Peligros - Alfa y Omega

Peligros

Concha D’Olhaberriague
Foto: Luis García

Cualquiera que en estos días vaya a pie desde Alcalá a la calle de los Peligros, como la llamamos de forma abreviada los madrileños, pensará que el nombre de la vía es sumamente descriptivo. Obras de distinta índole, que coinciden en esa zona del Madrid central, muy próxima a la Puerta del Sol, configuran un laberinto de barreras y obstáculos para incomodidad del paciente peatón. No obstante, el nombre cabal de la calle, escrito en el azulejo firmado por Ruiz de Luna que lleva una imagen mariana, es el de Virgen de los Peligros, una advocación que no ha pasado, que yo sepa, a la onomástica.

Antiguamente era una calle dividida en dos tramos con sendas denominaciones: Angosta y Ancha de los Peligros, pero hoy solo queda la que recibía el calificativo de Angosta, pues la otra fue renombrada como Sevilla. De nuevo, como ocurre con Sacramento o Santa Ana, el topónimo rememora una institución que ya no está. En este caso se trata del convento de Nuestra Señora de la Piedad de las religiosas bernardas, asentado antaño en el tramo que va desde el Casino a la actual Peligros. Fundado en Vallecas en el siglo XV por un noble, Alvar Garci Díez de Ribadeneira, con el fin de dejar a las mujeres de su familia allí mientras él estuviera en la guerra, en el XVI lo trasladan a la ubicación antedicha, en el límite del Madrid medieval, y las monjas son conocidas popularmente como las de Vallecas.

Foto: Basilio

En el convento de Madrid se veneraba una Virgen regalada por un cautivo que volvió de África a mediados del siglo XVI. Cuenta la leyenda que a una madre se le cayó su hija al pozo y, desesperada, imploró a la Virgen que la salvara de los peligros que la acechaban. La niña salió indemne del trance y, desde entonces, la Virgen fue llamada de los Peligros, nombre que perdura en el callejero, en tanto que el convento fue desamortizado por Mendizábal en 1836 y demolido posteriormente con el propósito de ensanchar la calle.

En el espacio abierto se levantó un edificio que acogía en su piso bajo el famoso café literario y bohemio de Fornos, recordado igualmente hoy por una placa, pues también fue derribado.

En los años 30 del siglo pasado se erigió la monumental sede del Banco Vitalicio, con traza de Lluís Bonet, en consonancia con otras muchas entidades que instalaron su oficina central en lujosas construcciones, en un entorno de teatros y cafés.