La venida del Hijo del hombre - Alfa y Omega

La venida del Hijo del hombre

XXXIII Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: AFP Photo/Louai Beshara

Cerramos con el pasaje de este domingo el conjunto de lecturas dominicales del Evangelio de san Marcos, que hemos seguido durante el año litúrgico que está a punto de terminar. Es común a los tres ciclos concluir con episodios que nos orientan hacia la escatología, es decir, hacia el futuro y las últimas realidades de la historia personal y universal. Sabemos que nuestra sociedad experimenta la muerte como algo evidente pero convertido, sobre todo últimamente, en un tabú. Sin embargo, para los primeros cristianos la finalización de la vida no solo no era un tabú, sino que además pensaban que el desenlace de la historia podía estar muy cercano. El discurso que el Señor dirige hoy a sus discípulos nos permite situarnos en este contexto en el que Jesús, por una parte, afirma la realidad del ocaso de la historia y, por otra, nos da palabras de confianza y consuelo para, desde esta perspectiva, afrontar la propia existencia.

El final de la historia

El lenguaje adoptado por el Señor para ilustrar cómo serán «aquellos días» no es novedoso. La alusión al oscurecimiento del sol, de la luna y de los astros nos remite a las imágenes escogidas por los profetas para referirse a los acontecimientos últimos. Al mismo tiempo, las referencias al término de la función para la que han sido creados los astros nos remiten al primer capítulo del libro del Génesis, en el que Dios había creado la luz y dispuesto los astros en el firmamento. Por lo tanto ese mundo, formado por Dios, tal y como hoy lo vemos, llegará un día en el que dejará de existir, para dar paso a un cielo nuevo y a una tierra nueva. Tampoco constituye una novedad la caracterización de la antesala del fin como de «gran angustia». El pasaje de Marcos asume, entre otros, el esquema presentado en la primera lectura por la profecía de Daniel, donde se afirma que «serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora». El paradigma más representativo de este género lo representará, algunos años más tarde, el libro del Apocalipsis de san Juan, en el que no se ahorran imágenes cargadas de gran dramatismo para trazar el final de la historia. Con todo, cada uno de estos libros está ligado especialmente con circunstancias concretas que vivieron quienes bajo la inspiración de Dios pusieron por escrito su Palabra. En concreto, para los cristianos de la generación apostólica y posterior a ella estaba muy presente la devastación de Jerusalén, en el año 70, por Vespasiano y Tito; destrucción predicha por el Señor en el Evangelio, y vivida, cuando llegó, como un preludio del fin del mundo.

«Pero mis palabras no pasarán»

El afán del hombre a lo largo de la historia por conocer el instante y el modo en el que se consumará el fin del mundo puede eclipsar la segunda parte del discurso del Señor, que, por otra parte, no pretende describir físicamente ese final ni el momento en el que ocurrirá. La venida del Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria supone la constatación de que el hombre no está solo ante la incertidumbre del futuro. Esa llegada nos recuerda a la primera venida del Señor en la humildad de la carne. Ahora es la manifestación de la victoria definitiva de Cristo, que ya ha tenido lugar. Por eso, «mis palabras no pasarán» significa que todo lo realizado por el Señor no solo se revelará de modo rotundo en la conclusión de la historia, sino que la mirada del cristiano hacia ese tiempo es de esperanza, ya que Dios nunca nos abandona. Por lo tanto, hemos de huir de cualquier atisbo de miedo y vivir llenos de esperanza, como peregrinos que se dirigen hacia el Señor. En definitiva, vigilancia, pero también confianza en quien ha vencido para siempre el mal.

Evangelio / Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que Él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles en el cielo ni el Hijo, solo el Padre».