Partir de los abusos para regenerar la Iglesia - Alfa y Omega

Partir de los abusos para regenerar la Iglesia

El futuro de la Iglesia se juega hoy. Pasa por recuperar la credibilidad perdida. En Estados Unidos y en otros países del mundo, donde ni la libertad religiosa ni las persecuciones son un problema. Naciones de gran tradición cristiana, pero que afrontan crisis eclesiales de magnitudes superlativas. Crisis desnudadas por los escándalos, especialmente aquellos ligados a los abusos. El Papa está dispuesto a conducir más allá de esa tempestad. Y ha indicado un camino ineludible: transitar una verdadera conversión. No estratégica ni de marketing. Dejar atrás, de una vez por todas, la división, el victimismo y la murmuración. Sobre todo entre los obispos

Andrés Beltramo Álvarez
El arzobispo de Miami, Thomas G. Wenki, en oración junto a otros obispos de Estados Unidos, durante la celebración de un retiro del 2 al 8 de enero, en el seminario Mundelein (Illinois). Foto: CNS

Las indicaciones quedaron plasmadas en una larga y detallada carta que Francisco acaba de dirigir a los obispos estadounidenses. Al mismo tiempo, una reflexión descarnada y una llamada a la esperanza, desde el más puro realismo. Pensamientos que parten de la crisis por los abusos sexuales, pero van más allá y buscan regenerar a la Iglesia. Un ejercicio similar al liderado por el Pontífice con los obispos de Chile, en mayo pasado, cuando fueron convocados al Vaticano para analizar la crisis eclesial en ese país sudamericano.

Con diferentes matices, el diagnóstico es el mismo. Para Jorge Mario Bergoglio, la «cultura de los abusos» forjada en el seno de comunidades católicas en varias naciones tiene un mismo origen: una eclesiología enferma y el intento por restablecer el orden desde el voluntarismo y no desde la verdadera fe.

Por eso, no resulta casual que el mismo Pontífice haya recomendado a los obispos de Estados Unidos que, al final de un año de revelaciones escalofriantes y escarnio público, entrasen en un retiro espiritual. Un alto en el camino para orar y purificarse. Él mismo tenía intención de viajar a Chicago en la primera semana de enero y asistir personalmente a los ejercicios. Un gesto sin precedentes, que resultó imposible por «problemas logísticos».

Cartas, el método preferido

En cambio, el Papa decidió recurrir al viejo sistema de las epístolas. Como en tiempos de los primeros cristianos. Parece el método preferido de Francisco a la hora de afrontar asuntos delicados. De las siete páginas de extensión que escribió surgen reflexiones urgentes para toda la Iglesia, válidas tanto en América como en Europa, y, por qué no, también en España.

Partiendo de la crisis de los abusos, desnudó la realidad oculta de un episcopado dividido, enfrentado, donde la lógica de la descalificación mutua se encuentra arraigada y en lugar de la unión desde la libertad evangélica, se busca el triunfo de un grupo sobre otro, apelando a métodos «democráticos».

«La credibilidad de la Iglesia se ha visto fuertemente cuestionada y debilitada por estos pecados y crímenes, pero especialmente por la voluntad de querer disimularlos y esconderlos, lo cual generó una mayor sensación de inseguridad, desconfianza y desprotección en los fieles. La actitud de encubrimiento, como sabemos, lejos de ayudar a resolver los conflictos, permitió que los mismos se perpetuasen e hirieran más profundamente el entramado de relaciones que hoy estamos llamados a curar y recomponer», precisó.

Francisco lamentó la «herida honda» que «los crímenes cometidos» dejaron en los fieles, quienes quedaron sumidos en «la perplejidad, el desconcierto y la confusión». Un dolor que en lugar de haber propiciado un sano y necesario debate entre los obispos, incluso con las naturales tensiones del caso, provocó «la división y la dispersión».

Verdaderos pastores

De ahí que Francisco haya querido exhortar a los pastores a emprender el rumbo de una «renovada y decidida actitud para resolver el conflicto», no a través de «decretos voluntaristas», «estableciendo simplemente nuevas comisiones» o «mejorando los organigramas de trabajo como si fuésemos jefes de una agencia de recursos humanos». Actuar así –advirtió– reduce la visión del pastor, impide abordar los problemas en su complejidad y corre el riesgo de centrar todo en cuestiones organizativas.

Los verdaderos pastores –insistió– deben conducir un proyecto de Iglesia «común, amplio, humilde, seguro, sobrio y transparente», posible únicamente a través de una verdadera conversión del corazón. Un proyecto alejado de los simples equilibrios humanos o de «una votación democrática que haga vencer a unos sobre otros».

«Sin este claro y decidido enfoque todo lo que se haga correrá el riesgo de estar teñido de autorreferencialidad, autopreservación y autodefensa y, por tanto, condenado a caer en saco roto. Será quizás un cuerpo bien estructurado y organizado, pero sin fuerza evangélica, ya que no ayudará a ser una Iglesia más creíble», abundó.

El Papa Francisco durante el encuentro anual con los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, el pasado 7 de enero. Foto: CNS

«El círculo vicioso del reproche»

Así, el Papa dejó claro que nunca la eficiencia anglosajona será del todo suficiente. Porque recuperar la credibilidad no dependerá jamás de «ciertos discursos o méritos», ni de la honra personal, sino de la capacidad del «cuerpo unido» de reconocerse pecador y limitado, necesitado de conversión. Esto implica –insistió– rechazar el peligro de convertir a Dios en «un ídolo» de un determinado grupo o de la «absolutización del particularismo». Porque «la catolicidad en la Iglesia no puede reducirse solamente a una cuestión meramente doctrinal o jurídica».

En síntesis, puso en guardia contra las actitudes de facción, cuyos miembros se muestran convencidos de poseer la verdad absoluta y miran a la Iglesia como una perenne arena de combate. Quien así actúa, explicó, cae en la búsqueda de «falsos, rápidos y vanos triunfalismos», de las «seguridades anestesiantes» y las «expresiones inmóviles», incapaces de conmover a los hombres y mujeres del tiempo actual.

Por eso, instó a «abandonar como modus operandi el desprestigio y la deslegitimación, la victimización o el reproche en la manera de relacionarse y, por el contrario, dar espacio a la brisa suave que solo el Evangelio nos puede brindar».

«Todos los esfuerzos que hagamos para romper el círculo vicioso del reproche, la deslegitimación y el desprestigio, evitando la murmuración y la calumnia en pos de un camino de aceptación orante y vergonzoso de nuestros límites y pecados y estimulando el diálogo, la confrontación y el discernimiento, todo esto nos dispondrá a encontrar caminos evangélicos que susciten y promuevan la reconciliación y la credibilidad que nuestro pueblo y la misión nos reclama», estableció.

«El pueblo fiel de Dios y la misión de la Iglesia han sufrido y sufren mucho a causa de los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala gestión como para que le sumemos el sufrimiento de encontrar un episcopado desunido, centrado en desprestigiarse más que en encontrar caminos de reconciliación. Esta realidad nos impulsa a poner la mirada en lo esencial y a despojamos de todo aquello que no ayuda a transparentar el Evangelio de Jesucristo», subrayó.

«Uno de los más viles crímenes»

Con estas palabras, Francisco no pretende minimizar la gravedad de los abusos contra menores entre los eclesiásticos. Ni busca descargar culpas. Lo dejó en claro este 7 de enero, en su mensaje de inicio de año a los embajadores acreditados ante el Vaticano. En él calificó esa práctica como «uno de los peores y más viles crímenes posibles», que «destruye inexorablemente lo mejor que la vida humana reserva para un inocente, causando daños irreparables para el resto de su existencia».

En realidad, hablando en esos términos, el Papa muestra que la crisis de la Iglesia es más profunda y solo puede dejarse atrás alimentando la confianza, que nace del servicio sincero y cotidiano, humilde y gratuito hacia todos. Un servicio que no pretende ser puro marketing ni meramente estratégico para recuperar para la Iglesia el lugar perdido o el reconocimiento vano en el entramado social.

Porque, para él, solo la vocación a la santidad basta para defender a los creyentes del caer en falsas oposiciones o reduccionismos; o de callarse ante un ambiente propenso al odio, a la marginación, a la desunión y a la violencia entre hermanos. Por eso, constató: «Como Iglesia no podemos quedar presos de una u otra trinchera, sino velar y partir siempre desde el más desamparado».