Francisco: «Hay demasiados conventos preocupados solo por sobrevivir» - Alfa y Omega

Francisco: «Hay demasiados conventos preocupados solo por sobrevivir»

Papa Francisco. La fuerza de la vocación. La vida consagrada hoy. Una conversación con Fernando Prado es el título del libro que Publicaciones Claretianas lanzará de forma simultánea en 14 países el 3 de diciembre

Cristina Sánchez Aguilar
El Papa Francisco junto a un grupo de religiosas, al finalizar la audiencia general, en la plaza de San Pedro del Vaticano, el pasado 31 de octubre. Foto: EFE/Ettore Ferrari

«Fue un tú a tú a corazón descubierto durante largo rato, una conversación de hermanos». Así describe el director de Publicaciones Claretianas su entrevista de cuatro horas con Francisco, a quien le une una estrecha amistad desde sus tiempos de arzobispo de Buenos Aires. En este libro hay jugosas polémicas que «no dejarán indiferente a nadie», pero Fernando Prado espera que el lector sepa ir «más allá», para descubrir en estas 120 páginas una síntesis de «lo que la Iglesia pide hoy a los religiosos».

El Papa arranca con una mención a una religiosa que conoció en la República Centroafricana, que trabaja como matrona. «Este tipo de personas —dice— son las que me ubican en lo que es la vida consagrada real». ¿Cómo es esa vida consagrada real?
Él insiste desde siempre en la eclesialidad de la vida religiosa. Frente a quienes han reivindicado cierta autonomía de los religiosos con respecto a la jerarquía, el Papa tiene muy claro que la vida religiosa «nace en la iglesia, vive en la Iglesia y es de la Iglesia». Existe la tentación de atomizarnos y competir entre nosotros–no solo los religiosos, también los movimientos y las nuevas formas de vida–; todo el mundo cree que es muy especial pero, en el fondo, el carisma más importante es ser parte [de la Iglesia]. Otra cosa es que a ese carisma común aportemos cada uno siendo lo que somos, sin negar nuestra identidad.

Al referirse a la aplicación del Concilio, el Papa describe un camino «lento, fecundo y desordenado», en el que muchas congregaciones se aplicaron pero «otras se desenfocaron y otras, de puro miedo, no se abrieron»…
El Papa es un hombre del Concilio. Tiene muy claro que ha supuesto una continuidad en el tiempo, pero también una renovación y una ruptura tan fuerte que se necesitan por lo menos 100 años para que se complete. Ahora estamos en el ecuador. La vida religiosa no ha sido ni es armónica; somos un millón de religiosos en el mundo y unos han hecho el proceso, otros están en ello y hay congregaciones nuevas con modelos antiguos y desadaptados. Nos hemos equivocado en ocasiones, y en otras hemos acertado. En Europa nos puede parecer que ahora la vida religiosa es más débil, pero en Asia por ejemplo es muy fuerte. El Espíritu trabaja a su ritmo donde quiere.

¿Qué ha supuesto para la vida consagrada el cardenalato del cardenal Bocos, un claretiano que fue clave en el posconcilio?
El Papa reconoce en Aquilino Bocos la mejor vida religiosa posconciliar, a esas congregaciones que hicieron bien el camino, que son muchas. Reconoce en él a un icono de la renovación sana que pasa por la creación del Instituto de Vida Religiosa, de Publicaciones Claretianas, de la revista Vida Religiosa

Dentro de los peligros que afectan a la vida religiosa, Francisco menciona la corrupción, la mundanidad, el clericalismo, un mal entendido sentido de la obediencia —pone el ejemplo de religiosas que deben pedir permiso por escrito para hacer una llamada telefónica–, o la «inmadurez de los candidatos», que muchas veces es pasada por alto por aquello de la numeritis. Todo esto va a levantar ampollas…
Los que piensan que la vida religiosa tiene que ser como hace 100 años se verán interpelados por las palabras del Papa, porque aborda muchos temas que se tocan por lo bajo en la Iglesia, pero rara vez salen a la luz. Quizá no diga nada nuevo, pero en este libro lo vamos a leer todo junto. Su intención no es provocar, sino crear una reflexión y, además, global, porque este libro va a ser traducido a diez lenguas. Ahora, esto no significa que diga que lo que hubo antes no vale. Insiste mucho en el diálogo entre generaciones. Hace falta volver a las raíces, a la raíz de la pobreza, de la obediencia —que no es porque sí, sino porque estás convencido de que necesitas la luz de los demás—, o de la castidad, que no es únicamente no tener relaciones sexuales sino que detrás hay un amor profundo por Dios, por Jesucristo y por la humanidad.

Y se detiene en la gran tentación de la ideología, «uno de los enemigos más serios que ha tenido y puede tener la vida consagrada».
El Papa nos advierte sobre dos herejías, una muy espiritualista y otra demasiado encarnacionista. Por un lado el neognosticismo, que es decir que esto de la fe es una idea que está ahí… Y por otro el neopelagianismo, que es creer que con la acción y tus fuerzas ya e suficiente. Es bueno vivir con ideales, pero lo malo es cuando tapan el sol. Si vives obsesionado con la pobreza, puedes acabar queriendo matar a los ricos y esclavizando a los pobres. Pero ojo, hay herejías de izquierda y herejías de derecha. Tan herejía es anular la divinidad de Jesús como anular su humanidad.

¿Qué dice el Papa sobre las relaciones obispos-religiosos?
La vida religiosa nació en la Iglesia desde la fuerza carismática. Unas congregaciones se fundaron para atender enfermos, otras para educar, otras para dedicarse a los pobres… Para poder vivir correctamente esos carismas, la Iglesia reconoció una autonomía de funcionamiento en los religiosos, que no dependían de los obispos: si se acababa la peste en Burgos, se iban a Toledo a fundar otro hospital. De alguna manera, para perseverar en esa libertad de espíritu, se otorgó la exención a los religiosos, exención que tras el Concilio se pasó a llamar autonomía. Pero esa sana autonomía a veces se convirtió en independencia respecto a la jerarquía, lo que originó tensiones. Esto se ha vivido mucho en el posconcilio, porque la vida religiosa, a la que se le pidió renovarse, emprendió su camino muchas veces sin contar con los obispos y ellos se vieron desautorizados. Estos, por su parte, reivindicando su autoridad, a veces no comprendieron la riqueza del carisma en la vida de la Iglesia. Pero todo esto, que pasó en los años 70-80, se ha ido encauzando y las tensiones se han rebajado mucho, aunque en la Curia romana todavía queda un poso. La Iglesia no tiene que ser uniforme, pero sí tiene que estar unida. En este proceso de renovación habrá unos que se han equivocado más y otros menos. Lo mismo se puede decir de los obispos.

Hablemos de problemas concretos de la Iglesia en España, como los conventos con falta de vocaciones o importadas de otros países. Francisco advierte a esas comunidades de la tentación de aferrarse a sus monasterios en lugar de federarse, como pide la Santa Sede. «Eso es pertinacia —dice en la entrevista—. Y cuando hay pertinacia, hay cerrazón de corazón para la apertura a la fecundidad. Ahí se quedan, muriéndose en un convento, solas. Eso no es digno de la vida consagrada contemplativa. Desdice su razón de ser más profunda».
Pero esto no ocurre únicamente en la vida contemplativa: también hay muchos seminarios diocesanos que traen vocaciones de fuera, o los seminarios Redemptoris Mater que parecen a veces ser la solución a las vocaciones de una diócesis. Puede ser [una solución], o puede que no sea, lo iremos viendo. Pero como dice el Papa en el libro, preguntemos al Señor, hagamos una reflexión seria. Lo que es cierto es que un monasterio de clausura no tiene como esencia la permanencia. Algunas religiosas entran con 18 años y siguen allí con 90. Eso hace que su mundo pueda ser muy pequeño o que por falta de apertura se desfasen y puedan seguir viviendo como en el siglo XVII… Por eso la Santa Sede ha pedido a las contemplativas que se federen y que no se cierren a unir monasterios. La permanencia no es lo importante de la vida contemplativa; lo importante es que el monasterio sea un foco de atracción, una luz para el lugar donde está situado. La supervivencia por la supervivencia no se entiende. En España hay demasiados conventos que no se han adaptado en un afán de conservación del propio monasterio. No hay vocaciones, las han traído de fuera… Muchas chicas vienen a España, que es un lugar de conventos, pero esa no es la solución de futuro. La solución pasa porque sean una luz donde tienen que serlo y que ​brille en los monasterios una liturgia cuidada, con unas comunidades suficientemente numerosas.