La vuelta al mundo en 80 funerales - Alfa y Omega

La vuelta al mundo en 80 funerales

Caitlin Doughty, tanatopractora y empresaria estadounidense, denuncia desde hace años la frialdad y mercantilización de su negocio en Occidente. Ahora publica en España un nuevo libro en el que, buscando buenas prácticas de contacto cercano con los difuntos tras la muerte, recoge un pequeño catálogo de prácticas exóticas

María Martínez López
Foto: Inés Baucells

Su experiencia en el mundo de las funerarias estadounidenses, donde empezó a trabajar con 23 años, llevó a Caitlin Doughty a rebelarse contra la fría mercantilización de la muerte en la sociedad occidental actual. Creó la Orden de la Buena Muerte y fundó su propia funeraria, donde entre otras cosas aconseja velar a los difuntos en casa, y que la propia familia se haga cargo de lavar y vestir el cadáver, si así lo desean.

«En los Estados Unidos, donde resido, la muerte se convirtió en un gran negocio durante el cambio del siglo XIX al XX. Ha bastado un siglo para que los estadounidenses olvidemos que, antaño, los funerales eran un asunto que gestionaban las familias y su entorno. En el siglo XIX nadie habría cuestionado que una viuda lavase y amortajase el cuerpo de su marido muerto o que un padre construyese un ataúd artesanalmente para su hijo». Lo escribe en su libro De aquí a la eternidad. Una vuelta al mundo en busca de la buena muerte, publicado en España por Capitán Swing.

Un negocio que busca blindarse

La mercantilización de la muerte se manifiesta, por ejemplo, en el rechazo que generó una comunidad de monjes benedictinos del sur de Louisiana cuando, tras el paso del huracán Katrina por la región en 2004, empezaron a fabricar y vender por un módico precio ataúdes fabricados por ellos.

«La patronal de embalsamadores y funerarias del estado puso el grito en el cielo, afirmando que solo las empresas autorizadas podían vender artículos fúnebres». Y es que «el funeral promedio en los Estados Unidos cuesta entre ocho mil y diez mil dólares, sin incluir la parcela o nicho y los gastos del cementerio».

Buscando alternativas a este modelo, Doughty ha recorrido varios países de todo el mundo para compartir con el lector los rituales funerarios de culturas tan diversas como la indonesia, la boliviana… y la española. Su objetivo en este viaje es promover un contacto más cercano con nuestros muertos.

España, «casi un modelo»

En nuestro país visitó un tanatorio y un cementerio de Barcelona. Allí, además de sus iniciativas verdes como el uso de coches eléctricos o la posibilidad de plantar un árbol y enterrar alrededor las cenizas de los miembros de una familia, le llamó la atención los largos períodos que los deudos pasan en el tanatorio velando a los difuntos, o el hecho de que en torno al 60 % de las familias estén presentes durante la cremación.

Dos tendencias que para ella son «casi un modelo en lo referido a la interacción de los deudos con el difunto»… salvo por un hecho: el cristal que los separa, ya sea en forma de escaparate o de urna –una opción frecuente en Barcelona–. La explicación es sencilla: en Estados Unidos, donde el cuerpo está expuesto directamente, los cadáveres se embalsaman. Una práctica apenas vista en nuestro país.

Sin embargo, en su particular vuelta al mundo, Doughty cae con frecuencia en el exotismo de buscar las prácticas más estrambóticas de cada lugar para subrayar más el contraste con el frío formato occidental.

Por ejemplo, en Colorado (Estados Unidos) visita Creston, único lugar de occidente donde se permite a los familiares cremar a sus seres queridos en una pira al aire libre, a veces con una sincrética ceremonia llena de elementos que buscan recrear un ambiente primitivo u oriental. Célebes, en Indonesia, donde algunas familias mantienen en su casa el cadáver momificado del abuelo durante años; o La Paz (Bolivia), donde la gente rinde culto, da cigarrillos y pide deseos a las calaveras de sus antepasados, son otras paradas de este particular recorrido.

De aquí a la eternidad. Una vuelta al mundo en busca de la buena muerte
Autor:

Caitlin Doughty

Editorial:

Capitán Swing