Una velada flamenca - Alfa y Omega

Una velada flamenca

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: EncuentroMadrid

Me sucedió en EncuentroMadrid hace unos días y apenas duró unos segundos. Me había acercado para escuchar a Marcelo López, Aldro Brandirali y Mikel Azurmendi, que empezó hablando de su entrada en ETA y terminó describiendo un abrazo. Acabada la tarde, el programa anunciaba una noche de flamenco libre. Intrigado por el adjetivo, decidí quedarme. Esta foto es de un momento en que la cantaora madrileña Angélica Leyva, La Tremendita, –con Javier Romanos a la guitarra y Edgar Ocaña a la percusión– nos mira al público como debían de mirar las princesas nazaríes los jardines de la Alhambra. Le basto un leve quejío para ganarnos a todos. Había sido una jornada de emociones, reflexiones y algunos recuerdos, que volvieron de visita con el primer rasgueo de la guitarra. El flamenco tiene el poder de llevarnos a donde él quiere: al pasado, a la memoria, a la infancia. Manolito de María decía que cantaba «porque me acuerdo de lo que he vivido». Yo pensaba en Azurmendi, en el terrorismo, en el sufrimiento de tanto tiempo. Tanto dolor y tanta muerte. Tenía en el corazón una seguiriya. Tal vez los primeros en tocar ese palo triste y melancólico fuesen Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso. En ella resuena los llantos y los gritos de Esaú y de Raquel y las lágrimas vertidas por Jerusalén, «que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados». Yo recordaba a los amigos gitanos de mi padre que conocí siendo yo niño y la historia del Pelé, calé y mártir por su fe asesinado en la guerra civil. Mikel Azurmendi había evocado aquella tarde el momento en que su célula en ETA votó si mataban al jefe por españolista. Salvó la vida por un voto. Tía Anica la Piriñaca, que se murió hace algo más de 20 años, le dijo una vez a Caballero Bonald que «cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre». Yo pensaba en la sangre derramada y en lo que Azurmendi había contado: el asesinato del guardia civil Pardines y el tiroteo que terminó con la muerte del terrorista Javier Etxebarrieta, uno de sus asesinos. Pero Azurmendi había hablado también de un programa de radio y de una forma distinta de vivir y de un abrazo que le había cambiado la vida. La voz de La Tremendita iba ganando brío a medida que se venía arriba. La seguiriya que resonaba en mi memoria iba cediendo ante un cante más de colores más claros, más vivo. El flamenco tiene varios palos cuya alegría celebra la vida en toda su belleza: las alegrías, las bulerías… Esa voz se iba revistiendo de una fuerza de futuro. En medio de la tiniebla, puede brillarnos una luz. La muerte no tiene la última palabra y también esta verdad resuena en el cante, el toque y el baile forjados a lo largo de siglos de amor y dolor, es decir, de vida. La fuerza iba creciendo. No se debe buscar entre los muertos al que vive. Entonces el flamenco me tomó de la mano y, a partir de ahí, ya todo fue abrazo.