¿Puente de los sueños... o muro? - Alfa y Omega

Los migrantes están de moda. Lo siento así porque varias personas me han pedido, al vivir en la frontera, que cuente lo que veo por aquí. La tecnología nos acerca a la noticia con un grado de inmediatez que casi, casi, nos sentimos protagonistas del gozo y las tragedias ajenas. Pero esa misma avidez por estar informado hace que ni la peor desgracia aguante en la cresta de la ola más de un par de días. Necesitamos tragedias nuevas en continentes nuevos para alimentar nuestro deseo de actualidad.

Los muros y las alambradas de cualquiera de las fronteras con las que los humanos decidimos parcelar el mundo necesitan de unos cimientos. Y esos cimientos están anclados en el corazón del hombre: el egoísmo, el afán de poder, la envidia, el abuso del pobre… En mi última visita al Processing Deportation Center de El Paso, una de las detenidas, de Guatemala, lloraba desconsoladamente porque la habían trasladado de la barraca donde convivía con amigas del mismo país, y en la que la habían reubicado, donde vivían mujeres de otro país centroamericano, no la aceptaban y le estaban haciendo la vida de cuadritos. No sé si fui demasiado cruel en la homilía de ese viernes, pero creí que necesitaban oírlo. Les pregunté con qué derecho exigían que un país diferente al suyo les abriese los brazos cuando ellas eran incapaces de abrírselo a una compañera de la barraca de al lado. También centroamericana como ellas, pero con los rasgos indígenas más marcados. Lloraron, pero añadí que las lágrimas no servían de nada si no iban acompañadas de un abrazo de acogida. Parece ser que me entendieron.

Nadie deja su país por gusto. Todos los migrantes aman su tierra, su cultura… Solo falta que puedan vivir en ella una vida digna y sin miedo. Con el corazón en la mano tendríamos que reconocer que todos sin excepción ahelamos lo que clamaba Jorge Debravo en uno de sus poemas: ternura, silencio, pan y casa.

Me contaba Claudia el otro día algo que le sucedió en un restaurante mientras tomaba un café con su hijo Alejandro. Una niña de unos 7 años le decía a su mamá en la mesa de al lado: «Mom, the mexicans are the worst» «Mamá, los mejicanos son lo peor». Claudia miró a la niña con estupefacción. La mamá le hizo un gesto de silencio a la niña, pero ella insistió: «I mean it» «Lo digo en serio». Sin querer entrar en polémicas, Claudia y Alejandro se fueron del restaurante. ¿Cómo alguien tan pequeño, con rasgos de origen mejicano, puede albergar ese rechazo en su corazón? ¿Dónde y cuándo lo aprendió? ¿Quién le ayudó a construir ese muro?