Un colonoscopio como signo de entrega a Dios - Alfa y Omega

Un colonoscopio como signo de entrega a Dios

José Calderero de Aldecoa
El mártir Henri Vergès, entre Caridad Álvarez (de pie a la izquierda) y Esther Paniagua (de pie a la derecha). Foto: Agustinas Misioneras

Ante el estallido de la violencia contra los extranjeros en Argelia en 1994, el embajador de España en el país, Javier Jiménez Ugarte, se fue a visitar a la agustina misionera Esther Paniagua al hospital de Argel en el que trabajaba atendiendo a niños musulmanes con discapacidad intelectual. La religiosa española debía hacer un largo viaje diario para llegar hasta el centro médico y, ante la situación del país, su vida corría serio peligro. «Fue a insistirle para que dejara el hospital por su propia seguridad. Esther se negó en rotundo a abandonar a aquellos niños. Tras la negativa, el embajador cedió en parte y le preguntó entonces que qué podía hacer para ayudarla», cuenta a Alfa y Omega la provincial de las agustinas misioneras en Argel María Jesús Rodríguez. El diplomático se refería a qué podía hacer para ayudarla en su seguridad. «Ella contestó que le vendría bien un colonoscopio para detectar problemas de colon en los pacientes con más rapidez». Por cosas como esta, «los pacientes —todos musulmanes— le llamaban “su ángel”».

Sin embargo, Esther tuvo que abandonar el hospital poco después cuando el misionero francés Henri Vergès, de los Hermanos Maristas, y la también misionera francesa, Paul-Hélène Saint-Raymond, de las Pequeñas Hermanas de la Asunción, fueron asesinados el 8 de mayo de 1994 en la biblioteca de la Casbah de Argel donde trabajaban. «Después de este suceso, el arzobispo de la diócesis, monseñor Henri Teissier, ordenó a todos los misioneros extranjeros hacer un discernimiento para que, con total libertad, pudieran permanecer en la misión o regresar a su país de origen», recuerda Rodríguez, que como provincial en Argelia viajó a la ciudad desde Madrid —donde estaba la sede de la provincia— para acompañar a las agustinas misioneras en este discernimiento.

El periodo de reflexión se celebró el 6 y el 7 de octubre de 1994. En él, las religiosas se hicieron varias preguntas: ¿Qué quiere Dios de mí y cuáles son las necesidades del pueblo? ¿Qué necesitarán los pacientes que cuidamos en los hospitales o los niños que atendemos en las guarderías de la Media Luna Roja que regenteamos o en los centros de promoción de la mujer que dirigimos o los ancianos a los que acompañamos?

«A pesar de ser muy conscientes del grave peligro que corrían», las religiosas españolas decidieron «no salir de Argel ni abandonar las obras de caridad que allí dirigían y a sus beneficiarios», asegura la provincial, que recogió por escrito las palabras de cada religiosa en aquella reflexión: «Caridad [Álvarez], que vivía pendiente constantemente de las necesidades de los demás, se fijó en el sí de la Virgen María y dijo: “Yo he salido de mi tierra gozosa, y aquí me encuentro muy feliz, y voy a asumir la misión que se me ha encomendado”».

De esta forma, cada hermana se reincorporó a su trabajo, aunque adoptaron las recomendaciones de seguridad que les habían hecho llegar desde la embajada. «Nunca viajábamos todas juntas en grupo, salíamos de dos en dos para minimizar los riesgos», explica María Jesús Rodríguez. Así lo hicieron la tarde del domingo 23 de octubre de 1994 para ir a Misa al convento de las hermanitas de Foucauld. «Caridad y Esther salieron primeras. Cuando solo quedaban 100 metros para llegar, oímos dos disparos. Yo me quedé sobresaltada. La gente desde las terrazas nos decía: “Hermanas, regresen a casa”. Cuando entramos, solo oímos llorar y dos nombres: Cari y Esther», rememora Rodríguez para Alfa y Omega.

Su martirio impresionó sobremanera al embajador español. En cuanto Javier Jiménez Ugarte se enteró del asesinato se trasladó hasta el hospital al que habían trasladado los cuerpos de las religiosas. «Había estado con ellas esa misma mañana, y verlas sin vida por la tarde es algo que nunca he podido olvidar», confesó. El diplomático hizo estas declaraciones el pasado lunes en una rueda de prensa para presentar la beatificación de Caridad Álvarez y Esther Paniagua. En ella, Jiménez Ugarte atribuyó a las religiosas los elogios que todavía hoy recibe por haber mantenida abierta la embajada cuando todo el mundo se había ido. «El mérito lo tienen las agustinas. Conocíamos el discernimiento que habían hecho y que habían decidido quedarse. Por eso nos quedamos nosotros también. Pienso que si hubiesen decidido marcharse, yo hubiese recomendado cerrar el consulado», aseguró el embajador.

Tras su martirio, ambas religiosas serán beatificadas el sábado 8 de diciembre en Orán (Argelia) y, posteriormente, sus cuerpos serán trasladados a Madrid para ser inhumanos y venerados en una capilla de las agustinas misioneras en Madrid.