de iglesias católicas. La Asociación Patriótica y el Frente Unido, nerviosos por la pérdida de control, han demolido incluso dos santuarios católicos para forzar un choque e intentar sabotear el acuerdo.

Entretanto, dos obispos chinos han podido participar por primera vez en un Sínodo de obispos, y el Papa se emocionó al darles la bienvenida en San Pedro. Sobre todo porque –después de reconocer a los siete obispos oficiales– los seis millones de católicos de la Iglesia clandestina y los seis de la Iglesia oficial ya no tienen la angustiosa preocupación de ser cismáticos. Han ganado todos la paz del alma.