El Adviento, la Virgen María y el Pueblo de Dios - Alfa y Omega

¡Qué fuerza tiene para la vida personal y colectiva entrar en la dinámica salvadora de Dios! El tiempo de Adviento nos introduce en esa dinámica que nos hace amigos del Señor y, por ello, de los hombres; en esa dinámica que engendra y colma siempre de esperanza.

El Papa Francisco nos está advirtiendo con mucha frecuencia de los riesgos que tiene esta historia que estamos haciendo los hombres hoy, como son las múltiples ofertas de consumo que nos llegan. Esas ofertas nos llevan a vivir siempre en la superficie y producen una especie de tristeza existencial, que tiene una manifestación clara en la comodidad del corazón. ¿A qué llamo comodidad del corazón? A no conmoverse con el dolor en tantas personas que viven a nuestro lado, a permanecer encerrados en nuestros propios intereses. ¡Qué tristeza genera olvidarnos de eso que tan bellamente expresa el apóstol san Pablo: «Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos» (cf. 1 Tes 12)!

Esa figura excepcional del Adviento que es la Virgen María, con su sí incondicional a Dios, nos ofrece la novedad más grande, esa que trae salvación y esperanza para todos los hombres sin excepción. Con la misma actitud de escucha que Ella, tomemos conciencia del presente, examinándolo con la luz que nos entrega la Palabra, y sigamos las huellas de todos los que hicieron surcos para hacer presente a Cristo en medio de la historia de los hombres. Hay un Dios que nos libera de toda esclavitud, que nos libra del pecado, que trae la alegría, que nos libera de todo aislamiento y nos convoca a unirnos no por ideas sino en la persona de Jesucristo, que es quien nos propone caminos en los cuales hemos de transitar con la audacia del Espíritu Santo, como lo hizo Santa María. En este sentido, os propongo tres tareas:

1. Asumid la mística de saberos Pueblo de Dios en camino. Como nos recuerda el Papa Francisco, «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar la vida a los demás» (EG 10). Y como subrayó el Concilio Vaticano II, «Dios quiso santificar y salvar a los hombres y hacer de ellos un pueblo para que conociera de verdad y le sirviera con una vida santa». Sentirse Pueblo de Dios es saber que tenemos por Cabeza a Cristo, que nuestra identidad es la dignidad y libertad de los hijos de Dios, que nos habita el Espíritu Santo y que hemos de amar como Cristo mismo nos amó. Es cierto que esto no lo saben ni experimentan todos los hombres, pero somos un germen de unidad, de esperanza y de salvación para toda la humanidad. La tarea más grande, que da belleza a esta humanidad, es dar testimonio de Cristo en todas partes, en los caminos en los que los hombres se encuentren, ofreciendo siempre razón de la esperanza y de la vida eterna. ¡Qué responsabilidad saber que, como testigos de Cristo, estamos obligados a confesar delante de los hombres la fe que hemos recibido de Dios por medio de la Iglesia y a extender y defender la fe con palabras y obras!

2. Vivid en la mística del Adviento. Dad esperanza siempre, pero más aún en un momento de la historia en el que en todas las partes de la tierra hay déficit de esperanza. Tengamos la osadía de hacer un anuncio renovado de Dios, que nos ha manifestado en Jesucristo su inmenso amor por todos los hombres hasta dar la vida. El tiempo de Adviento es una nueva oportunidad de gracia que el Señor nos regala; nos rejuvenece, nos da vigor, quita la fatiga y el cansancio. Nos sitúa en el asombro de un Dios que viene y se interesa por cada ser humano, de un Dios que nos rompe los esquemas preconcebidos, que nos llama a la creatividad, que nos reclama la vida para que entreguemos su esperanza a todos los hombres. Hay luz, hay metas y tenemos una que es la más bella: dar la vida amando.

3. Vivid en la mística de la Virgen María. Ella nos convocó a escuchar a Dios por encima de otras voces y propuestas. Dijo sin dudar: «Aquí estoy, Señor», «hágase en mí tu voluntad». Ella activó el inicio de un Pueblo cuya salida por todos los lugares del mundo debía ser misionera, haciéndose presente en todos los escenarios de los hombres, ante toda clase de desafíos que tuvieran. Ella nos invita a tener pasión por la misión. Pero una pasión que nace del encuentro con Jesucristo, que suscita en nuestro corazón el deseo de hacer ver cómo Dios se acerca a todos los hombres. Qué belleza adquiere la Virgen María, contemplarla en la dinámica del éxodo, del don, de salir de sí, de caminar, de sembrar, de suscitar, de no detenerse, de mostrar signos evidentes con su vida de la presencia de Dios, que es la mejor explicación.

La Virgen siempre sale al encuentro, acompaña, toma iniciativas, se involucra, festeja, se adelanta, busca a los alejados, a quienes son excluidos y brinda siempre misericordia, porque ella misma la ha experimentado en su vida. Descubre los pasos de la mística de María como mujer, Madre que acompaña en el camino al Pueblo de Dios. Ha dejado que la iniciativa sea del Señor, mueve su vida porque Dios se lo pide. Se involucra poniendo su vida al servicio de Dios y de todos los hombres. Se dispone a acompañar siempre, leamos así la visita a Isabel. Está siempre atenta a la fecundidad salvadora: hace saltar de gozo a Juan Bautista en el vientre de su prima y que esta reconozca: «Dichosa tú que has creído».

Vivamos de esta forma.