Peregrinos confiados de la Luz - Alfa y Omega

Hay una única Luz que elimina toda sombra. Y esa Luz tiene un nombre y tiene un rostro: Jesús, el Hijo de Dios, engendrado por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María en Belén de Judá. No hay otra Luz que ilumine más y mejor. ¡Qué pasión por nosotros, los hombres, manifiesta Dios! Desciende hasta un establo para que todos lo podamos ver y tocar, encontrarlo, abrazarlo, y que su amor, su bondad y su entrega nos alcancen, para que podamos dar lo mismo que Él nos ha dado.

Madrid acoge estos días el Encuentro Europeo de Jóvenes organizado por la Comunidad de Taizé. A través de la oración, el silencio y diversos talleres, jóvenes de toda Europa van a realizar una peregrinación de confianza. Seguro que este encuentro nos permite profundizar más y más en la necesidad de contemplar a Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios mismo, Dios de Dios, que se hizo Hombre. El eterno hoy de Dios ha descendido en el hoy efímero del mundo y nos arrastra, nos hace entrar en el hoy de Dios que es perenne. ¡Qué fuerza tiene entrar en esta dinámica! Mira cómo Dios se hace pequeño. Contempla cómo puede hacerse tan pequeño, que puede ir y venir a nuestro encuentro, pues Él no ha querido estar en la distancia, sino en la cercanía total a los hombres, por y para eso se hizo Hombre. Y lo hace como un niño pequeño, de tal manera que podamos amarlo, cogerlo, abrazarlo.

En este momento de la historia, la humanidad entera busca luz. Aquí podemos inscribir nuestra peregrinación de confianza. Los desencuentros sabemos a dónde nos llevan. Dios mismo inicia en Jesús la cultura del encuentro: Él eliminó distancias y se hizo cercano a los hombres de todos los tiempos. Necesitamos ser protagonistas unidos a Jesucristo, que se fragüe esta cultura del encuentro y que no sea una palabra o una expresión más de las muchas que decimos en nuestra vida. La humanidad siente la necesidad de eliminar de esta tierra los desencuentros. Jesucristo se nos ofrece desde hace XXI siglos. Desde Belén ha llegado la noticia a todos los rincones de la Tierra de que hay una Luz que entrega la paz, el asombro y la alegría: «Dios se ha hecho hombre». Como tantas veces hemos escuchado, las palabras del profeta Isaías siguen resonando en medio de esta humanidad: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una Luz grande».

En esta Navidad, nace el deseo de participar y realizar la peregrinación de confianza para así salir de nosotros mismos. Y esto siempre lo provoca el encuentro con la Belleza, que para nosotros los cristianos es Jesucristo. Hay necesidad de dar al hombre una saludable sacudida. Este Encuentro Europeo de Jóvenes nos va a sacar de la resignación, del acomodamiento del día a día que nos hace sufrir y centrarnos en nosotros mismos. En la oración y el silencio, en la conversación abierta y sincera, en la contemplación de realidades muy diferentes, nos despertaremos, abriremos la mente y el corazón. Como decía Dostoyevski, «la humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podrá vivir sin la belleza, porque ya no habrá motivo para estar en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí». Y la Belleza más grande la encontramos en la oración y en el silencio. Esta Belleza impresiona, nos recuerda quién es el hombre y quién es Dios, nos pone en marcha, nos llena de esperanza, nos da valentía para vivir a fondo nuestra existencia.

En esta Navidad, os propongo entrar en esta peregrinación de confianza:

1.- Dos premisas necesarias: silencio y escucha. Nos permiten entrar en la oración. Con el silencio acallamos el ser, la imaginación, todo aquello que pueda estorbarnos. ¿Y sabéis cómo tenemos que entrar en la oración? Como nos enseñó Jesús: como pobres, nunca como ricos. Hemos de reconocer que nuestra máxima pobreza está en que no sabemos rezar, pues nuestros silencios muy a menudo no saben escuchar y acoger y por ello no son silencios vivificadores. Si hemos excluido a Dios, que llena de sí todo espacio, los hombres no podemos soportar el silencio; en el silencio sentimos el vacío y por eso cualquier ruido, aunque sea duro, nos parece más agradable. Este hombre incapaz de hacer silencio, de entrar en relación con Dios, convive con cada uno de nosotros. Aquí adquiere una importancia capital la capacidad de escucha. La escucha es una palabra clave en la Biblia. Quizá para poder entender esto tengamos que dirigir nuestra atención a María la de Betania, a su capacidad de escucha (cfr. Lc 10, 38-42) que sigue al Buen Samaritano (cfr. Lc 10, 29-39). No se trata de una escucha pasiva, es escucha que hace vibrar, que involucra, que me atañe, que me descubre a mí también. ¿Qué es ser hombres o mujeres según María la de Betania? Se trata de ser descubridores del misterio de nosotros mismos en la escucha de la Palabra, ayudados de quien es más grande que nosotros mismos; en definitiva, se trata de estar abiertos al discurso de Dios que es gratuito y benévolo. Tengamos en cuenta que somos escucha y don y nos realizamos en la gratuidad.

2.- Dos momentos importantes: recogimiento y dolor-prueba. Para encontrar a Dios tenemos que retirar nuestras fuerzas dentro de nosotros mismos y concentrarnos, sustraernos. Esto es el recogimiento. Es verdad que el recogimiento es un secreto que hemos de alcanzar y que hay que pedir. Pero es necesario sustraernos de tantas y tan variadas cosas que hacemos, y concentrarnos en lo que es esencial y motiva nuestra existencia. Y el segundo momento es lo que llamo dolor-prueba; ante tantas y variadas circunstancias podemos perder la serenidad y es necesario preguntarse una y otra vez: «¿Quién eres tú, Señor?». Y saber escuchar la respuesta: «Yo soy aquel que nunca te abandonará. Yo te protegeré adondequiera que vayas».

3.- Asumamos las características de la oración cristiana descritas en el padrenuestro. La llamamos cristiana porque parte de Jesucristo. En ella buscamos ver y cumplir la voluntad de Dios: «Padre, […] no sea como yo quiero, sino como quieres tú» (Mt 26, 39). Rezamos para cumplir su voluntad, para ponernos y entregarnos en sus manos con confianza y con su amor. En el padrenuestro encontramos esas características: en la palabra Padre nos metemos en la atmósfera de la plegaria y, cuando pedimos que venga su Reino, expresamos el anhelo por un reino de justicia, de fraternidad, de derrota de la muerte… Escuchar a Dios significa en concreto escuchar su Palabra. Me permito animaros a utilizar el método patrístico de la lectio divina, que tiene tres peldaños: lectio, meditatio (con la mente y el corazón), oratio o contemplatio (realizada en espíritu y verdad, cuyo centro de referencia es la persona de Jesús).

Desde esta realidad, Dios con nosotros, la Navidad se convierte en la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo y que por nosotros asume el tiempo. ¡Dejemos que esta verdad haga mella en nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente! Abramos sin ningún miedo nuestro tiempo a Dios, pues es este contenido el que ha de tener la peregrinación de confianza.