Urge la Esperanza - Alfa y Omega

Este domingo comenzamos el Adviento, un tiempo para vivir, acrecentar y contagiar esperanza. Estemos atentos a lo que nos pide el Señor en la Palabra que la Iglesia nos regala en esta época: asumimos el compromiso de prepararnos para llevar a esta historia la novedad de Jesucristo y así construir una sociedad más humana. Qué bien lo expresa san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio» (2 Co 9, 16).

¿No sentís la urgencia de generar la Esperanza en este tiempo que vivimos? Y hablo de la Esperanza porque, aunque otras esperanzas son necesarias, si falta quien es portador de verdadera esperanza, que no es otro más que Jesucristo, terminaremos siempre mirándonos a nosotros mismos. Activemos a quien es presencia y germen de renovación de todo. ¡Qué bien lo entendieron aquellos pastores que recibieron la noticia de la presencia de Dios en la tierra! Cuando el ángel los envolvió con su luz y les dijo: «Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo», marcharon a Belén. Después de ver al Señor, «volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído» (cf. 2, 8-20).

Después de estar en Belén contemplando a quien es la Esperanza, marcharon con la alegría recibida de Dios, que contagia y nos sumerge en la historia de los hombres. No seamos meros espectadores de un mundo que se deshumaniza, sino valientes trabajadores, lanzados a dar a conocer a quien va a activar su presencia renovadora dando la vida por todos los hombres, con su Muerte y Resurrección. No consintamos que nada ni nadie nos robe la alegría que brota de la esperanza de la Resurrección. El ser humano tiene necesidad de la esperanza que se encarna en realidades concretas porque, entre otras cosas, mueve a cambiar la realidad. Hay una necesidad única e imperiosa de esperanza en el corazón del ser humano y en la humanidad. Porque, como nos dice el Papa Francisco, «llegamos a ser plenamente humanos, cuando permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. […] Si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo?» (EG 8). Mostrar, regalar, hacer presente la esperanza, urge a quien se ha encontrado con Jesucristo, verdadero rostro dador y comunicador de esperanza.

Para prepararnos a recibir a Jesucristo, la Iglesia quiere que vivamos en el asombro de descubrir que Él es el «Evangelio eterno» (Ap 14, 6), que su riqueza, su belleza y el horizonte que nos da son inagotables. Puede renovar nuestra vida con la esperanza que nos ofrece, aunque estemos atravesando oscuridades e incluso viviendo en múltiples debilidades. Os ofrezco tres propuestas para no envejecer y mantenernos en esperanza:

1. ¡Atrévete a centrarte en Cristo! Sí, Él es la Esperanza, céntrate en su persona (Lc 21, 25-28. 34-36). El triunfo es de Dios. A pesar de las señales que puedas ver que llenan de angustia, perplejidad y terror a los hombres, el triunfo es de Dios y la llegada de Jesucristo, que vuelve en gloria y majestad, ha de llenar nuestra vida de alegría y de esperanza, pues Él es quien trae la verdadera liberación. En el oscuro escenario que aparece en la vida del ser humano, en el fondo del mismo, resalta el resplandor de Jesucristo. Por muchas oscuridades y nubes que aparezcan, Jesucristo nos hace levantar la cabeza; todos los ámbitos de la vida serán liberados por Él: el pecado, cualquier mal, la persecución que puedan sufrir los creyentes… Eso sí, hemos de estar vigilantes y despiertos: ni embotarnos, ni adormecernos y caer en la pesadez espiritual. Para centrarte en Cristo, que te mantiene en la esperanza, vive despierto para ver bien, siempre con la luz que te trae el Señor, y vive en oración, es decir, en diálogo constante con Él.

2. No camines de cualquier modo. Eres miembro del Pueblo de Dios, todos los hombres son tus hermanos. Los que creen como tú, también saben que tú eres su hermano, pero hay muchos otros que no lo saben, pues ni conocen a Dios, ni conocen qué y quién es el hombre. Tú sabes bien que Dios es Padre y, por ello, todos somos hijos de Dios y hermanos los unos de los otros. No puedes caminar del cualquier modo; san Lucas nos lo recuerda a través de la figura de Juan Bautista (cf. Lc 3. 1-6 y Lc 3, 10-18). Dios llama a Juan a un ministerio profético: a orillas del Jordán, proclama un bautismo de conversión. Lo importante es la llamada que hace a reorientar la vida de todo ser humano, a abandonar todo pecado y volver a Dios: «Y todos verán la salvación de Dios» (Lc 3, 6). Hoy como ayer, ante la necesidad de no poder hacer el camino de cualquier modo, la gente sigue preguntándose qué debe hacer. No se trata de realizar cambios revolucionarios, sino que se nos invita a compartir con el que no tiene, a cumplir con nuestras responsabilidades, a ser honestos, a no ser corruptos, a no ser exigentes con los demás mientras nos consentimos todo a nosotros mismos… Ser profetas de esperanza en este mundo con nuestra propia vida, desde lo que pensamos y hacemos, desde los compromisos que asumimos.

3. Entrega a esta humanidad dos regalos: la fraternidad y la diversidad. Estamos llamados a estar en todos los escenarios y caminos por los que transitan los hombres, pero no de cualquier manera. Nuestra salida tiene que ser una salida misionera, la que tuvo la Virgen María después de saber que había sido elegida para ser Madre de Dios, para acercar, dar rostro y hacer visible la Esperanza que es Jesucristo (cf. Lc 1, 39-45). El Señor ha tomado la iniciativa de salir a todos los caminos y escenarios de los hombres y hacer llegar la alegría del Evangelio. Y lo hace cuando está aún en el vientre de su Madre, impulsando a María a ponerse en camino y haciendo percibir la Esperanza, la presencia de Dios, a un niño que aún no había nacido, Juan Bautista, que estaba en el vientre de Isabel, y a esta cuando le impulsa a decir: «Dichosa tú que has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Se trata de salir al encuentro de los hombres sin miedo, buscar a los lejanos, invitar a los excluidos y brindar misericordia. Se trata de involucrarnos, sirviendo siempre, acompañando en todas las situaciones, atentos a los frutos; el Señor nos quiere fecundos en el camino, jugándonos la vida por los demás, celebrando y festejando la Esperanza que nos hace vivir y construir la fraternidad entre todos, en la diversidad de culturas, costumbres e ideas (cf. EG 24).

Qué bueno es ver cómo la Esperanza debe encarnarse en el principio que nos propone el Papa Francisco: «La realidad es más importante que la idea»; lo cual significa que, para que se encarne la Esperanza, hemos de vivir en un diálogo con toda la realidad en su inmensa complejidad y ello realizado en ese discernimiento que busca siempre caminos de humanización, del humanismo verdad que nos ofrece Jesucristo.