Indisciplinadamente libre - Alfa y Omega

Indisciplinadamente libre

La sintonía de Francisco con «los diferentes» resulta sorprendente. Actúa como un padre que quiere de forma desigual a sus hijos desiguales. En realidad, todos somos «raros». Y a la vez únicos. Esta es la rareza que tanto atrae a Dios

Eva Fernández
Foto: REUTERS/Max Rossi

Parecía que iba a ser una audiencia general normal hasta que llegó Wenzel y lo cambió todo. Sentado en las primeras filas, con sus padres, decidió que la diversión estaba arriba, en el estrado, junto al Papa Francisco y un soldado de la guardia suiza vestido de colores. En un instante subió las escalerillas y comenzó a corretear ajeno a las sonrisas que estaba provocando en su entorno. Francisco no le perdía de vista. Su madre, Lidia, muy apurada, al ver que Wenzel jugueteaba con la mano enguantada del impertérrito guardia suizo, intentó atraparlo mientras explicaba al Papa que era autista, no hablaba, y que la familia procedía de Argentina, aunque vivían en Italia. Inmediatamente Francisco le dijo: «Si quiere jugar por acá, dejálo». Poco después, mientras continuaban las correrías de Wenzel, Francisco, cómplice, se acercó al oído del jefe de la Casa Pontificia, George Gaenswein para confesarle: «Es un argentino: indisciplinado…». Walkiria, la hermana pequeña, tampoco consiguió convencerle para que regresara a su sitio.

A estas alturas, un niño autista de 6 años se había convertido en el protagonista indiscutible de la audiencia. Francisco fue el primero en darse cuenta y conmovió a los 7.000 participantes que le escuchaban explicando que «este chiquillo no puede hablar, es mudo. Pero sabe expresarse, sabe comunicar. Y me hizo pensar si yo soy también libre delante de Dios». Los peregrinos aplaudían emocionados. Antes de despedirse añadió lo que todos pensaban: «Yo creo que este chico nos predicó a todos. Pidamos la gracia de que pueda hablar».

Los padres de Wenzel llevaban seis años afrontando un largo camino, con muchas preguntas y pocas respuestas. El Papa acababa de darles una: en su singularidad, Wenzel era el más libre. La sintonía de Francisco con los diferentes resulta sorprendente. Actúa como un padre que quiere de forma desigual a sus hijos desiguales. En realidad, todos somos raros. Y a la vez únicos. Esta es la rareza que tanto atrae a Dios. Francisco nos regaló aquel día dos palabras: indisciplinado y libre. Parece que no encajan en el manual de estilo de una sociedad en la que aún hoy existe tanta ignorancia hacia este trastorno huidizo e incatalogable. Pero sí forman parte del diccionario del Papa y de tantas personas que han descubierto la lección de ternura que puede impartir un niño distinto. Esta es la escuela de Francisco, la que nos enseña a disfrutar de la libertad de los hijos de Dios.