Los migrantes a los que nadie invitó a la cumbre de Marrakech - Alfa y Omega

Los migrantes a los que nadie invitó a la cumbre de Marrakech

En Tánger y Nador, las religiosas de la Congregación Vedruna son a menudo la única ayuda a la que pueden acudir jóvenes subsaharianos que se dirigen a Europa o que han vuelto de allí deportados. Cruzar la frontera se puede demorar años

Rodrigo Moreno Quicios
Foto: Comunidad Vedruna Tanger

Mientras los miembros de la ONU firman el Pacto Global por la Migración en Marrakech, la realidad a pocos kilómetros de esta ciudad es muy diferente a la que promete el documento. La desatención de las administraciones locales a los migrantes que recorren África provoca que sean las entidades benéficas y los movimientos religiosos afincados en la zona quienes se acaben encargando de ellos. Tal es el caso de las carmelitas de la caridad Vedruna que, instaladas en el norte de Marruecos, atienden a los migrantes al otro lado de la frontera con la Unión Europea.

En varias iglesias de Tánger y Nador, estas religiosas reciben constantemente a migrantes subsaharianos en su periplo hacia Europa. Otras veces, salen a su encuentro y visitan los campamentos itinerantes en los que se suelen instalar. Ya sea en sitio u otro, realizan labores de asistencia y formación a las personas que planean viajar a Europa o que, por el contrario, han sido expulsadas en una devolución sumaria y necesitan apoyo. «Muchos llegan en un estado de mucha ansiedad porque creen que van a cruzar mañana, pero ese mañana se alarga en el tiempo y puede durar meses y años», confiesa Inma Gala, destinada en la archidiócesis de Tánger.

La ayuda que ofrecen estas religiosas adopta muchas formas. «Mediación sanitaria para acudir a los hospitales, acceso a duchas, repartos de comida, ayuda económica para pagar los alquileres… Son labores muy asistenciales pero necesarias», confiesa Gala. Sin embargo, también desarrollan un proyecto con las familias que piensan en la emigración a Europa a largo plazo, a las que imparten talleres de informática, peluquería o dariya (el dialecto del árabe que se habla en Marruecos). Además, apoyan a los padres en la escolarización de sus hijos y realizan un seguimiento activo del embarazo de las mujeres para que sus partos sean seguros.

Pero la labor más importante que realizan las vedrunas es «con los inmigrantes que han abandonado el proceso migratorio y han decidido quedarse en Marruecos». Según Inma Gala, estas personas «han sufrido mucho dolor, no quieren arriesgar más y ven que en Marruecos tienen una posibilidad». Las religiosas acompañan a estos inmigrantes en la creación de pequeñas empresas adaptadas al mercado y sus habilidades.

Un regalo para el Papa

Un buen ejemplo de ello es el pequeño taller que unos emigrantes subsaharianos abrieron en Marruecos con el apoyo de Armid, una asociación promovida por la Delegación de Migraciones de Tánger. «Ellos saben manejar muy bien la madera, pero les acompañamos en el diseño de producto, la elaboración de estatutos y otras gestiones administrativas», explica Gala. Una pequeña iniciativa que acaparó todas las miradas en 2014, cuando el director del Secretariado Diocesano de Migraciones de Cádiz, Gabriel Delgado, le regaló al Papa una pequeña patera de madera fabricada en este taller.

Con este gesto, los artesanos lanzaron un mensaje al mundo que, con la firma del Pacto mundial para una Migración Segura, Regular y Ordenada es más actual que nunca. «En el campo de las migraciones, todo el mundo quiere quitarse el problema de encima y sacar el mayor provecho posible. Se están protegiendo cada vez más las fronteras aprovechando el miedo que puede producir que lleguen personas de otros países, pero ese fortalecimiento de las fronteras genera muchas muertes y sufrimiento», denuncia la religiosa.